El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Una culpa que nos acerque a la gracia, una que nos haga vernos como somos en verdad, esa, no debe ser mala.
De lo que proviene del mal, por muy lógico o agradable que nos parezca, no podemos esperar grandes cosas.
La revolución que supuso para Nabeel encontrarse con el Dios de la Biblia donde esperaba encontrar a Alá, fue absolutamente devastadora y reconstructiva a la vez.
Hemos de reconocer que cuando ya hemos hecho todo lo que podíamos, es donde Dios se extiende y empieza a mostrarnos lo que puede hacer Él.
Dios no ha dejado de amarnos, no ha dejado de querernos, no deja de demostrárnoslo, eso sí, no según nuestros caprichos y deseos.
La suerte, y esto sí es verdaderamente emocionante, aunque sea considerado pasado de moda o medieval, delirante o temerario, también la controla Dios.
Cuando nos tomamos a Cristo en serio, las decisiones se vuelven más fáciles de tomar, aunque el precio a pagar pueda ser mucho más alto.
La palabra dicha sigue siendo nuestro gran veneno: a nivel personal, interpersonal, familiar, social… también en la iglesia.
En vez de dejar que sea el Evangelio el que nos cambie, nosotros amoldamos ese mensaje a nuestra conveniencia.
Si nos planteáramos que, ni somos tan buenos como nos creemos, ni los demás son tan malos como les vemos, otro gallo nos cantaría.
Seguimos llamando a la maldad problema mental y a otras cosas, como el pecado, procuramos evitar llamarlas por su nombre. Pues así nos va.
Para poder adorar hace falta comprender verdaderamente quiénes somos nosotros y quién es el Dios de los siglos, más allá de lo que hace por nosotros.
En los momentos en que nos apetecería pedirle cuentas porque nos sentimos desencantados, el Espíritu habla a nuestra mente, a nuestros oídos, para recordarnos que nadie nos ama más que Él.
La Navidad empieza en Belén, en un recóndito pesebre rodeado de lo peor.
Somos tremendamente atrevidos, sobre todo cuando se trata de otros, cuando las consecuencias de lo que se derive de nuestro consejo no nos tocarán tan de cerca como lo harán con los demás.
No queremos a Dios en nuestra vida cotidiana pero nos preguntamos dónde está en medio de la tragedia.
Vivir un Dios adaptado a nuestro antojo, supone en definitiva no vivir la vida cristiana desde la bendición y la perspectiva que Él quiere para nosotros.
Estamos convencidos de que, cuando las cosas pasan, se deben a nuestra acción, olvidando incluso como cristianos que hay una mano que guía los acontecimientos de nuestra vida.
"El criterio del adolescente tiene más peso incluso que el de aquellos a quienes ha obedecido ciega y voluntariamente hasta el momento y busca encontrarse, quererse y proyectar hacia fuera una imagen digna de sí mismo". Un fragmento de "Educar a adolescentes sin morir en el intento", de Lidia Martín (2012, Andamio).
Llamamos prueba muchas veces al producto de nuestra propia rebeldía, cuando eso debería ser más bien identificado por nosotros como la consecuencia directa de nuestro mal hacer.
Subraya y da respaldo a todo lo que se dijo de Jesús y del plan de Dios para con nosotros antes de que esta sucediera.
Hay muchas decisiones tomadas bajo la presión del momento que, aunque humanamente incuestionables y absolutamente lógicas, pueden contravenir expresamente la voluntad de Dios.
El compromiso de Dios hacia nosotros es un pacto de amor incondicional, pero Dios no deja de ser justo por ello.
Dios nos ha dado TODO en Cristo. En Él somos completos, personas que pueden vivir una vida plena en medio, incluso, de la dificultad y la más oscura de las tormentas.
Ser auténticamente cristiano implica auténtico sacrificio, como no podría esperarse menos de aquellos que han sido salvos por el Sacrificio por excelencia.
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