Muchos practican la religiosidad que han aprendido, la que les van enseñando y mostrando sus líderes, sin tener jamás preocupaciones por la justicia y la misericordia.
No estaría mal que pensáramos si nosotros también estamos dentro de ese colectivo de religiosos a los que acusaba Jesús de estar invalidando los mandamientos, cuando les dijo: “Bien invalidáis los mandamientos de Dios para guardar vuestra tradición”, o les acusó de estar dejando fuera, de olvidar lo más importante de la ley de Dios porque no hacían justicia ni practicaban misericordia, ni tenían una fe viva. Entre ellos, podrían estar los que hacen normas, las imponen sometiendo al conjunto de fieles y, lógicamente, los fieles que siguen las enseñanzas y modelos invalidantes de la propia ley divina. ¿Os preocupan estas cosas o, simplemente, tenéis y practicáis vuestra religiosidad sin que jamás os preocupéis de las enseñanzas de Jesús frente a estos temas?
La verdad es que muchos practican la religiosidad que han aprendido, la que les van enseñando y mostrando sus líderes, sin tener jamás preocupaciones de este tipo. Se busca la comodidad en la experiencia de la espiritualidad cristiana, pero esta desidia cómoda nos puede estar apartando de lo auténtico, haciendo que muchos caigan en esa consecuencia o resultado maligno: invalidar la ley del mismo Dios.
Por tanto, si responsabilidad tienen los fieles que siguen acríticamente a sus líderes, mucha más responsabilidad deberían tener aquellos que orientan a la iglesia, pastores, sacerdotes y laicos con responsabilidades en la predicación y en la exposición de los valores bíblicos.
En los tiempos de Jesús, había muchos de los líderes religiosos que fueron acusados por Jesús de invalidar la ley. Parece que la crítica de Jesús iba más directa hacia los responsables, los guías religiosos, que al grupo de fieles que obedecían las orientaciones de esos sacerdotes, escribas o fariseos del tiempo de Jesús que fueron tildados de ciego y guías de ciegos que, finalmente, harían que todos, con ellos incluidos, cayeran en el hoyo.
El problema de invalidar la ley de Dios es cuando se caen en tradiciones, ritos y prácticas religiosas vanas, olvidando lo que es esencial en esa ley divina. Unos creando modelos de observancia inútiles o contrarios a los mandatos divinos, y otros siguiendo esas orientaciones de forma totalmente acrítica y en la comodidad de hacer lo que manda el líder sin pararse a analizar si está de acuerdo con la auténtica ley de Dios.
Unos interpretan y mandan. Otros cumplen. Una dinámica que había que romper, porque muchos de los principales religiosos lo que hacían era a caer en el error de dejar lo más importante de la ley, para quedarse con sus normas y preceptos invalidantes. Por eso tuvo que decirles Jesús: “... diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley; la justicia, la misericordia y la fe”.
No cabe duda de que hoy también tenemos que replantearnos si con nuestros ritos, cultos, orientaciones y prácticas religiosas, estamos, de alguna manera invalidando la ley de Dios, dejando fuera lo importante de esta. Unos porque enseñan e imponen a fieles cómodos que siguen dócilmente sin tener criterio propio, y otros por esa pasividad cómoda que les da cierta satisfacción en la práctica de una religiosidad o ética de simples cumplimientos.
[destacate]No podemos allegarnos a Dios si no estamos haciendo justicia al huérfano ni practicando misericordia.[/destacate]La reflexión nuestra, en nuestras iglesias, estaría en la línea de si estamos en línea con la ley de Dios que implica la búsqueda de la justicia, el hacer justicia al necesitado, al que la Biblia lo define como el huérfano, la viuda y los extranjeros, si estamos practicando la misericordia con el prójimo tirado al lado del camino y si nuestra fe no es simplemente contemplativa y neciamente y despreocupadamente muerta, o si, en su caso, está actuando a través del amor como diría el apóstol San Pablo.
Si esto falta, y nuestra práctica de la espiritualidad cristiana se limita a cumplimientos, prácticas y observancias de normas religiosas, diezmos y costumbres rutinarias, reglamentos o reglas para el orden de la iglesia, alabanzas insolidarias de espaldas al dolor del prójimo que, probablemente, nos hacen gozarnos a nosotros mismos, pero que no superan el techo de nuestras iglesias, esteremos invalidando la ley de Dios y practicando una espiritualidad que será falsa, que no será la auténtica espiritualidad cristiana.
No se puede olvidar el tener como preferente, prioritario y esencial, como fundamento de todo ritual válido para Dios, la práctica y búsqueda de la justicia, actuar con misericordia como manos y pies que actúan en medio de un mundo de dolor y, menos aún, el no tener una fe activa que obra a través del amor. Si esto no se da, los profetas dirían que Dios no escucha ni nuestras oraciones, ni alabanzas, ni ofrendas ni fiestas solemnes. No podemos allegarnos a Dios si no estamos haciendo justicia al huérfano y practicando misericordia. Lo otro, sin esta base, son ruidos, metal que resuena y molesta a los propios oídos de Dios mismo. Invalidaremos la ley de Dios, olvidaremos lo más importante de ella y mutilaremos la experiencia de nuestra espiritualidad cristiana.
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