El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Vivimos basados en equilibrios frágiles, que se rompen fácilmente, y cuando se quiebran, solo pueden dar paso a la vista de nuestra inercia decadente.
La película sólo anticipa algunos desenlaces quizá inquietantes y atroces, pero congruentes y consonantes con respecto a la dirección “católica” (inclusiva, abarcadora) que Jorge Bergoglio imprimió a la Iglesia católica romana.
Despojados de nuestras máscaras y personajes, solo quedamos nosotros mismos, lo que somos, frente al único tipo de “locura” que nos podemos permitir: el evangelio.
Si el tronco de nuestra vida es el guion, bien redactado y ordenado, en los márgenes se encuentran todas aquellas anotaciones que nos recuerdan el fin de la misma que provoca el pecado.
Si el cine refleja algo de la condición humana, no podemos ignorar que lo hace desde una humanidad caída, necesitada de redención y de esperanza.
Basada en un relato de Stephen King, esta película explora los temas de la esperanza, la amistad, y la libertad interior, a pesar de transcurrir en un ambiente asfixiante, sombrío y de aparente desesperanza.
Solamente huyendo de la superficialidad que parece caracterizar buena parte de nuestras relaciones y reflexiones, podemos hallar sentido a la agonía que nos alcanza.
El silencio en medio del sufrimiento no es un juicio de condena, sino una purificación de la fe.
Mientras en la película los pobres son un instrumento para la satisfacción de los más acomodados, el mensaje del Evangelio nos recuerda que la verdadera caridad no busca ser vista ni aplaudida.
Para Nicholas Winton, “si algo no era imposible, entonces debía haber una forma de hacerlo”. Estos son los únicos que ganan, los que en medio de la muerte traen vida. Y Cristo, como dice la Palabra, es las primicias.
El Evangelio de Cristo arroja una luz distinta, ofreciendo una comprensión más profunda del dolor, no como un fin en sí mismo, sino como una oportunidad para el crecimiento espiritual y la redención.
La exposición de nuestra tendencia al victimismo es tema común en la literatura y el cine. En su última película, Ruben Östlund recrea escenarios tópicos de forma poco convencional.
En Wonder, la bondad nace del esfuerzo humano, de una decisión colectiva de ser mejores. En el Evangelio, la bondad surge como fruto del Espíritu Santo.
Es curioso cómo el cine dialoga con el tiempo. Megalópolis es una película sobre el futuro, sí, pero hunde sus raíces en una obra escrita hace más de dos mil años.
La adaptación de la novela Too Many Men de Lily Brett nos ofrece un retrato profundo y complejo de la lucha humana frente al peso de la historia.
El filme sigue a Charles Dickens y a su hijo Walter, mientras estrechan lazos al descubrir la vida de Jesús. El reparto está repleto de voces de renombre.
Hace ochenta años, Billy Wilder estrenaba Perdición, una historia donde el pecado no se esconde tras máscaras ni disfraces.
Una reseña de la película Romper el círculo, de Justin Baldoni.
Nos obsesionamos por lo complejo, hasta el punto de dedicar nuestra vida por completo para alcanzarlo, pero repelemos lo sencillo, casi como algo despreciable.
Una reseña de En tierra de santos y pecadores, de Robert Lorenz (2023).
Una crítica de la película Una mente maravillosa (2001), de Ron Howard.
Una crítica de la película La última sesión de Freud (2024).
Al valorar el mal, siempre nos ubicamos en la posición del juez que observa lo que está ocurriendo delante de él. Nuestro problema es que, por nosotros mismos, nuestros criterios son siempre defectuosos.
A través de Jesús, la imagen de Dios en el hombre, dañada por el pecado, es redimida y restaurada.
Una crítica de El mal no existe, de Ryûsuke Hamaguchi (2023).
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