Costras secas en el corazón

Costras secas cubriendo el corazón. Terrible imagen. Pero la verdad es que para tener un mundo tan insolidario, tan cruel, con tantos apaleados en sus sendas y caminos, es necesario, totalmente imprescindible, pensar que debe haber muchos, muchísimos seres humanos cuyo corazón ha sido embadurnado con cemento que, una vez endurecido, se transforma en costras secas que impiden que la maldad, la insolidaridad y las injusticias, puedan de ningún modo llegar a interpelar a nuestras conciencias. 

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Muchos hombres son capaces, desde esas durezas o costras secas que cubren sus corazones, de dar la espalda al grito de los pobres, a los robos egoístas de tantos y tantos ladrones que andan por los caminos y sendas de la vida lanzando todo tipo de trampas y engaños para despojar a los más débiles. Hay que rociar esas costras secas con un manto impregnado de amor.

Esas duras costras pueden dar lugar a un corazón tan duro que, de ninguna manera, sea capaz de sensibilizarse ante el dolor del otro, que sea incapaz de condenar los egoísmos y las malvadas acumulaciones, que sea ciego para ver despojos de sus congéneres, torturas, malos tratos y desequilibrios o desigualdades escandalosas. El ochenta por ciento del mundo en pobreza conforman un cuadro horroroso que expone en público, ante los ojos de todos, el gran escándalo de la humanidad que, quizás, nuestro corazón no puede percibir por estar seco y endurecido con la cobertura de esas secas costras.

Las costras secas hacen sordo al corazón. Muchos tendrán corazones de carne, pero con costras pétreas, caparazones de una concha maldita que los inhabilita para empatía con los sufrientes, sea cual sea la causa de su sufrimiento. Son sordos al grito de los sufrientes de la tierra. Las conciencias dejan de gritar en nuestro interior, porque las hemos callado evitando así interpelaciones que nos saquen de nuestros rituales, los que los hagan, para que podamos vivir una espiritualidad cristiana comprometida con los sufrientes de la tierra.

¿Se puede tener alguna esperanza ante tantos y tantos corazones cubiertos de cemento y piedra? ¿Hay algún remedio para que se ablanden estas costras? La medicina para esta enfermedad demoníaca la tenemos en los valores del Reino, en los valores bíblicos en general que, en muchos casos, también les damos la espalda y hay cantidad de valores bíblicos exculturados de las vidas de los creyentes. 

Las costras endurecidas y secas hacen que esos valores no cuenten nada para ellos y, por tanto, se puede caer en la vivencia de un cristianismo insolidario, falto de compromiso, de espaldas al prójimo sufriente y de consumo y búsqueda de bendiciones espirituales que, realmente, nunca llegarán para aquel que no quiere buscar justicia ni ejercer misericordia.

Quizás es que se necesita un martillo pesado que golpee esos corazones para quitarles sus capas de cementos, sus conchas, sus envolturas pétreas y sus durezas tan fuertes como el mismísimo diamante. Ese martillo es el Evangelio, pero el Evangelio integral de la gracia y de la misericordia de Dios, el Evangelio que nos compromete y que puede interpelar nuestras conciencias como un mazo capaz de partir piedras y costras de cemento.

Cada cristiano debería ser un martillo que golpee esas secas costras desde la solidaridad y el compromiso, desde la denuncia social de toda estructura de maldad, desde la implicación de un cambio de vida comprometida con la justicia y con el amor a los despojados, oprimidos y sufrientes de nuestra historia presente en la que Dios nos ha puesto. Debemos ser martillos que destruyan el mal, la dureza de los corazones hasta que éstos se puedan convertir en carne sensible y capaz de ser interpelada por el mensaje bíblico.

Desde los valores bíblicos, desde los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la llegada de Jesús al mundo, es posible ablandar esas costras malditas y llegar a pensar que se puede tener un hálito de esperanza si vamos caminando hasta ser cristianos con vidas comprometidas, con vivencias de una espiritualidad responsable con el prójimo siguiendo los pasos del Maestro. 

¿Tan difícil es el seguimiento que preferimos conservar esas costras y convertirnos en cristianos cómodos e insolidarios con el prójimo que se enclaustran entre las cuatro paredes de un templo que, en tantos y tantos aspectos de acción solidaria y comprometida con los débiles, dan la espalda al mundo?

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Si somos fieles y nos comprometemos en el seguimiento de las pisadas y ejemplos del Maestro dejando nuestras comodidades y lugares de confort, el Señor nos ayudará a que se cumpla esa promesa que Él nos dejó: Así, el Señor a través del profeta Ezequiel nos dice: “Os daré un corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”. ¡Fuera toda costra seca del corazón del cristiano! 

Que el Señor nos ayude a vivir la espiritualidad cristiana con corazones de carne y sensibles al dolor de tantos y tantos prójimos apaleados y maltratados que se cruzan con nosotros cada día y que se esparcen por el mundo como si sobre ellos hubiera caído una maldición de Satanás.