El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Si, como decía Agustín, ante todo somos seres que aman, eso es algo que nos expone de formas inimaginables.
La pregunta: “¿dónde estabas tú?”, resuena en uno de los centros de poder del continente europeo.
Los siempre ocupados en comprar todo lo nuevo en oferta, dicen ‘no tengo tiempo’ cuando se les invita a reflexionar; y se asombran de los ‘desubicados’ que no hacen como ellos.
No hay nada tan insatisfactorio como una voluntad aparentemente satisfecha en aquello que no satisface.
Cien años antes de la invención de los escáneres de resonancia magnética el fisiólogo ruso Iván Petróvich Pávlov (1) usaba la secreción de saliva del perro para estudiar el cerebro. Casi dos mil años después de la presencia terrenal del unigénito Hijo de Dios revelado en el Evangelio, entre los que se congregan en Su Nombre sigue habiendo los que tropiezan con costumbres y tradiciones humanas.
Nuestra fuerza no está en los propios recursos, sino en la gracia de Dios.
Los anhelos más profundos de justicia reflejan, al mismo tiempo, las mayores de nuestras frustraciones. Y de todo ello, ¿qué queda para los que han de venir después?
En el pueblo de Dios, al calor de la memoria de Jesús, la ambición por acumular se transformó en el compromiso por compartir.
Mientras las autoridades políticas dicen haber llegado a su límite, organizaciones cristianas reconocen la grave situación de crisis en el país, pero abogan por continuar siendo “agentes de amor”.
La palabra de Dios coloca a Elías en un submundo ignorado, desconocido e impopular: la subcultura de los excluidos.
Es bueno recordar, especialmente en esos momentos en los que podemos observar la crudeza de nuestro propio ser, lo que dice la Biblia sobre el amor de Dios.
Existe una seria anomalía en la condición humana a la que la Biblia llama pecado y tiene que ver con errar al blanco, transgredir los límites, no acertar.
La cuestión de fondo es si confiamos en Dios de tal manera que hacemos de su palabra el principio organizador de toda nuestra vida.
¿Hay algo que equilibre el recuerdo en su justa medida? El autor de Eclesiastés nos recuerda que necesitamos una perspectiva de vida redimida en Cristo.
Desde una conciencia comunitaria, cada uno de nosotros somos dones para los demás.
La verdadera renovación en la santidad solo se hace posible colocando el corazón en el altar de Dios.
A veces tenemos la sensación de que luchamos por la verdad, hasta entregarlo prácticamente todo y reducirnos incluso al aislamiento. Pero nuestras motivaciones son otras, y nuestro corazón, lejano.
Dios jamás jubila a los ancianos.
La iglesia ofrece la gracia que la convierte en una comunidad que acoge, acompaña, alienta y sostiene desde el poder fraterno del amor y la potencia del Espíritu.
El drama estático que a veces parece esta vida, no es que simplemente se haga más llevadero, sino que cada lágrima se acaba convirtiendo también en una expresión particular de la alabanza.
Un devocional basado en Juan 15.
El duelo se cruza en la vida como un proceso que obliga a pararse, reflexionar y mirar cara a cara el dolor y la tristeza. Es imprescindible.
En la película la infancia aparece como una institución que permanece firme ante las guerras y desilusiones de los ‘adultos’.
¿Será que la injusticia es un mal incurable que llevamos introyectado en el corazón como algo que nos corrompe y deshumaniza?
En la época medieval existía un método muy utilizado en los monasterios para llevar a cabo los rituales comunitarios y los devocionales personales: la Lectio Divina.
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