Somos llamados a una santa rebelión que nos saque de la pasividad y nos lance a los desafíos del mundo.
Mejor rebelarse que sestear. Es más positiva la rebelión que la pasividad del sesteo. La verdad es que un gran desafío la llamada a que dejemos de sestear en el seno de la iglesia y, lógicamente, en el seno del mundo en el que Dios nos ha puesto. Lo digo porque estamos provocados por grandes desafíos al que la iglesia y los creyentes en general deberían estar dando respuesta ante el mundo, pero, a veces, sesteamos.
Cuando vemos que la iglesia o grandes grupos de miembros sestean, hay que rebelarse, pues es mejor rebelarse que sestear. En estos casos de sesteo somos llamados a una santa rebelión que nos saque de la pasividad y nos lance a los desafíos del mundo que retan a aquellos que dicen ser seguidores de Jesús y que conocen los valores del Reino.
Mejor rebelarse que sestear. Sin duda. Los creyentes no deben sestear ni siquiera callarse ante el sesteo de tantos y tantos que asumen el Evangelio como un elixir de gozo y bienestar mientras sestean pasivamente ante las responsabilidades del seguimiento al Maestro.
Es mejor rebelarse porque no podemos permitirnos el lujo de sestear, de caer en el pecado de omisión de la ayuda que nos hace cómplices de la injusticia en el mundo. Hay que entrar en la lucha o trabajo por la justicia social, hay que practicar la denuncia del mal en el mundo, hacer la crítica de las grandes desigualdades entre los hombres que dan lugar a más de mil millones de hambrientos y a tantos y tantos excluidos de los bienes que nos da el planeta tierra que deberían ser para todos.
No hay que sestear ni tampoco callarse. Hay que unirse a la protesta o a la lucha contra el racismo y la xenofobia, la pobreza infantil y la feminización de la pobreza, la opresión y el dar la espalda al grito de los empobrecidos de la tierra. Son líneas bíblicas, líneas proféticas, líneas que siguió el mismo Jesús.
Mejor rebelarse que sestear. No se puede estar en la iglesia sesteando frente a todos estos temas que deberían estar golpeando en nuestras conciencias sin que nosotros hiciéramos esfuerzos para acallar esas interpelaciones para seguir disfrutando de goces celestiales, mientras nos despreocupamos de todo tipo de ayuda o denuncia cayendo en el pecado de omisión que reconoce la Biblia de una forma clara aunque los cristianos hablemos muy poco de él.
La Biblia no sestea ante estos temas, no guarda silencio ante ellos, denuncia y nos anima a ser manos solidarias y voces también de denuncia. Ejemplo nos da Jesús que, sin duda, entronca con los temas proféticos, con los profetas uniéndose a ellos contra el sesteo de los creyentes. Siempre es mejor rebelarse que adormilarse por buscados disfrutes religiosos. Creer siempre es comprometerse aunque tenga que haber ciertas rebeliones sanas.
Siempre es mejor rebelarse que sestear. No sé si en todos estos temas influye el que, fundamentalmente en los países del llamado Norte Rico, estamos demasiado aburridos y sesteamos con disfrutes ajenos al compromiso con el prójimo. Frente a esto hay que rebelarse siempre y mostrar a la sociedad un cristianismo mucho más comprometido con el prójimo, especialmente con el prójimo sufriente.
Siempre es mejor rebelarse que sestear. El cristiano no debe estar inactivo ante las graves problemáticas que se dan en el mundo y que afectan a nuestro prójimo. Hay que rebelarse contra la inacción y la pasividad, denunciarlo, dar ejemplo.
No sesteemos, no seamos inactivos ni caigamos en el falso placer de sestear. El que cree, necesariamente, debe estar orientado hacia la acción, hacia el servicio, hacia la práctica del amor, hacia la práctica de la projimidad, pues la fe que nos salva es siempre, como dice el apóstol San Pablo, una fe que actúa a través del amor, un amor que no sestea, que tiende a rebelarse contra toda injusticia y que acaba convirtiéndonos en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor.
Fuera de esto, es que no hemos comprendido el Evangelio y, por tanto, nos damos al sesteo y al disfrute insolidario arruinando la vivencia de nuestra espiritualidad cristiana.
No me extraña que ante un cristianismo vivido sin compromiso surja el hastío ante una vida vivida de forma inoperante. Debemos animar a los creyentes a que vivan en compromiso de acción, de uso de su voz como denuncia de las estructuras de pecado que reinan en el mundo y que, de alguna manera, también entran en las iglesias.
Muchas veces con nuestro sesteo caemos en el pecado de omisión de la ayuda, en el pecado de olvidar la práctica de la misericordia en un mundo que necesita de la acción, de la voz y de la solidaridad cristiana que debe practicar todo creyente. Ante esta forma pasiva de vivir activamente el cristianismo es mejor rebelarse que sestear.
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