No estamos libres de idolatrías que se reflejan en nuestros discursos evangelizadores o sermones eclesiales.
No. El título no es algo que busca un golpe de efecto, emparejar de alguna manera idolatría y evangelización no es sólo para captar la atención como hacían aquellos predicadores medievales que comenzaban diciendo: “¡No hay Dios!”, para después afirmar relajando al auditorio “dicen los ateos”. No buscamos ningún golpe de efecto.
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La cuestión es que puede existir el peligro real de que haya idolatrías que acompañan también a los evangelizadores, que se cuelen en la evangelización debido a nuestros trasfondos culturales, sociales y religiosos. No apunto a los evangelizadores, a quienes respeto apoyo y amo en el Señor, sino al hecho de la fuerza tremenda de las idolatrías que también se cuelan en nuestros templos.
Si ya el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer dijo en su día que lo opuesto a la fe no es tanto la increencia como la idolatría, es porque debemos de tener cuidado. Quizás es que todos podemos llevar un idólatra en nuestro interior a pesar de pasar tiempo y tiempo entre los bancos de las iglesias, a pesar de nuestras peroratas evangelizadoras que pueden estar manchadas de idolatría. ¡Trágico! Hay que poner atención a esto, hermanos.
La iglesia evangélica no está relacionada con la adoración de ídolos de palo, de barro u otro material inerte que ni ve, ni oye ni entiende. Hay que prestar atención de cerciorarnos y asegurarnos de que no estamos adorando a nuestros propios falsos dioses o ídolos que se nos presentan en formas diferentes.
Puede haber idolatría cuando hablamos en la evangelización de bendiciones económicas. ¿Seguimos siempre los valores bíblicos o los valores del Reino o estamos dando cierto culto a otros valores económicos que tienen un valor tan coyuntural y relativo, tan intrascendente, pero que, en cierta manera nos humillamos ante ellos como diría nuestro escritor Quevedo: “Madre, yo al oro me humillo…?”. Este puede ser uno de nuestros ídolos que nos acompañen creyendo que buscamos la bendición de Dios.
Podemos dar valor y cierto “culto” a instrumentos inútiles que dice la Biblia que “la polilla y el orín corrompen”. Podemos predicar estos valores creyendo que estamos evangelizando, estar ligados a la idolatría del rico necio de la parábola. ¿Creéis que no influye esta idolatría a veces y en ciertos mensajes de algunos de nuestros evangelizadores en todo el mundo?
¿Quién tiene la culpa? El caso es que podemos fabricar ídolos sin quererlo ni pensarlo, simplemente porque se han introducido en nuestras iglesias como si fueran bendiciones de lo alto, así como también en nuestras vidas, pensando que el seguir a los ídolos económicos puede traer bendiciones y recompensas del Altísimo. Son idolatrías que se pueden comunicar subrepticiamente porque las hemos aceptado como buenas y, por tanto, las transmitimos como si fueran mensajes propios de la vivencia de la espiritualidad cristiana.
Quizás otra idolatría que comunicamos es cuando hacemos un ídolo de nosotros mismos y nos presentamos ante otros con tal prepotencia que pensamos que todos nos tienen que seguir porque somos los mejores, los elegidos y tenemos la verdad absoluta. Eso puede ser un egocentrismo. Elevar el propio yo como un ídolo, caer en la idolatría del yo que causa tantísimo daño.
No. No vamos a construir un becerro de oro para colocarlo como imagen idólatra para adorar, imagen física hecha por manos de hombre, pero podemos llevar dentro de nosotros esa imagen de becerro maldito que nos nubla el entendimiento y nos arruina el alma. Cuidado, atención porque, quizás, no estamos libres de idolatrías que se reflejan en nuestros discursos evangelizadores o sermones eclesiales.
Al evangelizar debemos de tener cuidado con las idolatrías que nos pueden acompañar. Así debe ser, amigos y compañeros en la evangelización. ¿Es que, acaso, no nos mostramos como los integrados, bendecidos y adoradores de las riquezas en muchos casos? ¿Es que no predicamos muchas veces desde la idolatría de la prepotencia como si fuéramos los únicos poseedores de la verdad absoluta?
Eso nos puede impedir el compartir desde la sencillez el pan, el tiempo y la Palabra. Nos puede negar el ser desprendidos para la ayuda al prójimo, el vivir con sencillez, el tener estilos de vida que puedan ser Biblias abiertas ante nuestros vecinos y ante nuestros semejantes, a tener prioridades falsas desde el punto de vista bíblico y a olvidad que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que se poseen”, como afirma la escritura.
Todas esas cosas pueden ser idolatrías que nos acompañan y que impiden que seamos “Biblias abiertas” para los que nos ven o escuchan. Hemos de comunicar desde la humildad, desde los más pobres, sencillos, desclasados, tirados al lado del camino como hizo Jesús. También nuestra forma de vida como mensaje. En Jesús nunca se dieron esas idolatrías.
Luego habría muchos otros ídolos que entran también en la iglesia y en nuestras vidas y que, subrepticiamente, se reflejan en la evangelización: los ídolos del prestigio social, los ídolos del poder, de la gloria humana, del consumo desmedido de bienes, de la acumulación de muchos cristianos ante los ojos de los hambrientos y de los pobres hasta el punto de parecer que no hay capacidad para Dios en nuestras vidas. Como contrapartida nos endiosamos como locos o necios afectando a nuestra evangelización.
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Nuestra vida y testimonio de personas humildes es vital para la evangelización. También evangelizamos con la vida, con nuestras prioridades, nuestros compromisos y formas de comportamiento. No podemos ni debemos evangelizar cargados de idolatrías que incluso las llevamos en la mochila de nuestro subconsciente. Estamos comunicando vida para la eternidad, solidaridad para con los débiles, amor para con aquellos que sufren, luchando contra la opresión, contra las injusticias que sufren los más necesitados y debilitados del sistema. ¿Cómo podemos salir a evangelizar cargados de idolatrías? Señor ayúdanos y danos sabiduría de lo alto. Rompe nuestra mochila idólatra.
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