El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La mano del Señor y no otra cosa (o persona) es lo que permite que el Mar Rojo pueda ser atravesado.
La pieza que no nos encaja, se llama Dios, y le da sentido y perspectiva a todas las demás piezas.
En el acercamiento a Él, llevados por Él, algo se mueve… y es profundo.
Seguimos sin comprender que es Dios quien controla nuestras vidas, que no hay casualidades.
Todos podríamos hacer nuestro relato de los pequeños grandes milagros que el Señor ha hecho con nosotros.
Lo que hacemos, pensamos, decimos, omitimos… tiene implicaciones a favor o en contra del Reino y Sus intereses.
Él y lo que nos da, cómo nos lo da y en el momento que lo hace, es siempre suficiente.
Él viaja en nuestra barca, y lo hace para siempre.
En ocasiones, también en nuestra propia vida cristiana, la obediencia produce tristeza.
Cada vez que las cosas no nos van como querríamos, sometemos a Dios a juicio.
La dignidad ante Él pasa necesariamente antes por la gracia, y ésta es siempre un regalo no merecido, por tanto destinado exclusivamente a los que se saben malos.
Cuántas veces nos conformamos con “caminos” hacia la santidad sin aspirar a un verdadero cambio en nosotros, a una revolución en nuestros cimientos.
Centremos el objetivo de nuestro caminar, retomemos las verdaderas razones para nuestra obediencia, no nos pese arriesgarnos a seguir el camino tal y como Él nos lo marca.
No hay nada más problemático para acercarse a Dios con arrepentimiento que estar convencidos de que somos víctimas y no verdugos.
Quiero lanzar un grito crítico en dirección al corazón del pensamiento posmoderno, individualista, inmediatista y hedonista con el que tanto nos hemos encariñado.
Me produce sorpresa encontrar con bastante frecuencia al mentiroso enredado en su propia trampa.
Como muchos de nosotros, se encontraba ante la realidad de que el Señor no respondía a sus oraciones en la línea de lo que él estaba pidiendo.
No recibimos ni la milésima parte de la bendición que Dios quiere darnos, el vértigo de la efectividad de esa pisada de acelerador, simplemente porque no estamos dispuestos a obtenerla.
Los cristianos somos llamados a mirarnos en las páginas de la Palabra para considerar en qué manera nos ve Dios frente a la forma tan diferente en que nosotros nos percibimos.
No estamos acostumbrados a defender nuestra fe con claridad y contundencia. Nos vemos una y otra vez casi pidiendo disculpas por creer en el Dios que creemos.
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