Porque somos humanos y todo lo humano se puede tratar, para nosotros son importantes las historias que reflejan nuestro dolor y, al mismo tiempo, nos recuerdan que podemos ser amados, perdonados e incluso salvados.
Más que un género, pienso que el drama es una necesidad. Y digo esto sin ánimo de sentar ningún precedente de análisis sociológico para esta columna que tiene la intención de limitarse a establecer conexiones entre la cultura popular audiovisual contemporánea y una cosmovisión cristiana. Pero sí lo digo con la convicción de que, como seres humanos, necesitamos que nos expliquen, y también explicar, historias. Precisamente, porque las historias tienen que ver con los seres humanos y, por lo tanto, también constituyen una parte fundamental de la dimensión de nuestra naturaleza, de cómo hemos sido creados y de cómo nos relacionamos.
Esta idea la he escuchado en clases de Periodismo en la universidad, la he leído en columnas de opinión de autores creyentes y seculares (en el caso de estos últimos, obviando la referencia al hecho de ser seres creados, claro), la he visto referenciada en libros de teología y proclamada en películas. La última vez fue en A beautiful day in the neighborhood, donde el Mr. Rogers interpretado por Tom Hanks asegura: “Todo lo humano es mencionable, y lo humano es manejable”. Necesitamos historias que, entre otras cosas, nos hagan recordar que, como humanos, se nos puede tratar, recomponer, amar, perdonar, ayudar y también salvar.
Lamentablemente, con la necesidad también se genera la explotación, y bajo el calificativo de ‘drama’ hay un océano de errores y de horrores que perfectamente se podrían haber evitado. “Hoy hay mucho entretenimiento que nos desplaza fuera de nosotros mismos, que nos mantiene ocupados en cuanto a tener que sentir algo más, o tener que confrontar cualquier cosa”. Hace poco leí esta afirmación que, a pesar de poder considerarla cierta, podría pasar de largo de no ser por su contexto. Era una de las respuestas de Mark Ruffalo a una entrevista con motivo de la miniserie I know this much is true, estrenada por HBO en mayo de este año, de la que el actor no es solo el protagonista, en el papel de su vida, sino también uno de los productores ejecutivos, juntamente con Wally Lamb, autor de la novela homónima en la que se basa la historia.
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La historia en sí no es nada nuevo que no se haya contado o imaginado ya. Y creo que eso hace mayor el reto, el hecho de querer explicar algo que, aparte de los matices, puede resultar común y conocido. Con tintes de buen drama familiar, algo que me ha recordado en algunos momentos a Manchester frente al mar pero con una carga reflexiva más sofisticada en su casa, que acaba apelando a algo que puede encontrarse en cada ser humano, I know this much is true es el relato de la búsqueda de unos orígenes que se remontan a una complicada ascendencia multicultural y, a la vez, de diferentes problemas habituales, como la del cuidado de una persona dependiente o el fracaso amoroso, que se van agudizados por por una identidad intranquila y repleta de lagunas.
[photo_footer]'I Know this much is true es un drama familiar en el que un hombre trata de conocer el origen de su familia mientras afronta sus problemas actuales. / Fotograma de la serie, HBO.[/photo_footer]
El abuelo, el primero en emigrar a Estados Unidos, confunde la estabilidad con una ambición desmedida que solo lo conduce al desamor. Un madre sola con dos gemelos monocigóticos (idénticos), uno de los cuales sufre una esquizofrenia que se va agravando con los años, un padrastro especialmente severo, y el transcurso de una vida llena de dificultades que parecían no poder ser esperadas pero para las que siempre hay una decisión previa.
Salomón hablaba en Eclesiastés de un dolor especial ante la contemplación de los sinsentidos en la vida, el hastío. Sin embargo, no es ese el término del que echa mano I know this much is true, sino que creo que encaja mejor con la “angustia de espíritu” y la “amargura de alma” desde las que hablaba y se quejaba Job (7:11). Como historia, como drama, cumple bien su propósito de explicar unos matices que requieren de una narración ordenada para poder ser reconocidos, y un contexto general en el que puede resultarnos más o menos fácil identificarnos. De manera que es posible dejarse sorprender por manifestaciones de sufrimiento que, quizá, aún no hemos experimentado, pero sí reconocernos en el marco general de unos personajes que vagan en una existencia que, aún repleta de bellos recuerdos y de experiencias que nos hacen sonreír (y gracias), sigue estando marcada por lo general del dolor. Si es que vivimos, claro.
[destacate]El valle de sombra y de muerte es real. Ya lo hemos conocido y no podemos olvidar que allí también nos pastorea Dios.[/destacate]Y entonces es fácil acordarse de David, y del Salmo 23, contando las bendiciones del reposo, el confort, la guía y el descanso que que experimentaba en una relación de pastoreo con Dios. Y cómo, a pesar de todo (y no por impotencia, sino por realismo), reconocía que siempre había cerca un valle de sombra y de muerte. ¿Qué es lo que nos causa tristeza hoy? ¿Qué es lo que “angustia nuestro espíritu” y “amarga nuestra alma”? El valle de sombra y de muerte es una realidad que ya hemos conocido y no podemos olvidar. A veces nos pesa el hecho de querer esconderla o de esforzarnos en pensar, ingenuamente, que no se va a repetir.
Ruffalo interpreta a los gemelos Dominick y Thomas en un singular binomio que incluye la depresión y la esquizofrenia, el aislamiento por voluntad y el que es impuesto, el deseo de no mostrar amor y la incapacidad de hacerlo. Una historia en la que, en palabras del propio actor, se ha trabajado para “desarrollar las partes oscuras que todos tenemos en el cerebro”.
[photo_footer]La serie, basada en una novela de Warry Lamb, corresponde a un trabajo de seis años. / Footograma de la serie, HBO.[/photo_footer]
Es cierto que la forma en la que manifestamos esas “partes oscuras” son diversas y las consecuencias y las situaciones que generan no son las mismas. Pero conocemos bien el fracaso que supone vivir evaluando únicamente las acciones y no las motivaciones que hay tras ellas. Por eso, en el texto del evangelio encontramos a Jesús enseñando que no hace falta matar a alguien para ser culpable de odio, y que no hace falta mantener una relación sexual fuera del matrimonio para cometer una infidelidad. Son nuestros corazones (me pregunto si me estoy refiriendo a lo mismo que Ruffalo cuando habla de ‘cerebro’) esos dramas latentes de donde provienen nuestro dolor y la realidad de que siempre está cerca el valle de sombra y de muerte.
No me parece casual que el guión de la serie acabe apelando a la necesidad de encontrar verdad en ese lugar, en el valle de sombra y de muerte, y al consuelo que supone el hacerlo. “No soy un hombre especialmente inteligente”, dice Dominick, mientras pinta la fachada de una casa. “Pero un día, por fin, salí de ese bosque oscuro en el que vivía yo, mi familia, el pasado de mi país, y sujeté con fuerza tres verdades: que el amor se intensifica con el perdón, que de la destrucción surge la renovación, y que Dios existe y lo vemos cuando nos relacionamos con los demás. Eso es una verdad innegable”.
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Los humanos tenemos necesidad de historias, que no ficciones. Porque, insisto en citar a Mr. Rogers, “todo lo humano es mencionable, y lo humano es manejable”. Y, ¿acaso no es eso también un reflejo en nosotros de la imagen de un Dios que se ha dado a conocer de forma personal y cercana? También en eso, en nuestra necesidad de historias, podemos encontrar la imagen de un Dios que no se ha limitado a narrar, sino que en Jesús ha asumido una personalidad única para manejar y resolver nuestra historia particular.
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