¿Crisis? ¡Qué crisis!

El capital es uno de los films más conocidos del director Costa Gravas. La última frase de la película resume prácticamente todo lo que ha estado sucediendo durante los últimos años en muchos países del primer mundo a causa de la supuesta “crisis”. Muchas empresas echan a la calle a sus empleados y se declaran en quiebra para hacer que sus acciones suban y los dueños puedan ganar más dinero. Durante la película comprobamos como no importa destruir la familia, jugar con el futuro de las personas, o incluso derrochar dinero con tal de sentirse el dueño del mundo. Cuando al final de la película, uno de los directivos está acompañado de una modelo para “pasar la noche” después de darle un millón de dólares (aunque realmente es su banco el que los paga) le dice: “Nuestro objetivo es robar a los pobres para dárselo a los ricos”.

Pudiera parecer sólo el argumento de una película, pero es mucho más real de lo que creemos, si hablamos de España, vemos que el número de multimillonarios creció en más de un veinte por cien desde que comenzó la llamada crisis. Es así, porque los que tienen mucho quieren ganar cada vez más, sin preocuparse de los demás. Lo importante para ellos es tener más dinero, caiga quién caiga.

Y parece que nadie es capaz de hacer absolutamente nada, porque en este mundo los ricos son cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. La verdad es que hemos hecho de nuestra vida una película de ficción y le hemos dado el papel de director a nuestro mayor enemigo. En el libro de los salmos encontramos una definición perfecta de lo que está sucediendo con los que lo tienen todo:  “La maldad habla al malvado en lo íntimo de su corazón. Jamás tiene él presente que hay que temer a Dios. Se cree tan digno de alabanzas, que no encuentra odiosa su maldad. Es malhablado y mentiroso, perdió el buen juicio, dejó de hacer el bien.” (Salmo 36:1-3, Versión popular).

Cuando el Señor Jesús dijo que difícilmente entrarían los ricos en el reino de los cielos, sabía perfectamente de qué estaba hablando. El problema entonces y ahora no es el dinero en sí mismo, sino el amor al dinero, el querer acaparar y tener sin importarnos si lo hacemos de una manera justa o no. Sin preocuparnos de los que no tienen lo necesario para vivir.

Los religiosos de aquel tiempo (¡Y los de ahora!) se burlaban del Señor porque no le daba importancia al dinero y vivía de una manera sencilla y feliz ¡No podían comprender cómo era capaz de disfrutar sin tener nada! En estos casos es muy cierto el refrán de que “el que ríe último, ríe mejor”; porque los que amasan fortunas de una manera injusta van a dar cuentas de todo lo que han hecho. Y en ese momento, de nada servirá todo su dinero y su poder. Delante de Dios, toda nuestra arrogancia se desvanece en décimas de segundo; nuestra palabrería está siempre de más, y la seguridad monetaria en la que basamos la vida desaparece como agua entre nuestras manos.