"El criterio del adolescente tiene más peso incluso que el de aquellos a quienes ha obedecido ciega y voluntariamente hasta el momento y busca encontrarse, quererse y proyectar hacia fuera una imagen digna de sí mismo". Un fragmento de "Educar a adolescentes sin morir en el intento", de Lidia Martín (2012, Andamio).
Este es un fragmento de "Educar a adolescentes sin morir en el intento", de Lidia Martín (2012, Andamio). Puede ver un vídeo de la autora presentando el libro, y leer más información aquí.
La adolescencia de los hijos no es, qué duda cabe, un periodo fácil para ningún padre. Tampoco lo es para el adolescente. Perder esto de vista significa no comprender la verdadera envergadura del asunto (que no problema) que tenemos delante. Porque, sí, efectivamente, pocas palabras hacen que a los adultos nos tiemblen tanto las piernas como “adolescencia” y pocas otras generan en los chicos una revolución del calibre de esta.
Crisis de crisis, etapa en la que hay que reconstruir prácticamente desde el principio el edificio de la propia existencia o, al menos, hacerle serias revisiones. Situación ante la cual los adultos hemos de venir ya de vuelta para cuando ellos van. Y momento en que los adolescentes quieren ir más rápido que nadie en esa sensación de que el mundo es demasiado pequeño para ellos, de que son invulnerables y que van a descubrir lo que nadie más ha visto. Ellos no se conforman con el mundo conocido. Quieren más. No es una etapa fácil para ninguno y la “extracción sin dolor”, simplemente y para ser del todo realistas, no existe.
Para los unos, los padres, porque ven convertirse a su “retoño”, al que tanto cuidaron, mimaron y protegieron, en muchas ocasiones, en un ser prácticamente desconocido que poco cumple las expectativas que sus progenitores se habían hecho respecto a él. Elementos tan propios de la adolescencia como el deseo de libertad y autonomía, el cuestionamiento de la autoridad o la importancia que se le da al grupo de iguales se convierten en caballos de batalla ante los cuales los padres sienten permanentemente que han perdido y no sólo en el enfrentamiento aislado, sino la guerra completa.
En esos casos, la visión de túnel se apodera del “combatiente” y no parece ver el final a tanta complicación, a tanto desgaste y a un enfrentamiento permanente. Inmerso en esta visión, tampoco ve que el proceso de metamorfosis al que su hijo o hija se está viendo sometido, como ocurre con la oruga, da lugar, si todo transcurre con normalidad, a una preciosa mariposa con muchas más posibilidades y horizontes que el ser del que se partió. Esto, simplemente, no es tan perceptible desde el proceso del dolor y el ajuste al cambio.
Los padres se atrincheran en su desesperación, simplemente, según muchos entienden, se trata de esperar a que lleguen tiempos mejores y resignarse. No pocos, incluso, buscan con intensidad la manera de “renunciar”, al menos por una buena temporada y mientras pasa la tempestad, a eso de ser padres y preguntan en las consultas con bastante seriedad si no habrá alguna manera de hacer que esto sea posible. La respuesta, lo sentimos, es que NO, que no podemos apearnos del tren en plena marcha por mucho vértigo que nos genere y que dejar un tren de alta velocidad en manos de un inexperto tampoco es, a todas luces, la mejor de las decisiones. La adolescencia es una carrera de fondo en la que los corredores sufren de diferente manera; sí, todos ellos se ven sometidos a un desgaste brutal, pero también a increíbles compensaciones, tal y como sucedió en etapas anteriores de la vida a las que nos referiremos en algún momento a lo largo del presente libro.
Para los otros, los adolescentes, este periodo de transición tampoco es fácil ni agradable en absoluto. En él, no sólo se ven forzados por la biología a entrar en un terreno para el que no estaban ni preparados ni dispuestos (en definitiva, no han pedido ser adolescentes en ese momento y circunstancia particular de su vida), sino que además, constatan permanentemente que sus padres, probablemente, están menos preparados que ellos, incluso, para afrontar con serenidad y calma los retos que la adolescencia les presenta, que hoy particularmente son muchos y de tremendo calado.
El cuerpo cambia, las emociones se descontrolan, no siento que lleve las riendas de mi vida -diría cualquier adolescente que se precie- aunque quisiera agarrarlas con todas las fuerzas que tengo y poder dar respuestas a tantas preguntas que se me pide que conteste, cuando ni siquiera he tenido tiempo para asumir que ya no soy un niño, que no me encuentro como quisiera y que el mundo a mi alrededor no es consciente de que estoy en un punto en el que no quiero estar porque, simple y llanamente, no sé estar.
Para el adolescente, no se nos olvide esto, la “zona de confort” en la que estaba tan protegido y abrigado por su entorno, principalmente por sus padres, se acaba de la manera como la había conocido. Por supuesto que sigue recibiendo del medio una cierta protección, pero también buenas dosis de exigencia a las que debe dar una respuesta satisfactoria, no sólo para quien se la hace llegar, sino para sí mismo.
Porque a partir de la adolescencia, el “sí mismo” cuenta y cuenta mucho. Ya no “comulga con ruedas de molino” simplemente porque papá o mamá lo digan, sino que cuestiona la validez de los razonamientos y la fuerza moral de quien le manda. Su criterio tiene más peso incluso que el de aquellos a quienes ha obedecido ciega y voluntariamente hasta el momento y busca desesperadamente encontrarse, quererse y proyectar hacia fuera una imagen digna de sí mismo. Cumplir todos estos objetivos sin margen de error y con equilibrio, reconozcámoslo, es francamente difícil, más aún cuando quien dirige la nave es inexperto y ni siquiera conoce muy bien el lugar al que se dirige o el rumbo que debe tomar para llegar a puerto con éxito y sin morir en el intento.
Así pues, minimizar lo que significa la adolescencia para unos y para otros, constituye probablemente el peor error que podemos cometer en este sentido. Por supuesto que en esta etapa influyen muchísimos otros parámetros que no podemos obviar, desde el grupo de iguales, el centro y personal educativos, el momento social y cultural en que viven inmersos…, pero la familia sigue siendo el foro de más influencia, desarrollo y protección en una etapa como esta. La familia continúa teniendo un papel fundamental (…).
Este libro está escrito no sólo pensando en los padres u otros adultos, sino también en los adolescentes y para los adolescentes. Ellos son los principales beneficiarios, aunque de manera indirecta y es cierto que en todo momento me dirijo a los padres. Pero quizá ellos, los chicos, también pudieran, a través de estas páginas, entender algo más de lo que les pasa, de lo que transcurre a su alrededor, y encontrar pistas que les sirvan en su propio ajuste personal (…)
Con este libro, pretende cubrirse una necesidad creciente y cada vez más manifiesta desde todos los frentes posibles. Tanto familias como profesores y entorno social claman por perspectivas comprensibles y prácticas para afrontar la adolescencia de sus chicos. Los propios jóvenes adolescentes, aunque sin verbalizarlo de la misma forma por sus propias características de edad, piden a gritos que se comprenda más y mejor la etapa por la que están pasando.
No piden tanto una comprensión intervencionista de soluciones eficaces para que su adolescencia deje de ser un problema, sino que exigen que se les entienda, que se les respalde y que se les ayude, cosa que, al contrario de lo que piensan muchos adultos, es posible y recomendable. No se trata en este libro tanto, entonces, de suministrar fórmulas mágicas que constituyan la panacea (aunque proporcionaremos sugerencias prácticas para algunas cuestiones), sino que el objetivo es principalmente contribuir a que unos y otros comprendan mejor de qué se está tratando este asunto de la adolescencia y cómo podemos, a través de esa comprensión, acercar posiciones de manera práctica, madura y constructiva (…).
Para quienes creemos que hay un diseño maestro detrás nuestro es de tremenda importancia seguir teniendo en cuenta consideraciones que, no solo creemos de valor e interés desde una perspectiva educativa, sin más, sino que, estoy convencida, son intemporales y de maravillosa utilidad para cada una de las crisis por las que atraviesa la familia, incluida la adolescencia. Así, en mi mente al escribir estas líneas no me mueve sólo un enfoque social (porque soy persona y vivo en este mundo que nos rodea), no sólo psicológico (por la profesión que desarrollo), sino también bíblico, cristiano y con una aún mayor trascendencia (porque creo que, desde ese prisma, hay también un mensaje para los adolescentes y los adultos que les rodean que no ha cambiado a lo largo de generaciones y que constituye una base de principios firmes y sólidos sobre los cuales construir).
En mi ánimo está, al escribir este libro, que te apropies de todo lo que consideres útil y clarificador para tu vida. Aquello que no compartas, obviamente, mantenlo en un segundo plano. Pero principalmente te insto a que te acerques a este planteamiento sobre la adolescencia con una mentalidad abierta y ávida de novedades… tal y como lo haría un adolescente.
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