Nuestra fuerza no está en los propios recursos, sino en la gracia de Dios.
Existen tres aspectos del sufrimiento como experiencia de transformación que pueden ayudarnos como iglesia en el camino. Como diría el evangelista Marcos, somos la comunidad del seguimiento de Jesús de Nazaret experimentado en quebranto, pero también en consolación para estar siempre cerca del que sufre.
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1. Para aliviar el sufrimiento hay que salir del perímetro de nuestra seguridad personal. Mt. 1:21-27; 32-34; 3:6
Para aliviar el sufrimiento es necesario mirar al que sufre y verle, comprometerse, correr riesgos, estar dispuesto a ser dañado, porque el precio por remediar el dolor en un mundo injusto siempre es muy alto. Jesús curó a hombre con un espíritu inmundo y, a continuación, sanó a muchos enfermos. Pero, a renglón seguido, dice el texto: “Salidos los fariseos, tomaron consejo con los herodianos contra él parea destruirle”. El Señor alivió el sufrimiento de pobres y enfermos y lo hizo desde la cercanía personal y afectiva. Pero, además, se comprometió conociendo el coste personal que tendría que pagar por eso, porque Jesús siempre supo que mirar a la cara a los sufrientes, sanarles y convivir con ellos, tenía un precio altísimo y, con todo, siguió adelante.
2. Sólo se puede aliviar el sufrimiento de otros a partir de las propias heridas.
2ª Co. 1:3-5 – “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios”.
Cualquiera podría lanzar al viento palabras parecidas, intentando consolar en momentos puntuales sin llegar a lograrlo. Pero sólo una persona que ha experimentado situaciones límites en su propia piel es capaz de ponerse “en los zapatos” de otra para consolar y animar en medio del sufrimiento ¿Cuál había sido la experiencia del apóstol Pablo?
2ª Co. 4:8-10 – “Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos”.
El curriculum de Pablo nos ofrece garantías suficientes para otorgarle la autoridad de consolador. El apóstol había pasado por toda clase de sufrimientos y tribulaciones. Pero, además, lo central en todas estas experiencias es que no las ha vivido con resentimiento, ni con amargura, sino como oportunidades para experimentar una transformación permanente. En su torbellino particular de pruebas había sentido que las aguas llegaban hasta el alma y que su vida no hacía pie, pero entonces, la convicción de que su dolor formaba parte del precio por imitar y seguir a su Señor había renovado sus fuerzas para seguir adelante. Y eso le concedía un plus de capacidad de empatía para acompañar, consolar y alentar a los dolientes.
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Es a través de las propias heridas que nos cargamos de autoridad para aliviar el sufrimiento de los otros. Desde un punto de vista humano, una persona tan castigada por la vida como Pablo sería alguien incapacitado, roto y destruido por la fatalidad. Desde la perspectiva del evangelio, en cambio, es entonces cuando está preparado para aliviar el dolor con autoridad.
3. Si el sufrimiento no desaparece, podemos luchar para que deje de ser invalidante. 2ª Co. 12:7-10.
Ser débil no es un defecto, ni tampoco una circunstancia puntual. Ser débiles es la condición natural de los seres humanos quienes quiera que sean. En la debilidad vivimos y nos movemos y somos. Dios puede entender que seamos débiles, no le tenemos que convencer de eso. La fe cristiana es compatible con la debilidad, pero no con la rebaja.
La debilidad puede no ser paralizante si entendemos que nuestra fuerza no está en los propios recursos, sino en la gracia de Dios y esa gracia, experimentada en lo más profundo del corazón, es siempre suficiente, no necesitamos nada más. Existen sufrimientos que no desaparecerán nunca, pero podemos estar seguros de que Dios intervendrá a través de misteriosas fuerzas eternas haciéndose presente en nuestras noches oscuras para sostenernos y acompañarnos en el camino de la vida. Soli Deo Gloria.
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