La otra liberación

¿De qué tenemos que liberarnos? ¿Sería necesario, en muchas situaciones, el intento de liberarnos de algunas teologías, de los ritos y de muchas prácticas religiosas secundarias? Lógicamente, sólo en el caso de que estas teologías, ritos y prácticas religiosas, sean perturbadores del objetivo esencial de nuestra fe: alcanzar la auténtica y genuina relación con el Señor. Por tanto, os llamo a la reflexión y a tener cuidado con lo esencial, si queremos llegar a la auténtica experiencia de Dios, a la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, al objeto de la fe que, sin duda, es Dios mismo.

Aunque pueda parecer extraño, puede haber en muchas ocasiones en las vidas de muchos cristianos, en los que se dé la experiencia de que ni los cumplimientos teológicos, ni las prácticas religiosas, ni los ritos o rituales cúlticos, nos pueden llevarnos a la experiencia genuina de Dios. Podemos enmarañar nuestra vida cristiana, nuestra experiencia religiosa con el exceso de prácticas y cumplimientos, con el exceso de rituales, con el exceso de rutinas religiosas que empañan nuestra vivencia de la espiritualidad cristiana.

Yo no tengo nada contra la teología, contra los conocimientos teológicos. No me malentendáis. Tampoco contra el rito en sí, el ritual, ni contra las prácticas religiosas. Tampoco contra la participación en la iglesia, como puede ser la asistencia a los cultos, las ofrendas, los planes de lectura de la Biblia, el servicio al templo en todas sus diferentes facetas. Tampoco el hecho de que, en cierta manera, se tenga una ética cristiana apoyada también en cumplimientos, ayunos, cilicio o ceniza, pero, lógicamente, según la Palabra, no todo consiste, para la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, en el cumplimiento de estas prácticas que nos pueden hacer caer en rutinas y vivir un cristianismo lleno de preceptos que se deben cumplir y que, a veces, nos hacen creer que esa es la misma esencia de nuestro ser cristianos, el objeto de la fe viva.

El objeto de la fe es llegar a un encuentro personal con Dios, a una experiencia con Dios que fundamente todo el ritual, y que sitúe a éste por debajo de esta experiencia de nuevo nacimiento. Satanás puede intentar confundirnos y hacernos creer que el objeto de la fe es la práctica religiosa llena de cumplimientos externos que, en algunos casos, pueden nublar nuestra auténtica vivencia de lo espiritual genuino. 

Recuerdo mis experiencias con personas que encontraban en la iglesia evangélica, no un lugar de prácticas religiosas, sino la experiencia de Dios que les hacía ser fuertes ante cualquier tipo de adversidades en una España con escasez de libertades religiosas. Aquellos que dejaban imágenes, ropaje religioso, velas, sacristías, genuflexiones, procesiones, agua bendita, confesionarios y rituales en latín, no buscaban en la iglesia evangélica un lugar de cumplimientos y prácticas religiosas. Buscaban la auténtica experiencia con el Dios vivo, el gozo del nuevo nacimiento, la alegría de vivir una genuina espiritualidad bíblica, cristiana.

Lo que ocurre, es que el tiempo pasa. Así, llegaron los años de nuevas y amplias libertades, las rutinas que empañaban lo fresco del encuentro con Dios y, así, muchas veces, en nuestras iglesias, nosotros también vamos cayendo en cumplimientos, rituales y preceptos repetitivos, que nos pueden hacer correr el riesgo de pensar que se vive la espiritualidad cumpliendo con ciertas prácticas de asistencia, de donaciones, de lecturas u otros que, si no se vive muy directamente la experiencia de Dios, podrían ser mediaciones negativas que nos apartan de lo que debe ser el auténtico culto al Dios vivo que, de ninguna manera, se basa preferentemente en cumplimientos. 

Podemos caer en vivir la fe de forma rutinaria si no hacemos un esfuerzo de liberarnos de algunos excesos de prácticas y rituales para buscar la auténtica vivencia de la fe, de la fe viva, de la que actúa a través del amor. En ese sentido es en el que podríamos decir que deberíamos, en muchas ocasiones y en muchas de las prácticas religiosas rutinarias, liberarnos de gran parte de la maraña de ritos, normas, preceptos y cumplimientos que nos hacen descansar en una base falsa en la que nuestra fe no encuentra el objeto principal que debe ser siempre la búsqueda de la experiencia del mismo Dios. 

No confundir nunca el objeto principal de la fe, con aquellos elementos buenos, necesarios y aprobados también por la Biblia en el servicio del templo, pero que en el fondo son ayudas o, como le llaman algunos, mediaciones, para asistirnos en la búsqueda de la experiencia de Dios, pero que no son en sí lo esencial de la vivencia de la espiritualidad que aprendemos en la Biblia y en la enseñanza de Jesús. Así, esas prácticas eclesiásticas, teológicas o rituales, nunca tienen el fin en sí mismas, sino que el objeto de la fe tiene que ser siempre Dios mismo, el Dios tres veces santo. Si para llegar a esto, hay que liberarse de teologías, rituales y prácticas secundarias o, al menos, saber ponerlas en su lugar, sería comenzar un buen camino más puro y con menos peso de prácticas secundarias y externas. Sería como tirar una mochila que, en ocasiones, nos puede pesar demasiado, e impedirnos la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana, la auténtica experiencia de Dios que debe ser lo prioritario y lo fundante de nuestra fe.