El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Hay que potenciar la acción y la presencia evangélica extramuros de la iglesia.
De los auténticos seguidores de Jesús, nunca se podrá decir que, estando abiertos a la luz de Dios y arrobados por ello, queden cegados ante lo humano.
El salmo 8 muestra una línea en su pregunta/respuesta, que marca la consideración que se puede tener del hombre en todos los aspectos humanos.
El cristianismo no puede ser olor a cirio y sacristía, sino olor grato del amor sincero y servicial al prójimo.
Los escritores evangélicos son púlpitos, plataformas de comunicación de conceptos que, en muchos casos, pueden ser liberadores.
Hay esperanza, hay luz al final del oscuro túnel de muchos de los acontecimientos históricos.
No entraremos en pánico, no tendremos el corazón encogido. El mensaje de la Navidad nos empodera para que seamos manos tendidas de ayuda a aquellos que nos necesitan.
Han pasado ya veinte siglos desde que nació el Maestro y aún no hay lugar en los mesones de la vida.
En época de Adviento y aproximándonos a la Navidad, comprobamos la experiencia de un Dios que no puede dar la espalda al mundo porque es amor.
Nos recreamos de forma superficial en esos belenes, bueyes y mulas, sin entrar en la entraña del fuerte, duro e importante mensaje navideño.
Todo cristiano debería hacer una reflexión para ver si su espiritualidad porta cadenas de esclavo o, realmente, es libre en la vivencia de los auténticos valores del Reino.
Usemos la fuerza de la Palabra, de la denuncia, de la solidaridad y amor entre los hombres.
El compromiso cristiano debe ir mucho más allá del posicionamiento del líder que busca el poder o la fuerza de los votos.
Sin amor a Dios, no puede haber auténtico amor al prójimo. Sería un amor que dependería solamente de las fuerzas humanas sin el apoyo que nos da el amor a Dios para entender el amor al prójimo.
Muchos practican la religiosidad que han aprendido, la que les van enseñando y mostrando sus líderes, sin tener jamás preocupaciones por la justicia y la misericordia.
Quizás, fuera de la utopía, estamos condenados a un materialismo más o menos burdo, al comamos y bebamos que mañana moriremos.
Jesús, uniendo lo trascendente y el amor al hombre en su aquí y su ahora, nos dice: “Yo he venido para que tengáis vida y para que la tengáis en abundancia”.
Se nos reclama, bíblicamente, el uso de la palabra, hablada o escrita. Una palabra que explote en forma de denuncia, de grito por solidaridad humana.
Según la Palabra, no todo consiste, para la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, en el cumplimiento de las prácticas que nos pueden hacer caer en rutinas y vivir un cristianismo lleno de preceptos.
La Palabra es para hacerla vida en nosotros, y que esto repercuta en auténticas realizaciones sociales, por amor al prójimo.
¿Puede existir en el mundo una iglesia que se mueve fuera de los templos, o eso es un imposible?
Hoy debemos tener claro que creer ya es comprometerse con el prójimo.
Aunque creamos en la salvación por gracia, en nuestra relación con el mundo nos guiamos por la ley del mérito.
El desprecio puede ser algo tan oculto que se puede cubrir hasta con el lenguaje religioso.
Peligro de todas las idolatrías: Querer convertir en dioses cosas terrenales.
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