Seguimos llamando a la maldad problema mental y a otras cosas, como el pecado, procuramos evitar llamarlas por su nombre. Pues así nos va.
Me levantaba esta mañana leyendo con estupefacción la noticia en la que se relataba el suceso del impresentable que lanzaba por una ventana a una niña de 17 meses por haber sido descubierto por la madre de ésta abusando sexualmente de la menor.
Así de asqueroso e injusto es, efectivamente, el mundo en el que vivimos y en que nos movemos. Un mundo del que nos sentimos muy ajenos, por una parte, cuando pasan estas cosas, porque ciertamente no solo no las compartimos, sino que las repudiamos, pero del cual somos, cada cual en una medida diferente, sin duda, también responsables.
Y es que resulta que, como viene siendo habitual (y reconozco que cada vez que lo veo me pega una patada en la tripa, discúlpenme), el susodicho acaba retenido en una unidad de psiquiatría, porque seguimos sin poder entender o aceptar, mejor dicho, que la gente hace estas cosas sin tener un problema mental de por medio.
Y es en eso, justamente, en lo que muchos seguimos siendo responsables. No tiramos niños por la ventana, efectivamente, pero seguimos llamando a la maldad problema mental y a otras cosas, como el pecado, procuramos evitar llamarlas por su nombre. Pues así nos va.
Siento que este es ya un tema recurrente en esta sección. Y probablemente lo siga siendo, porque es que no aprendemos, por más tortas que nos den y muchas de ellas, en el mismo carrillo.
En este año que hemos dejado atrás leía cómo algunos grupos de personas, por llamarles de alguna forma, seguían haciendo apología de la pederastia como si, simplemente, fuera una opción sexual más. La verdad es que en un sentido muy práctico me da francamente igual con quién se acueste cada uno.
Al final, ese es un asunto absolutamente de conciencia sobre el que cada uno tendremos que dar cuenta, como de tantos otros. Pero en lo que toca a menores, comprenderemos todos o casi todos que no nos puede dar igual.
La cosa es que lo que unos llaman “opción sexual” (eximiendo de cualquier clase de responsabilidad, parece ser, y por supuesto invocando una inocencia que no hay ni habrá jamás en tal conducta), otros lo llamamos aberración y la Biblia lo llama pecado, por muy políticamente incorrecto que parezca en nuestro siglo XXI llamarle así. Pues vale, acepto pulpo como animal de compañía y acepto también que, si no queremos, no le llamemos pecado porque está “pasado de moda”.
Pero al menos digamos que está mal. Como está mal dar por loco al que simplemente hace las cosas mal. Porque por muy inverosímil que nos parezca que la gente haga estas cosas, o dispare ballestas hechas en casa o estrelle aviones contra los Alpes, detrás de una mala acción no hay necesariamente, ni en la mayoría de los casos lo hay, un problema de salud mental.
A ver si empezamos a llamar a las cosas por su nombre y dejamos de reclamar tantas veces “el comodín de la locura” o “el comodín de la enajenación mental”, porque las personas somos malas por naturaleza y hasta que no entendamos eso, las personas seguiremos parapetándonos en el victimismo, en el “Yo no he sido”, en la supuesta ignorancia que no es tal, porque no es ignorante, sino ciego y ni siquiera es ciego, sino necio, el que no quiere ver.
Los cristianos somos catalogados de intolerantes, malvados, homófobos, y todo tipo de calificativos cuando llamamos a ciertas cosas por el nombre que la Biblia le da o cuando, simplemente, pensamos diferente que la mayoría.
Porque aquí resulta que muchos somos minoría, pero ya sabemos que en este mundo moderno nuestro, todas las minorías no son igual de respetables o defendibles. Eso sí, si un desgraciado tira a una niña por la ventana, se le da el beneficio de la duda y se le cuestiona su salud mental. Otra vez el dichoso comodín de la locura como justificación y explicación para todo.
Pues como profesional de la salud mental y defendiendo los derechos y la imagen de los que sí tienen una enfermedad mental real, me rebelo y me niego a quedarme callada ante esto. Porque ya está bien de deteriorar aún más la imagen de la ya muy estigmatizada parte de la población que sufre verdaderamente trastornos mentales.
Porque resulta que la mayoría de ellos, una muy grande mayoría, al margen de sus delirios, esquizofrenias, trastornos bipolares o depresiones profundas, no cometerían actos como los que referimos hoy. Porque incluso para estas mentes enfermas tales actos resultan deplorables, deleznables, dignos de la más alta de las repulsas y de la más dura de las condenas.
Porque resulta que, de nuevo, salud mental y pecado tienen muy poco que ver, al menos de la manera en la que se está pretendiendo enfocarlo y ya nos viene tocando al resto alzar la voz para decir, de nuevo, mal que quedemos ¡BASTA Y, DE NUEVO, BASTA!
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