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El antídoto del agradecimiento

Dios nos ha dado TODO en Cristo. En Él somos completos, personas que pueden vivir una vida plena en medio, incluso, de la dificultad y la más oscura de las tormentas.

EL ESPEJO AUTOR Lidia Martín 27 DE SEPTIEMBRE DE 2015 08:35 h

Conforme van pasando los años y uno va viendo casos y casos relacionados con los pequeños- grandes problemas que nos aquejan en nuestra vida cotidiana, algunos ya manifestándose en forma de depresión, ansiedad, estrés u otros cuadros patológicos varios, también uno se hace más consciente de que, lo que está en la base de muchos de esos males que con tanta fuerza a veces nos zarandean son, en realidad, las cosas más sencillas.



No siempre en la base de una depresión hay una explicación genética, ni tampoco sucede así ante todo problema de ansiedad, por ejemplo, aunque en determinadas ocasiones la biología, evidentemente, juegue un papel. Se trata más bien de cuestiones básicas, a veces por simples, olvidadas también o relegadas a un segundo, tercer o cuarto plano, como si nada tuvieran que ver en que estemos en el punto al que hemos llegado.



El agradecimiento, o más bien la falta del mismo, es uno de esos elementos importantes que, de ser más frecuentemente utilizados por nosotros nos llevarían a vidas mucho más sanas, no solo espiritualmente, que por descontado también, sino a nivel emocional y, si me apuran, dada la estrecha relación entre estas esferas, también físico. La ausencia de una actitud agradecida es, probablemente, uno de los mayores venenos a los que, como seres humanos, nos enfrentamos. En ese sentido funciona como un cáncer, nos apalanca en el victimismo, en la tiranía, en una ceguera permanente de la que es verdaderamente difícil escapar… a no ser que se ponga en marcha el antídoto correspondiente.



Quizá se pregunten, en este punto, qué tiene que ver todo esto con esos males de salud mental que hace unas líneas les mencionaba. ¿Por qué mezclar las churras con las merinas? Bueno, en realidad es que hay elementos que, aunque parezcan permanecer a años luz unos de otros, lo cierto es que conviven estrechamente. Y sin pretender ser reduccionista ni simplona, muchos de los problemas a los que llamamos de “salud mental”, tienen su raíz en el desagradecimiento.



Seamos o no conscientes de ello, la vida que tenemos y de la cual disfrutamos, tiene claroscuros. Para la mayoría esto puede ser una obviedad. Sin embargo, para la persona desagradecida su vida está llena de oscuros, pero nunca considera tener los suficientes claros como para que su existencia pueda considerarse plena. Vive, en otras palabras, amargado, triste, enfermo por lo que considera no tener, por lo que anhelaría poseer, porque en el fondo se considera poseedor de nada, porque no siente, además, que tenga nada que agradecer y, mucho menos, alguien a quien agradecérselo. No es sólo envidia. Es algo más profundo. Lo que tiene no vale, no sirve… y eso le lleva al vacío.



No existe vida más anodina que la de aquel que piensa que es completamente autosuficiente, aunque también completamente infeliz, que no se siente en deuda con nadie, ni en horizontal, hacia los que le rodean, ni en vertical, hacia Quien le creó y se lo dio todo. Más bien piensa el tal individuo que son los demás los que le deberían estar agradecidos porque ha puesto una gran lupa de aumento sobre sus propios gestos, logros o acciones, y procura no ver lo que otros están haciendo por él. Tal puede ser la distorsión del desagradecido, que le llevará más y más en la dirección de la amargura, del rencor generalizado y a estar en lucha permanente contra un mundo que parece no entenderle.



Tenemos la mala costumbre de dar las cosas por garantizadas. De no reconocer que lo que tenemos viene de alguna parte, de alguna mano particular que hace que las cosas funcionen. Pero más allá de que, efectivamente, creamos o no que existe un Dios que nos sustente, la persona desagradecida mira alrededor y no encuentra nada por lo cual deba sonreír y decir “Gracias”.



Si lo hace, en ocasiones contadas, no se produce desde un corazón alegre (porque el agradecimiento debería darse siempre desde un interior contento, y no como una fórmula protocolaria que abarate el gesto y lo prive de valor). Más bien en esos casos lo que hay es un cierto despecho, un gesto tosco y desagradable que no viene sino a confirmarnos lo que sospechamos: que para el desagradecido la palabra “gracias” no es más que un estúpido convencionalismo que de nada sirve. Para estas personas, a la luz de lo que dicen y hacen, el agradecimiento es solo una opción.



Sin embargo, la realidad de los hechos nos dice que el agradecimiento, para quien quiere estar sano en todos los sentidos posibles, no es una alternativa simplemente, sino una verdadera necesidad. Nos permite tomar la temperatura real de las cosas y de los acontecimientos y personas que nos rodean. Cuando no se es capaz de identificar lo que funciona en nuestras vidas, de parte de quién viene y establecer una relación de agradecimiento entre lo uno y lo otro, las cosas se tuercen y no funcionan. Vamos, además, dejando en tal caso un reguero de cadáveres emocionales que difícilmente vendrán a resucitar de no ser que ocurra un verdadero milagro: que el desagradecido constate su mal y lo resuelva.



¿Cómo no va a deprimirse una persona que, en el fondo, piensa que nadie la quiere, que su vida no merece la pena, que no hay salida para su pozo? ¿No hay, sin embargo, en estas afirmaciones, una forma de desagradecimiento profundo –quizá pura ignorancia o despiste- al no darse cuenta el tal individuo que posee aún el regalo de la vida, que está plagado de pequeños y grandes detalles cada día que, de ser percibidos, debieran despertar nuestro agradecimiento? Algo parecido sucede cuando tenemos alrededor nuestro un pozo del que creemos no poder salir. Eso trae desesperanza, ansiedad, un sentido agónico de indefensión…



Sin embargo, en ese pozo oscuro y aparentemente implacable, nuestra vida continúa, cada día es una esperanza de poder seguir adelante, es un regalo inmerecido, a pesar nuestro. Aun cuando pensamos que Dios nos ha abandonado, seguimos disfrutando de Sus bendiciones. Lo que trae desagradecimiento a nuestros corazones es, en el fondo, el enfado de pensar que Dios no nos ha dado exactamente lo que queríamos y que, por tanto, lo que Dios nos da simplemente no nos sirve.



No nos conformamos con lo que Dios sabe que es bueno para nosotros. Queremos lo que nosotros queremos, y si no, nos enfadamos o nos deprimimos. O simplemente nos imaginamos un Dios mezquino en nuestra cabeza en el cual no se puede confiar porque, al fin y al cabo, ¿qué nos ha dado hasta el momento? ¿Acaso somos más felices desde que le tenemos en nuestra vida?- se preguntan algunos.



Dios nos ha dado TODO en Cristo. En Él somos completos, personas que pueden vivir una vida plena en medio, incluso, de la dificultad y la más oscura de las tormentas. Pueden verse claros desde cualquier situación penosa nuestra aquí porque Dios no ha decidido abandonar este mundo a su suerte todavía, veámoslo o no. Y mientras así sea, podremos vivir aquí vidas que realmente merezcan la pena. Eso sí, diciendo “Gracias”.


 

 


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COMENTARIOS

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Respondiendo a

EZEQUIEL JOB
27/09/2015
04:37 h
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He aprendido de acuerdo a La Palabra que el agradecer a Dios por todo, solo lo hace el que que tiene el Espíritu Santo, donde el Señor Jesucristo mora dentro del cristiano(Ef5:18-20), cuando La Palabra (La Biblia) mora dentro del creyente(Col3:16-17). Entonces se tiene paz, gozo, y se siente aceptado, cuidado y acogido por Dios (Rom14:17)(Heb13:5-6). Por eso es importante siempre dar gracias a Dios por todo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo(Col3:17), caso contrario no habrá paz (Is 57:21)
 



 
 
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