El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Somos tremendamente atrevidos, sobre todo cuando se trata de otros, cuando las consecuencias de lo que se derive de nuestro consejo no nos tocarán tan de cerca como lo harán con los demás.
No queremos a Dios en nuestra vida cotidiana pero nos preguntamos dónde está en medio de la tragedia.
Vivir un Dios adaptado a nuestro antojo, supone en definitiva no vivir la vida cristiana desde la bendición y la perspectiva que Él quiere para nosotros.
Estamos convencidos de que, cuando las cosas pasan, se deben a nuestra acción, olvidando incluso como cristianos que hay una mano que guía los acontecimientos de nuestra vida.
"El criterio del adolescente tiene más peso incluso que el de aquellos a quienes ha obedecido ciega y voluntariamente hasta el momento y busca encontrarse, quererse y proyectar hacia fuera una imagen digna de sí mismo". Un fragmento de "Educar a adolescentes sin morir en el intento", de Lidia Martín (2012, Andamio).
Llamamos prueba muchas veces al producto de nuestra propia rebeldía, cuando eso debería ser más bien identificado por nosotros como la consecuencia directa de nuestro mal hacer.
Subraya y da respaldo a todo lo que se dijo de Jesús y del plan de Dios para con nosotros antes de que esta sucediera.
Hay muchas decisiones tomadas bajo la presión del momento que, aunque humanamente incuestionables y absolutamente lógicas, pueden contravenir expresamente la voluntad de Dios.
El compromiso de Dios hacia nosotros es un pacto de amor incondicional, pero Dios no deja de ser justo por ello.
Dios nos ha dado TODO en Cristo. En Él somos completos, personas que pueden vivir una vida plena en medio, incluso, de la dificultad y la más oscura de las tormentas.
Ser auténticamente cristiano implica auténtico sacrificio, como no podría esperarse menos de aquellos que han sido salvos por el Sacrificio por excelencia.
El camino de la santificación no es sencillo, porque tenemos un Dios santo, pero también es un Dios que nos ha marcado bien claro el camino.
Nuestra existencia se sostiene sobre la acción y la gracia de un Dios soberano que, a pesar de nuestra infidelidad, no nos deja en vacaciones.
Nos hemos acostumbrado a hacer el mal y nos lo permitimos en todas sus formas y expresiones.
Hacer el bien es una forma potente y absolutamente bíblica de mostrar a otros aquello en lo que creemos.
Las leyes de Dios, coincidan o no con las nuestras, son las que verdaderamente rigen nuestras propias vidas.
¿Qué vas a hacer, qué voy a hacer yo, con esa parte de la realidad que no te gusta?
Podemos decir un millón de veces que nos hemos arrepentido, pero si no hay un cambio profundo, nuestros propios actos nos delatarán una y otra vez.
El entrenamiento divino nos dice, que en el momento en que decidimos que Él fuera el centro de nuestras vidas, ya nunca más estaríamos solos.
Podemos aprender algo de la mente de Dios, pero no podemos alcanzarla ni abarcarla, sino sólo decir, de rodillas, “Gracias”.
El tiempo aceptable para preguntar, responder y reflexionar… es AHORA.
Es lícito disfrutar de lo que tenemos, no lo es hacerlo al margen de Quien nos lo dio.
Ser cristiano supone la carga de una cruz que, a veces, como en Kenia y en otros lugares del mundo, supone la muerte.
El mundo nos ve. Y toma buena nota de lo que hacemos y decimos. ¿Cuánta gloria dan a Dios cada uno de nuestros gestos?
Estamos en esta Tierra para dar testimonio de Jesús, no para prestarnos a trampas que nos retiren del partido demasiado pronto.
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