El tiempo aceptable para preguntar, responder y reflexionar… es AHORA.
Vivimos tiempos de odio. No sólo por la cantidad de situaciones alrededor nuestro en las que se vemos sufrimiento infligido por la propia mano del hombre sobre otras personas y por razones, francamente, injustificables, sino porque la agresión es en ocasiones tan indiscriminada, tan fuera de todo sentido común que uno no puede por menos que estremecerse y, en segunda instancia, hasta querer que rueden cabezas para poner orden en semejante caos.
Tenemos los casos particulares, como el que hemos vivido esta misma semana en el instituto de la Sagrera, en Barcelona, muy cerca de donde viví cuando era pequeña, en la misma Avenida Meridiana, al lado de donde explotaron las bombas de Hipercor, a pocos metros del mismo lugar.
Es un lugar sencillo, de gente trabajadora que se esfuerza por salir adelante, pero que sin duda parece estar marcado por la tragedia y, cómo no, también por el odio. No puedo evitar pensar en algunos buenos recuerdos que aquel lugar me evoca. Tampoco puede evitar pensar en las preguntas que muchos allí deben estar haciéndose.
Cuando estas cosas suceden, uno se hace preguntas. De hecho, lo preocupante es que no se hagan. No podemos tener respuestas si primero no nos hacemos las preguntas adecuadas. Porque cualquier pregunta no vale.
No valen esas que ya tienen la respuesta en mente, no valen preguntas retóricas que en el fondo son juicios de valor. No valen las preguntas tópicas que, en realidad, no preguntan nada porque nada quieren saber. Sólo valen aquellas que nos llevan verdaderamente a donde la verdad está, para poder hallarla y descansar después.
Cuando veo a tantos cristianos en estos tiempos masacrados por el estado islámico me hago preguntas. Creo que la gente alrededor también se las hace, aunque algunas preguntas francamente, me dan mucho miedo. Se percibe odio en el ambiente, incluso desde la misma comunidad cristiana, que en ocasiones, lejos de abanderarse en el amor hacia nuestros enemigos (lo cual no quiero que suene a fácil, porque es horrorosamente difícil) se atrinchera en la necesidad de que ruede el mismo número de cabezas de un bando que de otro.
La situación de los cristianos en el mundo y, particularmente, en el mundo árabe, es absolutamente terrible y desoladora. Cuesta siquiera imaginarse lo que deben estar pasando. Nuestra situación como cristianos en lugares más privilegiados es bastante mejor, aunque no terminamos de entender, creo, que la amenaza contra nosotros es también real y palpable, como se veía en algunos medios escritos también esta semana (¡Que ya tocaba, por cierto, porque esta Europa nuestra se ha convertido en una gran mole ciega y sorda para lo que le interesa! Nada más hay que ver lo que pasa en nuestras costas…
Y si pensamos que por no reconocer nuestras raíces cristianas en nuestra constitución somos algo menos infieles para los que buscan aniquilar el cristianismo, es que no hemos entendido nada de cómo piensan estos señores… pero este es otro tema).
La cuestión es a qué respuestas nos llevan las preguntas que nos hacemos. Pienso, no sin bastante tristeza, que Dios quiere decirnos algo a todos en medio de esta barbarie. También a los verdugos, debo decir, mal que les pese a algunos, y no quizá o necesariamente un mensaje sólo de juicio, sino también de amor hacia ellos. Y a nosotros, los “cristianos de lejos”, al ver lo que les sucede a los “cristianos de cerca” por amor al Evangelio también se nos quiere llamar la atención sobre algo.
Nosotros decimos no creer en las casualidades. Se supone que el Evangelio que compartimos es el mismo para los de cerca que para los de lejos, pero está claro que no lo vivimos igual. Y, por tanto, nuestras inquietudes, preguntas y respuestas nunca pueden ser las mismas.
Preguntarse si Dios existe en medio de todo este caos con verdadero interés por conocer la respuesta es una buena pregunta. Cuestionarse si todo este sufrimiento puede tener un propósito, no sólo para quienes se acogen al Evangelio de Jesucristo, sino también para quienes empuñan la espada y decapitan cristianos, es otra de ellas.
Hasta pensar si Dios no querrá decir algo a toda esa masa pasiva que a menudo constituimos los países que tan cómodamente vivimos alejados de cualquier cosa que tenga que ver con lo espiritual o lo divino porque “Ya no se lleva” o “Somos gente demasiado moderna para eso”.
No tenemos por qué saber exactamente cómo funciona la mente de un Dios que encuentra propósito en el sufrimiento de las personas, que no lo provoca, pero lo permite para llevarnos a lugares donde, de otra manera, nunca alcanzaríamos a llegar. Aunque quisiéramos, no podríamos abarcarlo.
Pero el carácter que ese Dios ha manifestado en la Biblia, que para muchos de nosotros sigue siendo una de las formas en las que ha querido revelarse y que no deja de sorprendernos una y otra vez, muestra que, en este tiempo de desastre, de ríos de sangre y de no entender nada de lo que pasa a nuestro alrededor, de buscar culpables y responsables, de querer justicia e incluso venganza, Su propósito sigue siendo el de un gran abrazo que abarca a unos y a otros por igual.
Este es aún el tiempo aceptable, el tiempo en que podemos aún acercarnos para descubrir que tanto por unos como por otros murió Cristo, que lo que sucede a unos puede ser para bien y salvación de otros, para zarandeo o despertar de los que estamos dormidos, para revelación a los que no esperan encontrarse con Dios a la vuelta de la esquina, como le pasó a Saulo de Tarso, más tarde el apóstol Pablo, de camino a Damasco para perseguir cristianos.
¿Quién sabe de qué forma puede Dios mostrarse a los verdugos de este tiempo? ¿Cómo no seguir pidiendo por salvación para ellos cuando esa salvación es verdaderamente lo único que puede cambiar su corazón de odio, como cambió el de Pablo? ¿Nos contagiaremos nosotros, por el contrario, de ese mismo odio? ¿O reconoceremos que Jesús, al que hace tan poco, en Semana Santa más que en otras fechas, recordábamos colgado de un madero vino también a morir por aquellos que le crucificaban?
Dios no ha arrasado aún el mundo aunque podría hacerlo. No es a eso a lo que se dedica, porque Sus métodos son otros. Vendrá un tiempo de juicio, pero este es aún un espacio para la misericordia. Este es aún el tiempo de abrazo para todos. Porque en el abrazo de Dios cabemos tanto unos como otros.
En el recuerdo de un Dios hecho carne que se entrega voluntariamente se concentran todas las respuestas a las grandes preguntas, tanto las que nos hacemos como las que no nos hacemos. Pero el tiempo aceptable para preguntar, responder y reflexionar, tanto en unos casos como en otros… es AHORA.
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