Llorando por el mundo

¿Deberían los cristianos, de alguna manera, llorar por el mundo? ¿Existen en el mundo hoy profetas que lloren por el mundo? Cuando hoy vemos tantas y tantas tragedias, tantos y tantos sufrimientos, un escándalo tan grande en el mundo como es la pobreza, cuando vemos un pueblo de espaldas a Dios, presa del egoísmo, de malvadas acumulaciones en algunos casos, de tan desiguales repartos de los bienes del planeta tierra, esclavos de la injusticia y la opresión, ¿nos dan ganas de llorar por el mundo? ¿Hay un llanto que nos renueve y que nos motive a la acción, a la denuncia contra toda opresión y a la búsqueda de justicia? 

¿Puede haber un llanto de la iglesia por el mundo? ¿Podemos cubrir con nuestras lágrimas un mundo caído y cruel? ¿Podemos llorar por el mundo? Si Jesús lloró sobre la ciudad de Jerusalén, ¿Tendría sentido nuestro llanto por el mundo? ¿Puede haber una denuncia de la maldad envuelta en lágrimas? ¿Lloraba el profeta Jeremías o, en cierta manera, era Dios llorando por el mundo a través de su siervo? ¿Hay lágrimas solidarias que nos mueven y motivan a la acción, a ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor?

Quizás sea más fácil llorar por el mundo todos aquellos que viven la espiritualidad cristiana no solo mirando al cielo y esperando recibir recompensas celestiales, sino todos aquellos que, además de vivir la espiritualidad cristiana pendientes de lo eterno, la vive también en solidaridad con los que sufren, con los proscritos, con los oprimidos e injustamente tratados, el que empatiza con el dolor del prójimo y se identifica con él.

¿Será consciente hoy la iglesia de que también puede regar con lágrimas el mundo, unas lágrimas solidarias que la lance al mundo con la mano tendida de ayuda, o nuestras lágrimas las vemos más bien de gozo por la recompensa que nos espera? ¡Llora, iglesia, llora, imitando al profeta Jeremías! Quizás te encuentres con las lágrimas del Maestro contemplando el sufrimiento del mundo. 

Jesús lloró sobre la ciudad, pero hoy las problemáticas son tantas, la separación entre ricos muy ricos y pobres muy pobres se agranda tanto, el hambre, la miseria, la falta de medicinas, la poca capacitación de muchos es tan enorme, que nos debería avergonzar y hacernos llorar por el mundo entero. Hoy la exclusión se puede dar en los campos, quizás con terrenos devastados y agotados por las grandes multinacionales que esquilman a los pobres para llevar sus escaseces a las mesas de los ricos, al igual que se puede dar en las grandes urbes de consumo desmedido. 

Yo os diría que el hombre en el mundo no tendrá dignidad humana mientras existan estas insolidaridades, estos escándalos, esos focos de marginación que reducen a más de media humanidad al no ser de la exclusión social en un mundo en el que podría haber alimentos suficientes para todos.

Así, si lo sientes, si tu vivencia de la espiritualidad cristiana empatiza como debe ser con los sufrientes de la tierra, si puedes contemplar las estructuras de maldad y las injustas estructuras de poder económico, así como las muchas violencias del hombre contra el hombre, llora. Dale salida a tu llanto por el mudo. No es ni una vergüenza ni una debilidad. Puede ser un llanto redentor que te habilite para ser esa especie de agente de liberación del Reino de Dios en el mundo.

Mira al profeta Jeremías que se convierte en plañidera y llama a todos aquellos que pueden ejercer este triste, pero honesto oficio: “Llamad a las plañideras… deshagamos nuestros ojos en lágrimas, y nuestros párpados se destilen en aguas”. En el mundo hay demasiados problemas, opresiones, empobrecimientos, exclusiones, hambre e injusticias. Son tiempos de tristezas. Sólo puede llorar el que sufre el problema del otro como si de su propia carne se tratara. 

¿Podrá llorar el creyente? ¿Podrá llorar la iglesia como comunidad? ¿Será Jeremías un símbolo de las lágrimas de Jesús? ¿Será el profeta, ahora convertido en plañidera, un símbolo de las lágrimas de Dios por el mundo? El llanto de Jeremías quizás sea tanto el llanto de Dios por el mundo, como el llanto del hombre creyente por su prójimo sufriente. Ambos caminan juntos por los focos de sufrimiento.

Quizás los que viven presa del consumismo, de las riquezas, del disfrute de los bienes y servicios del planeta casi sin límites, tenga seco el pozo de las lágrimas para derramarlas por estos temas que estamos tratando. Quizás esta sea su filosofía y su canción: “Alma mía, muchos bienes tienes almacenados. Come, bebe y regocíjate”, pero no habrá hecho nada más que terminar su canción insolidaria o canción de muerte, cuando ya sonarán las palabras de Dios: “¡Necio! Esta noche vendrán a pedirte tu alma. ¿De quién será lo que has almacenado?”.

Tengamos empatía con los que sufren, lloremos por ellos y con ellos, seamos los pies del Señor en medio de un mundo injusto, impío y de dolor. Entendamos al profeta Jeremías que no es el profeta “llorón”, dicho así con simpleza e irreflexión como algunos hacen. Quizás los excluidos del mundo necesitan de nuestro llanto, un llanto que se a la vez un clamor por la justicia, un grito de denuncia, de solidaridad y de amor.