El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Solamente huyendo de la superficialidad que parece caracterizar buena parte de nuestras relaciones y reflexiones, podemos hallar sentido a la agonía que nos alcanza.
María del Carmen Rodríguez estuvo al borde de la depresión tras la muerte de su único hijo, sin embargo, el consuelo de Dios llegó para restaurar su vida laboral y ministerial.
Mariam lucha con el dolor tras el asesinato de su marido a manos de extremistas islámicos en Egipto, pero no lo hace sola.
La Iglesia puede y debe ser un lugar donde las personas puedan hablar sobre la pérdida de su negocio, su frustración y confusión sin ser presionadas a explicarlo.
A todos nos parece que nuestro dolor tiene algo de peculiar, y sobre todo por el hecho de ser propio. Es al observar esta vida que, necesariamente, debemos comprender que solo somos un grito del coro de voces.
Algo que venía guardando por años tuvo que salir en aquellos momentos dolorosos para una madre desgarrada por la pérdida.
La angustia de Jesús fue el medio de curar la nuestra.
Es imperativo resaltar que, a diferencia de los de Cristo, nuestro dolor ni nos salva ni contribuye a expiar nuestros pecados. Pero, en el padecimiento con él, nos identificamos con Él.
No podemos impedir que otras personas nos hieran, de una manera intencionada o no, pero sí podemos decidir cómo reaccionar a esas heridas.
El dolor inmerecido de Jesús fue el que transformó la historia. Su muerte nos dio vida a nosotros.
Aunque pasemos por momentos de dolor sabemos que Dios no sólo está a nuestro lado, sino que nos fortalece siempre.
Dios quiere reconstruir tu vida, transformar el pasado y poner paz donde solo existe tormento.
Un accidente aparatosísimo y extremadamente grave le estaba esperando. El curso de su vida daría un giro inesperado sin previo aviso.
¿Hay un llanto que nos renueve y que nos motive a la acción, a la denuncia contra toda opresión y a la búsqueda de justicia?
Es liberador asumir que lo que siento o percibo en medio de mi dolor puede que no sea la verdad absoluta.
Se nos llena la boca hablando del amor de Dios. Sin embargo, a causa de las penas y los momentos malos perdemos la fe culpándole de todos nuestros pesares.
Porque somos humanos y todo lo humano se puede tratar, para nosotros son importantes las historias que reflejan nuestro dolor y, al mismo tiempo, nos recuerdan que podemos ser amados, perdonados e incluso salvados.
Como cristiano, Mr. Rogers nos presenta un ejemplo de fe en alguien que no sólo ora por las personas y lee la Biblia de rodillas, sino que cree en un Dios encarnado, que ha tomado nuestro lugar.
Cada uno de nosotros está roto de diferentes maneras. Cada uno de nosotros alimenta diferentes expresiones de arrogancia y prejuicio. Un artículo escrito por diferentes líderes mundiales del Movimiento Lausana.
La convivencia con la muerte se ha vuelto especialmente patente durante la epidemia. Pero, ¿qué hay de sus efectos?. “En el duelo no hay solo dolor, hay amor”, dice el psiquiatra evangélico Pablo Martínez Vila.
¿Qué hacemos cuando la vulnerabilidad nos da una bofetada, se adueña de nuestras entrañas y nos fuerza a reconocernos insuficientes, desnudos y desarmados?
¿Dónde está Dios en medio de la confusión y el dolor de la pérdida?
Como muchos creyentes, el personaje de esta obra se siente perplejo ante la relación que muestra la Biblia entre ciertas plagas y el juicio de Dios: ¿se puede aplicar eso a cualquier epidemia hoy en día?
“Nadie sabe el problema que he pasado”, dice el góspel tradicional del siglo XIX. Y su versión del XX añade: “Nadie sino Jesús”.
El sufrimiento humano es el trago amargo que desearíamos no beber. Idealizamos un mundo perfecto, ajenos a su presencia. Buscamos ganarle la partida, pero aunque la ciencia haya logrado mitigar algunos de sus embates, frente a la vida y a la muerte, el sufrimiento sigue floreciendo.
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