En el pueblo de Dios, al calor de la memoria de Jesús, la ambición por acumular se transformó en el compromiso por compartir.
“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy… Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Mt. 6:11, 21
“El precio de algo siempre es la cantidad de vida que le entregamos a cambio”.
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Cuando Jesús enseña a sus discípulos a orar, habla de “El pan nuestro de cada día”. En el Antiguo Testamento, cuando el pueblo recibía el maná en el desierto, ese alimento también era “el pan nuestro de cada día”. Solo para cada día, entonces y ahora. Queda prohibida una economía de almacenamiento y acumulación. Si nuestra economía forma parte del reino de Dios, solo la podemos interpretar a partir del seguimiento de Jesús y de su enseñanza.
La petición del “pan” adquiere un sentido no individualista sino comunitario. No pido “mi pan” sino “nuestro pan”, el que a todos cada día nos hace falta. El Padre puede ser llamado “nuestro” cuando también el pan se hace “nuestro”. Este sentido solidario de preocupación por las necesidades de cada cual se encuentra en el corazón mismo del mensaje del evangelio del reino. Porque el pan para mí puede significar algo material, pero el pan para mi prójimo que lo necesita se convierte en una cuestión espiritual.
“El pan que partimos ¿No es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo, pues todos participamos del mismo pan” (1 Co. 10:16-17).
El compromiso que brota de “ser uno” creyendo en el mismo “Pan del cielo” ha de ser orado en clave de compartir. Así lo entendió la iglesia primitiva: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones… Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas las vendían y traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles y se repartía a cada uno conforme a su necesidad” (Hch. 2:42;4:34).
La comunidad cristiana no comenzó por la distribución de bienes materiales, eso haría de ella una “cooperativa solidaria” con tintes exclusivamente asistencialistas. El primer elemento de la comunión fue la fe. Eso provocó la comunión de los corazones y la práctica de una espiritualidad de ojos abiertos para contemplar y transformar una realidad de miseria y desigualdad. Porque la fe solo es fe en el acto de obediencia.
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No se trataba de ricos que vendían lo que tenían por obligación, ni por imperativo legal; se trataba de discípulos que disponiendo de bienes y medios económicos se desprendían de ellos porque habían entendido que no podían vivir atados a sus posesiones, y menos ante las necesidades de tantos a su alrededor. En el pueblo de Dios, al calor de la memoria de Jesús, la ambición por acumular se transformó en el compromiso por compartir. Solo desde ese compromiso comunitario podemos orar “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy”. Soli Deo Gloria.
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