La vida duele

 Asegúrense de que a nadie le falte el amor de Dios; de que ninguna raíz amarga brote y cause problemas y envenene a muchos. (Hebreos 12:15) 

Has sido zarandeado por la vida: un matrimonio que prometía ser idílico acabo convirtiéndose en un campo de batalla. Ese padre que debió protegerte fue tu peor enemigo. Un ayer lleno de complejos te persigue. Una infancia apartada de una madre a la que poder abrazar. Recuerdos de juventud teñidos de desencanto. 

Para poder avanzar es necesario abandonar el resentimiento. Extender los bazos hacia el perdón, dejar que Dios actúe, que obre allí donde piensas que nadie puede llegar. Permitir que Él introduzca su mano sabia en ese desmadejado corazón y ¡Voila!, se produzca el milagro de la transformación. 

Crees que es imposible, yo a veces también lo creo.  

La vida duele. El pasado parece tener un desmesurado interés por perseguirnos, no está dispuesto a cesar en su intento de arruinarnos el presente. En ese estado de confusión preguntas: ¿Podrá Dios enmendar todo esto? ¿Sanará este roto corazón? 

He descubierto que, si deseas que Él lo haga, lo hará. Debes acercarte confiadamente permitiendo que sus palabras sean ese bálsamo que tanto ansías, ese ungüento que extendido sobre tu herida produzca el milagro. 

Él quiere reconstruir tu vida, transformar el pasado y poner paz donde solo existe tormento. 

Él aguarda para mostrarte una nueva senda por la que poder caminar. Un sendero que te ayudará a alejarte del camino espinoso por el que aún transitas. 

Él te invita a perdonar, a que sueltes esa soga que te ata a ese espacio amargo, a ese instante vergonzoso, a esa persona que te humilló, utilizó, hundió. 

El perdón libera, y cuando somos libres nuestro corazón es otro, se convierte en un órgano diferente, bombea con una fuerza nueva y hace que cada latido sea una expresión de agradecimiento hacia aquel que lo ha hecho libre.