Nuestra adicción al éxito se convierte en un absoluto en nuestra vida que nos impide ver todo lo demás.
“Argo” ganó el Oscar a la mejor película en el año 2013. Dirigida y protagonizada por Ben Affleck narra el momento en el que durante la revolución islámica en Iran (1979), los militares invaden la embajada americana en Teherán y tomaron 52 rehenes… En esa situación, el responsable de la agencia de inteligencia americana urde un plan para liberarlos a todos. “Te darán una medalla si sale bien, pero en un acto secreto” le dicen, “O sea, que no la tendré nunca” responde Tony Méndez, el responsable de la liberación. “Sí, así es, si necesitáramos los aplausos, trabajaríamos en el circo”, señaló su jefe… y fin de la conversación.
Buena lección. Vivimos en una sociedad sedienta de aplausos, con miles de personas adictas al éxito y el poder. Una sociedad que busca saciarse y relamerse, que no puede encontrar sentido si no es en el reconocimiento y la arrogancia. En las “luces” de las marquesinas con nuestros nombres parpadeando con energía perecedera; luces que tarde o temprano se apagarán, tan pronto como nuestro corazón reclame algo más duradero que simples fuegos artificiales.
Lo tenemos absolutamente todo y no sabemos qué hacer. De tanta diversión llegamos al aburrimiento, porque nada nos sacia. Todo sigue siendo igual de absurdo, como decía el rey Salomón cuando lo tenía todo (¿Recuerdas Eclesiastés 1?). Creo que en el primer mundo vivimos millones de pequeños “salomones” que tenemos la posibilidad de probarlo absolutamente todo y nada nos llena.
Vivimos intentando satisfacernos de miles de pequeños relativos y dejamos de lado al Absoluto, por eso nuestra vida no tiene sentido. Cuando vivimos así, no disfrutamos de nada y nos esclavizamos siempre a algo, porque nos volvemos adictos ¡siempre hay algo nuevo sin lo que no podemos vivir! Jamás aprendemos que cuando tenemos al Absoluto en nuestra vida, disfrutamos de todas las cosas, porque nada nos esclaviza.
Nuestra adicción al éxito se convierte en un absoluto en nuestra vida que nos impide ver todo lo demás, no somos capaces de vivir sin satisfacer esa adicción que nos domina. Dios es completamente diferente, porque cuando Él lo es todo para nosotros jamás nos esclaviza, sino que extiende su amor a todos los rincones de nuestra vida y entonces podemos disfrutar de todo, ya que nuestro absoluto es Dios! ¡El que nos da la vida!
Aún hay tiempo para liberarnos de ese afán por ser reconocidos, Dios nos puede ayudar a vencer a ese enemigo que es la ambición, sólo tenemos que orar de la misma manera que el salmista: “Ayúdanos contra el enemigo, pues nada vale la ayuda del hombre... con la ayuda de Dios haremos grandes cosas” (Salmo 108:12-13). Cuando lo que hacemos tiene valor eterno, no necesitamos el éxito para nada.
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