Estamos en esta Tierra para dar testimonio de Jesús, no para prestarnos a trampas que nos retiren del partido demasiado pronto.
A pesar de lo que pueda parecernos a veces, el acoso y derribo a los cristianos no es ninguna novedad. Es verdad que al menos en esta parte del mundo no vivimos el tipo de persecución que en otros lugares se vive. Somos afortunados. Nuestras vidas no peligran a causa del evangelio, ni nuestra integridad física. Pero somos acosados de otras maneras, por lo que no debiera despistarnos el hecho de que las formas hayan cambiado, ya que el contenido de esa persecución no lo ha hecho.
Nuestro acoso se produce más en el terreno de las ideas. Nos persiguen por, supuestamente, “perseguir a otros”. Pero eso ya es algo que le sucedía a Jesús mismo. Los capítulos 11 y 12 de Marcos, por poner sólo un ejemplo, nos ponen sobre la pista del tipo de asedio al que se sometía al Señor, con intenciones aparentemente de piedad, pero en el fondo más que dudosas. Todavía no era flagrante en un sentido físico, que ya llegaría, pero aún no era el tiempo. Sin embargo, había un deseo patente y obvio por “pillarle” intelectualmente, procurando que blasfemara, que fuese en contra del pueblo, o de la misma ley romana, para poder prenderle. Eso hubiera sido una jugada maestra… si Jesús se hubiera prestado a ello, que no lo hizo.
Me admira, francamente, la manera en la que Jesús discernía las intenciones de sus perseguidores. Claro que Él es y era Dios, y ve lo profundo del corazón de los hombres y que nadie le puede engañar. Dios no puede ser burlado. Pero se percibe esa distinción que Él hacía también en la manera en que les respondía, porque lo hacía de forma diferencial según sus intenciones ocultas. Y no podían por menos que maravillarse, a pesar de la rabia que les producía, porque Sus respuestas estaban llenas de sabiduría, aunque optaran por seguir ciegos y terminar colgando al Rey de Reyes de un madero (no sin Su consentimiento, dicho sea de paso).
Uno de los momentos clave de esta persecución se da en el pasaje que recoge Marcos 11:27-33, cuando les dice abiertamente, al argumentar ellos ignorancia ante una respuesta que Jesús les da en un intento por atraparle, “Pues yo tampoco os voy a decir con qué autoridad hago esto”. Es decir, un Jesús que vino a comunicarse con el pueblo, que caminaba con todos, sin hacer acepción de personas, que respondía hasta las preguntas más absurdas por parte incluso de Sus discípulos, se negaba a contestar a los jefes de los sacerdotes. Él, que tenía respuestas para todo. ¿Por qué?
Pienso que esta opción, la de no contestar, era Su respuesta, la apropiada, la correcta. Él conocía los corazones de ellos. Sabía que venían a por Él, que no había razón o argumento “bueno” que pudiera darles, porque a la sinrazón no le hacen falta razones y a ellos verdaderamente no les interesaba la respuesta de Él si no era para capturarle. Creo, además, firmemente que este texto queda recogido en el evangelio para darnos también algunas lecciones a nosotros en un tiempo en el que también se nos piden respuestas, no con un verdadero interés por saber, sino con intención de hacernos caer y retirarnos de nuestra misión.
¿Hasta qué punto se espera de nosotros que, incluso en esas situaciones en las que sabemos que se procura prendernos, les demos el arma arrojadiza con la que nos atacarán después? ¿Hasta qué punto detrás de cada pregunta sobre ciertos temas polémicos o escabrosos en los que la Biblia habla muy claro (y en que, por cierto, esa Biblia está, con interpretación incluida, al alcance de todos en este mundo occidental por medio de herramientas como internet) verdaderamente hay interés en conocer lo que la Palabra dice? ¿Debemos prestarnos a ser prendidos gratuitamente sólo por una, quizá, “mal entendida” defensa de la fe? ¿Nos atreveríamos acaso a decir que Jesús estaba perdiendo una oportunidad para hacer esa defensa de Su mensaje y del Reino que venía a traer porque en esa y otras ocasiones no se prestó abiertamente a que Sus captores se salieran con la suya, porque no les respondió como ellos querían?
Creo firmemente que el Señor nos da, en muchas ocasiones, la capacidad para discernir qué personas de las que tenemos delante y que vienen a preguntarnos ciertas cosas tienen un verdadero interés en escuchar LA respuesta bíblica y no SU respuesta particular. Y en ese sentido, creo que el Maestro nos da también una lección interesante respecto a la gestión de estos conflictos que nos pueden llevar en ocasiones a problemas muy graves.
Asumo que esta postura que comparto puede no ser respaldada por todos. No quiero que se confunda esta reflexión con una incitación a la cobardía. No creo que Jesús fuera un cobarde. Creo, sin embargo, que era estratégico. Respeto profundamente todas las posturas, insisto. Yo, sin embargo, me sentiría un poco kamikaze si, a pesar de que los sentidos en determinadas situaciones me pudieran hablar claramente a favor de mantener una postura prudente, no entrando a ciertos juegos o provocaciones, sintiera la punzada tentadora, humanamente hablando, de darles justo lo que están buscando: entrar a la provocación y proporcionarles el arma que buscan para quitarnos de enmedio.
Creo que no estamos aquí para eso. “El que tenga oídos para oír, oiga”, decía Isaías o el propio Maestro. El que tenga verdadero interés hoy en buscar, en leer, en inquirir, que lo haga. Nada se lo impide. La información hoy en día está al alcance de todos prácticamente y lo está de forma abundante. Hoy nadie tiene excusa. Y ciertamente estamos en esta Tierra para dar testimonio de Jesús, pero no para prestarnos, creo, a trampas que nos retiren del partido demasiado pronto.
Que el Señor nos ayude a distinguir, porque todas las preguntas no son iguales y las intenciones que se esconden detrás, tampoco.
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