Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

No es ver para creer, es creer para ver. Es creer que Dios ya está actuando en mi situación y con el tiempo y en el momento oportuno podré verlo y experimentarlo. Pensar que Dios está actuando no es placebo, no es una sugestión para disfrazar esta vida sucia llena de dolor. La realidad es esa misma, es Dios actuando en mi vida, pero ¿por qué no puedo verlo? ¿por qué no puedo experimentarlo?

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Mateo 27:46. El mismísimo Jesús preguntando "¿Por qué?" sintió la ausencia de Dios en el momento más desesperante de su vida. Sus emociones eclipsaron la realidad, la presencia de Dios inundándolo todo. Fue su vivencia más extrema, la más sumergida en las entrañas del mal, donde se limitó, se impregnó de humanidad, tanto, que miró como yo miro, sintió como yo siento. Una percepción atrofiada, distorsionada, cegó a Jesús hasta tal punto que lo que sentía no estaba alineado con la realidad. ¿No es esa una descripción de mi humanidad? Es liberador asumir que lo que siento o percibo en medio de mi dolor puede que no sea la verdad absoluta, que debo esperar a estar más serena para interpretar mi historia desde otra perspectiva.

Dice Isaías: “¿No te das cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados” Quizás no, no me de cuenta porque mi búsqueda no es efectiva. Si mi foco está constantemente sobre la situación que vivo estoy perdida, posiblemente la primera lectura que haga sea esa distorsión, un Dios ausente.

He pasado un año difícil y ¿Quién no? Una pandemia nos ha dejado desarmados, faltos de recursos, heridos y en un escenario para el que nadie nos había preparado.

Le he preguntado tanto a Dios “¿Dónde estás?” tanto, que mi relación con él se limitó a oraciones desesperadas anhelando sentir un consuelo que parecía que nunca llegaba. “El que busca encuentra” dice de nuevo la Biblia. Sé a quien buscaba pero lo hacía en lugares equivocados, el lamento me incapacitaba, se quedaba estancado en una espiral de rabia que cerraba la puerta al único camino para encontrar la respuesta.

En un primer vistazo este mundo grita sin compasión que Dios está ausente, que no se preocupa. Como aquellos discípulos de camino a Emaús, completamente desesperados, habían perdido el sentido de seguir a Jesús, él había muerto y recorrían el camino justo hacia el otro lado, tratando de alejarse de la realidad que les abrumaba, les bloqueaba y les transmitía que ya estaba todo perdido. Caminaban dando la espalda a los tres años más impactantes de sus vidas en la presencia de Jesús, del salvador. Aquel que decía ser la luz del mundo ahora parecía haberse apagado, la supuesta realidad que se imponía delante de ellos era esa, Jesús estaba muerto, no había nada que hacer.

Como pasó con aquellos discípulos, mi camino se hace cuesta arriba, me da la impresión de que Jesús ya no está a mi lado ¿ya no hay nada que hacer? Recuerdo momentos en calma donde él parecía contestar mis oraciones, parecía presente, le sentía y experimentaba. Ahora no le veo, no le siento, no le reconozco.

"...Jesús mismo se acercó y empezó a caminar con ellos. Pero, aunque le veían, algo les impedía reconocerle". Lucas 24:15-16

Como también pasó con ellos, estoy segura de que Jesús sale a mi encuentro, pero no puedo reconocerle en el camino. Mis ojos están velados, el dolor me abruma y se apodera de mis sentidos bloqueándolos y deformando mi percepción de la única realidad, Jesús está conmigo aunque no lo sienta.

¿No son mis ojos mucho más limitados que los suyos? ¿No son mis emociones las que pueden distorsionar mi percepción? No sé trata de sentir, se trata de creer, orar, leer y memorizar, darle una alternativa a la oscuridad de mi alma. La única alternativa que la salvará de este mundo sucio de maldad. Solo la palabra es la medicina. Aunque parezca que contradiga la propia realidad. El poder de la palabra un día quitará la venda de mis ojos y podré ver lo que él ya está haciendo aunque ahora no lo vea, caminar a mi lado.

"Los dos hombres (del camino de Emaus) se dijeron entre sí: —¡Con razón sentíamos que el corazón nos ardía de emoción cuando nos venía hablando y explicando las Escrituras en el camino!" Lucas 24:32

Después de escuchar su palabra lo reconocieron.

Tu palabra también abrirá mis ojos a la realidad de tu presencia, de tu compañía eterna en el camino.

Puedo llorar, puedo patalear, enfadarme y preguntarle de nuevo "¿Dónde estás?" Está aquí. Jesús no sigue clavado en esa cruz. Jesús ha resucitado para mí. Si me recreo en su ausencia me perderé los privilegios de su presencia. Aceptar esta enseñanza me alivia, asumo que soy humana, que debo creer para ver. Debo buscar en el lugar correcto. Leer la Biblia cambiará mi historia, solo el poder de la palabra me salvará hasta de mí misma.