¿Qué vas a hacer, qué voy a hacer yo, con esa parte de la realidad que no te gusta?
Una de las expresiones que más escucho últimamente en la consulta reza algo así como “Lo vi, pero no lo quise ver”.
Esta misma idea se presenta en sus múltiples variantes: “Debí haber hecho caso a lo que estaba viendo”, “La verdad estaba ahí, pero miré para otro lado”… y es que, como hemos comentado desde otros prismas en otras consideraciones, tenemos cierta inclinación a vivir en nuestra mente la realidad que querríamos ver, pero no la que tenemos delante.
Cuando hemos estado valorando lo que tantas veces hacemos al mirar hacia otra dirección en lo que se refiere al dolor y sufrimiento, la injusticia o el abuso sobre otros, claramente veíamos indolencia, desprecio incluso por el ser humano y profunda indiferencia hacia todo lo que no nos atañera a nosotros en primera persona.
Pero lo llamativo acerca de lo que hoy tenemos entre manos es que, en este caso, no se trata de consecuencias para otros, sino sobre nosotros mismos por no prestar suficiente atención a las llamadas de atención que recibimos, a veces, con demasiada frecuencia.
¿Qué sucede en nuestra mente para que, a pesar de que a veces vemos las cosas claro cristalino, prefiramos tapar nuestros ojos y hacer como que la realidad que se muestra delante no existe? ¿Por qué decidimos, consciente o inconscientemente, despreciar los avisos del día a día, particularmente en lo que tiene que ver con nuestras relaciones con los demás?
Tantas y tantas veces vemos características en las personas con las que nos movemos que nos hacen despertar, aunque sea por un momento, una punzada de intranquilidad, de duda o de desconcierto.
Y haríamos bien en atender a esas sensaciones que, si bien no pueden ser interpretadas como verdades absolutas en el sentido de que no hayan de ser contrastadas con nada, nos dan una información valiosa que, sin embargo, con demasiada frecuencia preferimos ver como irrelevante.
Ver y atender a esos signos significa a veces ir al médico a tiempo, pedir ayuda especializada, romper o reencauzar una relación, o corregir errores cuando aún pueden ser reparados. Lo contrario, significa a veces sentenciarse a consecuencias irreversibles.
Esto sucede, sobre todo, cuando esos elementos “dudosos”, “molestos” o “clarificadores” nos ponen ante una situación difícil o que preferiríamos, simplemente, no tener. Ver una realidad que no nos gusta nos “obliga”, en conciencia y por decirlo de alguna manera, a tomar cartas en el asunto.
A no ser, que es lo que frecuentemente nos suele suceder, que consideremos que es en extremo tedioso, embarazoso o violento. Y entonces, con mayor o menor conciencia también, corremos un “tupido velo” como para que lo que quiera que esté pasando se note lo menos posible y seguimos con nuestra vida.
Así, “ojos que no ven, corazón que no siente”… pero solo a corto plazo, porque cuando dejamos de lado una determinada realidad para no hacerle mucho caso, le damos el tiempo que necesita para rearmarse y volver, más adelante, con toda su fuerza.
Este tipo de conducta es lo que podríamos llamar, sin excesivo temor a equivocarnos, “necedad”. No es ni siquiera ignorancia, sino que la trasciende para mal, ya que ni siquiera puede argumentarla para justificarse.
Esto no tiene que ver con ese mecanismo que ponemos en marcha a menudo de preocuparnos sin razón sobre las cosas que aún no han sucedido, algo que tenemos que procurar no hacer, ciertamente, porque la preocupación tiene mucho de inutilidad y muy poco de practicidad.
Aquí estamos ante el fenómeno justamente contrario: en este caso hay una realidad de la cual preocuparse, o más bien ocuparse, pero preferimos, solo por los aparentes beneficios inmediatos que nos trae en ese instante al “no saber”, no darle la prioridad que puede estar requiriendo.
No nos damos cuenta en el momento de que las consecuencias que ignorar esa parte de la realidad traerá serán mucho más importantes y probablemente negativas que las que tengamos que afrontar ahora por la misma razón.
Sin embargo, dilatamos el proceso, pensando ingenuamente que ese momento, incluso, nunca llegará. “Serán imaginaciones mías”, “La persona cambiará”, “No creo que fuera capaz de hacerme esto, sabiendo lo que yo he pasado”, y otro sinfín de autoengaños por los cuales parece que nos tranquilizamos, que es lo que nos interesa en este justo momento, pero con los cuales no resolvemos absolutamente nada.
En general una mente fría suele estar muy mal considerada por nosotros. Tenemos la idea de que ser fríos para pensar, o distanciarnos emocionalmente de determinada realidad para poder analizarla es algo negativo.
Pero es absolutamente necesario tener y utilizar esa capacidad, con el objetivo de no conformarnos con una realidad distorsionada.
Esta forma viciada de ver las cosas nos afecta a todos los niveles de la vida: personal, familiar, de pareja, respecto a la realidad de la vida y de la muerte… pero ninguna de esas áreas ni los temas que las componen son menores.
La pregunta final es sencilla, aunque quizá difícil de responder: ¿Qué vas a hacer, qué voy a hacer yo, con esa parte de la realidad que no te gusta?
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