La gracia versus el mérito

Es difícil en el mundo actual vivir aceptando la gracia, el don gratuito de Dios, en un mundo en el que nos machacan continuamente mensajes que nos hablan del mérito. El continuo golpeteo de nuestra sociedad concienciándonos de que todo se compra con dinero, que todo se hace con esfuerzo y mérito, hace que muchos creyentes se posicionen también en la ley del mérito y no en la gratuidad de la gracia, aunque la gratuidad de la gracia, como diría Dietrich Bonhoeffer, nunca puede ser la gracia barata, sino la gracia que nos convierte en las manos y los pies del Señor en un mundo de dolor.

Sin embargo, aunque si nos preguntaran si la salvación es por gracia o por mérito, responderíamos, inmediatamente, que por gracia, un don gratuito de Dios, esto, muchas veces y en muchos sentidos, no se traslada a la manera de vivir en nuestro mundo de trabajo, negocios, de escalada social, de querer ser competitivos y el deseo de ir progresando en la vida. Aquí, aunque creamos en la salvación por gracia, en nuestra relación con el mundo nos guiamos por la ley del mérito.

Así, se puede vivir en una esquizofrenia espiritual en la que aceptamos la gracia, pero continuamente estamos trabajando la ley del mérito social. Quizás, la aceptación de la gracia, del don de la salvación, nos debería llevar a tener unos estilos de vida en el que no estuviéramos condicionados por la ley del mérito, la escalada social, el ser competitivos y triunfadores apoyados en nuestros propios esfuerzos. También, en nuestra vida social, comunitaria, de trabajo y otros, deberíamos intentar, también, vivir la gracia, los dones gratuitos de Dios que nunca se van a fundamentar en escalar incluso a costa del bienestar de otros, en la búsqueda de la riqueza como prestigio, el tanto tienes, tanto vales, el almacenar y trabajar por la ganancia excesiva. Todo esto no está en línea con la confianza en la gracia de Dios.

¡Qué bonita es la gracia también en los profetas trabajando líneas socio-evangélicas! “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprar y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche”. (Isaías 55:1). Es la misericordia gratuita de Dios para todos.

También debemos vivir en la gracia, en la gratuidad de Dios y no por la ley del mérito, incluso en nuestras relaciones diarias en el mundo del trabajo, la interacción con el mundo, la sociedad, los vecinos y nuestros ambientes en general. Un creyente debería tener serias dificultades para vivir en una sociedad que proclama la ley del mérito al igual que lo hacen los que no tienen esperanza. Hay que guiarse, en todo lo que somos y lo que hacemos, por la gratuidad de la gracia y de la provisión de Dios.

Vivimos en un mundo, cuya lógica, nunca va a ser la gracia, el don gratuito. Un mundo que tiene unos valores en contracultura con los valores bíblicos, los valores del Reino. Todo nuestro sistema mundo, tanto el mundo de la política, como el de la economía como toda nuestra estructura social, está montada en la ley del mérito y, por lo general, los creyentes aceptamos vivir en medio de esta meritocracia que es lo que mueve a los que tienen esperanza. En nuestro sistema mundo no hay misericordia gratuita ni en lo político, ni en lo social ni en lo económico. Espero que lo haya en el mundo de la religión en el que se mueven los creyentes que debería estar impregnado de una ética y una moral no basada solamente en el mérito y en el beneficio temporal.

¿Qué confianza puede haber en la gracia, en un mundo con un estado de cosas montado en el beneficio y en la rentabilidad, en la alabanza y el prestigio de los que más mérito tienen para conseguir la acumulación desmedida de bienes? Seguro que los acumuladores del mundo, los así llamados triunfadores, no lo son por haber confiado en la gracia y en la misericordia gratuita de Dios que nos abre a la misericordia para con el prójimo.

Existe en todo esto un peligro para los creyentes. Que caigamos en la lógica de la vida y la salvación a través de la ley del mérito. Que pensemos que hemos cumplido con el ritual, con la asistencia a los cultos, con el donar con nuestros diezmos y ofrendas, en orar y alabar… en acumular toda una meritocracia para así poder salvarnos, perdiendo el maravilloso concepto de que debemos vivir apoyados en la gracia de Dios más que en nuestros anhelos de escalada, triunfo y esfuerzo meritorio. 

Tenemos que navegar como peces vivos que van contra corriente en un mundo que confía en la salvación de la ganancia. La única salvación que funciona para muchos de nuestros contemporáneos es ésta: la salvación del mérito, de la ganancia, de la escalada social, sin importar a costa de quién. Erróneo y extraño concepto de salvación, aunque solamente la apliquen al aquí y el ahora del ahorro, de crear almacenes, del egoísmo que nos hace insolidarios y malos prójimos. Concepto de salvación en el que el concepto de misericordia no se conoce, no se practica.