Los anhelos más profundos de justicia reflejan, al mismo tiempo, las mayores de nuestras frustraciones. Y de todo ello, ¿qué queda para los que han de venir después?
El tema de la guerra, y en concreto la Segunda Guerra Mundial, es algo ya más que tratado en la industria del cine. Pero, en realidad, es difícil hablar de la guerra y hacerlo bien. No caer en un sentimentalismo superficial o en un ‘criptopatriotismo’ simplista. En los últimos años han aparecido algunas producciones que son dignas de considerar a la luz de esta idea.
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Ejemplos como el de las grandes producciones de Dunkerque o 1917, o el caso de la menos conocida El capitán, plantean historias que se intuyen más realistas, o se enfocan en detalles más pequeños pero que permiten considerar un marco más profunda del hecho en sí de la guerra.
Lo hace también Martin Zandvliet, con una cuestión inusual y una sensibilidad que conmueve. El director danés aborda en su película Land of mine (“Bajo la arena”, en español) el efecto inmediato del final de la Segunda Guerra Mundial para los miles de soldados rasos del ejército nazi que habían sobrevivido.
Zandvliet, en concreto, se centra en los primeros días de la liberación de Dinamarca y retrata un marco estremecedor. Las largas filas de hombres, la mayoría de ellos apenas jóvenes, circulando por carreteras de barro tras la mirada severa de los militares daneses, que anuncian una justicia implacable e ineludible. De ahí, el director traslada la escena a un grupo de adolescentes, algunos de ellos incluso niños, uniformados con la ropa de la Whermacht echa jirones, y a una playa del Mar del Norte que el escuadrón debe limpiar de minas bajo la autoridad de un sargento danés.
En la obra, confluyen diferentes aspectos, como el de la violencia extrajudicial posterior a la guerra y lo apocalíptico de un momento en el que todavía no aparece una rendición de cuentas y el poderoso sigue siendo el que empuña el arma. Esto permite reflexionar acerca de la fragilidad de la vida, especialmente ante unos hechos como los de un conflicto armado, en cualquier lugar y momento.
[photo_footer]El reparto está formado por jóvenes actores, en su mayoría daneses, y caras poco conocidas en el cine. / Fotograma de la película, Prime Video.[/photo_footer]
Pero también se puede observar el contraste entre la ingenuidad de la niñez que emerge todavía por debajo de los uniformes nazis, y la realidad de que la guerra no entiende de edades ni de rangos. Zandvliet consigue un efecto fatídico al mezclar el sonido de esas voces que todavía se están desarrollando y el eco del estallido de las minas.
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Una de las tesis a las que expone Zandvliet al espectador tiene que ver con la consideración de la maldad, de lo malo en sí, y lo generalistas y superficiales que resultan a veces nuestras valoraciones. Y es que, al principio de la película, justo después de ver las águilas con la cruz gamada en los uniformes grises, parece activarse automáticamente un mecanismo de justificación de la violencia. Al fin y al cabo, son nazis. Nada más.
Sin embargo, a medida que desarrolla su historia, el director danés muestra las complejidades de este razonamiento. Precisamente porque el ser humano es profundo y complejo. Por mucho que continuamente tratemos de reducirlo a un uniforme, un color, unas siglas o incluso una creencia, el ser humano siempre abarca mucho más. Nunca está de más recordar que el salmista confiesa que precisamente Dios ha querido recordar y considerar de una forma específica al ser humano (Salmo 8:4).
En el grupo de niños que en la película son obligados a limpiar de minas la playa, la condición de la niñez y la pubertad acaban floreciendo y se superponen a la evidencia física del uniforme. Zandvliet consigue llegar al punto en el que espectador pueda dejar de observar a los chavales como nazis, y simplemente los vea como chavales.
El hecho de que la Biblia relacione algo tan complejo como la adoración a Dios con la sencillez de un niño (Salmo 8:2, Mateo 21:16) nos obliga a considerar también la complejidad del mal llevado a cabo por un ser humano complejo en sí mismo. La película de Zandvliet también retrata eso y obliga a desarrollar las consideraciones y presuposiciones previas.
[photo_footer]Muchos elementos confluyen en esta película, como la niñez, la consideración de la maldad, la violencia extrajudicial y los anhelos de justicia al final de una guerra. / Fotograma de la película, Prime Video.[/photo_footer]
Es inevitable considerar también la cuestión de la justicia como una herencia, un legado, tal y como se refleja en Land of mine. Aquí no se refiere a la versión ‘positiva’ del planteamiento, como es la idea de cuidar la tierra para dejarla a los que vienen detrás, o de proteger los derechos obtenidos antes para los que han de venir después. En la película de Zandvliet es una cuestión más elaborada y tiene que ver, necesariamente, con la justicia.
El director danés no muestra una sociedad llena de esperanzas y expectativas justo al final de la guerra, sino que su retrato habla del dolor, de una herida cuya sanidad plantea muchas cuestiones y desafíos. Y también habla de la confusión con la que muchas veces mezclamos anhelos de justicia y deseos insatisfechos. Y es que, nuestros anhelos más profundos de justicia reflejan, al mismo tiempo, las mayores de nuestras frustraciones. Y de todo ello, ¿qué queda para los que han de venir después? Una playa cargada de explosivos que limpiar, que es la imagen de la amargura que les ha tocado vivir a los de antes. ¡Qué legado tan pobre!
Lo cierto es que en esta vida no podemos generar ni dejar herencias que satisfagan, que cuiden, que protejan, que resuelvan los problemas de otros a largo plazo. Es más, muchos de nuestros legados son realmente pobres, en muchos aspectos. Una vez más, somos seres humanos complejos y también lo son las circunstancias en las que convivimos.
La Biblia presenta a Cristo como el eje de un nuevo pacto (Hebreos 9:15), que ha vivido y ha obrado, precisamente en circunstancias de humillación y de muerte, pero que también ha resucitado para entregar una herencia que sobrepasa nuestros anhelos desviados y nuestras concepciones simplistas de la justicia, y que nos sitúa en una nueva perspectiva, una de carácter eterno.
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