El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Dios nos regala mucho más de lo que imaginamos, pero nosotros siempre estamos anhelando aquello que nos deslumbra.
Siempre queremos estar en primer lugar: si no es en el lugar de Dios, y tampoco a su derecha, al menos a su izquierda, o en una posición dónde se nos vea bien.
Las heridas pueden ser una bendición. Todo depende de nuestra reacción a las circunstancias y no sólo la manera de enfrentarlas, sino también cómo las curamos.
Podemos amar a muchas personas por lo que significan para nosotros, pero tenemos que reconocer que no hay nadie como Jesús.
Muchos no se dan cuenta de que lo que realmente importante es tener nuestro nombre en otro libro: el libro de la vida.
Cualquier cosa que no es buena, que destruye nuestra relación con Dios, que nos enfrenta con los demás o que nos "mata" interiormente, es pecado.
Las palabras a las que hacemos caso pueden marcar nuestra vida por completo.
Los pequeños detalles pueden llegar a ser decisivos, aunque creamos que no tienen importancia. Las pequeñas decisiones dan lugar a grandes cambios.
Todos queremos tener más posesiones, mientras pasamos nuestra vida como espectadores inútiles dentro del cuerpo más activo que existe en la humanidad: el cuerpo de Cristo, la iglesia.
La celebración que surge de lo bueno, lo recto y lo amable es absolutamente genial, porque desborda alegría compartida, cánticos, gozo, baile, sinceridad y vida.
Dios ha dado a cada persona completa libertad para pensar sin que nadie la imponga ninguna idea por la fuerza.
Dios siempre tiene un propósito en nuestra vida, una bendición que derramar en nosotros y por medio de nosotros.
El peligro llega cuando somos capaces de dejar de lado nuestros principios con tal de conseguir lo que otras personas tienen.
Para conseguir un sueño necesitamos creer en que podemos hacerlo, pero necesitamos también rodearnos de personas que lo crean como nosotros.
Hay una lucha en la vida cristiana entre Cristo y el mal, y en cierta manera, cada uno de nosotros somos el “trofeo”.
Hoy se defiende que las pequeñas mentiras no le hacen daño a nadie. Pero eso no es cierto porque al final todos engañan a todos.
Que nuestra vida sea un baluarte de la verdad para competir de acuerdo a las reglas y el honor, buscando siempre lo mejor para todos.
Siempre hay un momento en el que la responsabilidad de la otra persona no puede ser cargada sobre nuestro corazón. Hubo uno que si llevó la carga del mundo sobre sus hombros.
Es uno de los mensajes más repetidos a lo largo de la Biblia: si amamos a Dios, lo demostramos amando a nuestro prójimo.
Las redes sociales viven de lo inmediato: Te sientes bien en un momento, pero nada de todo eso permanece.
Para eso somos jóvenes, para disfrutar de todo lo que Dios nos regala.
Cuando nuestro corazón se siente amado y comprendido en medio de la rutina de la vida, todo parece ir bien.
Nadie puede hacer nada para ganar su propia vida o la vida de alguien a quien ama.
Lo primero que hace el Espíritu de Dios al llenar nuestra vida es irradiar amor. Hacia dentro de nosotros y de nosotros a los demás.
Nadie contrata obreros enfermos. A nadie se le ocurre incorporar a su equipo a personas aparentemente inútiles. ¿A nadie?
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