La fiebre del oro por el recuerdo de Michael Jordan sigue rentabilizando en cartelera. The Last Dance abrió (y de forma magistral, todo hay que decirlo) una puerta que todavía no se ha cerrado. Y está lejos de hacerlo. Que se lo digan a Amazon Studios y Warner Bros. Pictures, que han invertido su dinero en Air, la película de Ben Affleck que cuenta la historia sobre cómo la firma Nike logró convencer a Jordan para representarle como atleta, con la creación de las míticas zapatillas que llevan su nombre y que se han vuelto a poner ahora de moda.

Air recoge un retrato de cómo se desarrolla la historia que personas en particular han vivido. Unos más pobres, otros más ricos, unos simpáticos, los otros no. No importa nada de eso, en realidad, como para tener que intervenir con el edificio antes que en el corazón.

De eso se queja en la película Sonny Vaccaro (Matt Damon), el agente comercial de Nike que negocia todo el trato con la familia. Y, aunque quejarse pueda parecer a veces fácil, aunque no lo es en absoluto si se hace bien, la película se desarrolla precisamente a través de una serie de quejas en todo momento que acaban dando paso al factor sorpresa, aunque sencillo.

Una locura

Para cualquiera, lo que plantea Air es una mezcla entre hito empresarial y visionario, y una locura. La película entra dentro de esa categoría de películas que apelan, de una forma u otra, a la autosuperación, a la confianza en uno mismo ante la incertidumbre y al valor del desafío para crecer y mejorar como persona. Todo esto se plasma, especialmente, en la figura de Vaccaro, que interpreta Damon.

Pero la película de Affleck permite una reflexión en mayor profundidad. En concreto, en relación con lo complejo y lo sencillo. El trabajo de Vaccaro (Damon) es, en realidad, un proyecto de vida. Y así es como tantas veces enfocamos esas ajetreadas vidas nuestras. Premiamos lo que nos parece complejo, y lo que nos parece complejo siempre está vinculado con el poder, el dinero y el status. Mientras se vean los resultados, tú no temas. 

El proceso por traer a Jordan a Nike se convierte, tal y como lo refleja la película de Afflek, en un asunto vital. Algo que requiere la vida de nuestros personajes, y por lo que se piensa a todas horas, se estudia, se aísla, etc.

Nos obsesionamos por lo complejo, hasta el punto de dedicar nuestra vida por completo para alcanzarlo, pero repelemos lo sencillo, casi como algo despreciable. Pero Pablo decía que Dios ha enloquecido la sabiduría del mundo (1 Corintios 1:20). La cuestión es entender qué ocurre con la vida si lo complejo no es realmente lo que nos realiza. Si es la sencillez en el corazón humano lo que refleja primeramente todo lo que nos parece complejo, como la belleza, lo deseable, etc.

Dios hecho bebé. Lo eterno en un establo. La vida en una cruz. Una tumba abierta. La ascensión. La sencillez del evangelio es penetrante y alarma todo nuestro sistema de comprensión basado en que cuanto más complejo sea el objeto deseado y por alcanzar, mejor. Pero, en realidad, no tiene que ser así.

Si este sencillo evangelio es “locura” para un mundo ansioso de complejidad, entonces debemos retomar la consideración por la idea de lo sencillo. Y no solo como un argumento apologético, como han planteado ya algunos en sus debates. Sino en todos los aspectos de nuestra fe. Porque, si parecía imposible que el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos firmase por una marca apenas conocida entonces, ¿no parece más complejo aún que lo pecaminoso habite en la presencia de la santidad misma por el acercamiento que el propio Dios ha realizado? Y, sin embargo, es tan profundamente sencillo. Necesitábamos a alguien que ocupase nuestro lugar en la silla del acusado. Y se sentó el inocente. Compleja sencillez.

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[title]Por un año más[/title]

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