La sociedad paliativa es, además, la sociedad del “me gusta”. Es víctima de un delirio por la autocomplacencia. El “like” es el analgésico del momento presente. Nada debe doler.
La relación que tenemos con el dolor revela el tipo de sociedad en la que vivimos. Toda crítica social tiene que desarrollar su propia hermenéutica del dolor. Hoy impera por todas partes la “algorofobia” o fobia al dolor que acarrea una anestesia permanente. Se trata de evitar todo estado doloroso. No es casualidad que hace algún tiempo el “algólogo (experto en dolor) David B. Morris comentara: Los norteamericanos actuales probablemente forman parte de la primera generación en la Tierra que considera la existencia sin dolor una especie de derecho constitucional. Los dolores son un escándalo. Sin duda, estas palabras podrían ser aplicadas a toda la sociedad occidental.
La sociedad paliativa es, además, la sociedad del “me gusta”. Es víctima de un delirio por la autocomplacencia. El “like” es el analgésico del momento presente. Nada debe doler. La propia vida tiene que poder subirse a Instagram, es decir, carecer de aristas, de conflictos y de contradicciones que pudieran resultar dolorosos. Como en el cuento de Andersen “La Princesa y el guisante”, cada vez se sufre más por menos. Si desaparece el doloroso guisante, entonces la gente comienza a sentir dolor porque los colchones son blandos.
El dispositivo neoliberal de felicidad se encarga de que cada uno se ocupe solo de sí mismo, en lugar de cuestionar críticamente la situación social. El sufrimiento, del cual sería responsable la sociedad, se privatiza y se convierte en un asunto psicológico. Lo que hay que mejorar no son las situaciones sociales, sino los estados anímicos. La soledad, la falta de experiencia de cercanía y el rampante individualismo actúan como amplificador del dolor universal. En el fondo, lo que más les duele a las personas es, justamente, el persistente sinsentido de la vida misma (“La Sociedad Paliativa”. B. Chul Han).
Cuando mi nieta Vega (3 años) ve sufrir a su hermanito Luca (18 meses) encuentra un camino para consolarle que se encuentra más allá de lo programado: cariñosamente, su mano se acerca tocando cuidadosamente allí donde duele. De este modo, la pequeña samaritana se convierte en el primer y mejor médico para obrar la sanidad de su hermano. Entre él y el dolor se interpone la sensación de “ser tocado” por una mano que ama, que se implica afectivamente, que cuida y que le hace bien, de tal manera que el dolor se retrae cuando se vive esta experiencia.
¿Existe otro modo de entender y vivir el dolor? ¿Es posible traer salud en medio del sufrimiento? ¿O es algo que resulta irreversible para la condición humana?
“De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él, y si un miembro recibe honra, todos los miembros con él se gozan. Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular”. 1ª Co. 12:26-27
Tenemos la necesidad y la responsabilidad de compartir el dolor en la comunidad cristiana, pero también el derecho de esperar empatía a nivel comunitario. Cuando uno “padece, todos los miembros sufren con él”. La palabra “doler” significa: “Padecer-con”, “Co-afligidos”, “Co-heridos”. Pero esta experiencia no es un regalo, sino un proceso de aprendizaje de toda la vida del cuerpo. Es necesario trabajar unas relaciones interpersonales que construyan redes:
Redes de relación física. Es preciso que busquemos y encontremos tiempo y lugar para dialogar, abrir nuestro corazón y aprender a enseñarnos unos a otros las heridas del camino. No somos “islas”, ni debemos vivir como si lo fuéramos.
Redes de relación afectiva. Es necesario que edifiquemos vínculos de cercanía emocional. Somos llamados no sólo a “cohabitar”, sino a convivir, es decir, a compartir la vida de tal modo que aprendamos a desnudar nuestro dolor y al mismo tiempo a ser sensibles ante el que padecen los otros.
Redes de relación espiritual. Somos llamados interceder. Cuando nos ponemos los unos a los otros en el altar de la oración nace una nueva mirada de misericordia compasiva, de comprensión y de amor que nos hace salir del perímetro de nuestras seguridades para abrazar al prójimo en medio del sufrimiento en la presencia del Señor.
Como en la historia de nuestros nietos, cuando entre nosotros y el dolor se interpone la sensación de “ser tocados” por una mano que ama, que se implica afectivamente, que cuida y que hace bien, el dolor se retrae porque el encuentro con el otro produce consuelo, paz y sanidad. Cuando nos hacemos conscientes de que no debemos escapar de nuestro dolor, sino que podemos ponernos en movimiento unidos a otros en la búsqueda común de la sanidad, desde la guía del Espíritu, entonces esos sufrimientos se transforman, de expresiones de desilusión y desánimo, en signos de esperanza porque experimentamos que la gracia de Dios nos acoge, libera y salva. Soli Deo Gloria.
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