La película sólo anticipa algunos desenlaces quizá inquietantes y atroces, pero congruentes y consonantes con respecto a la dirección “católica” (inclusiva, abarcadora) que Jorge Bergoglio imprimió a la Iglesia católica romana.
No es ningún secreto que el cónclave (es decir, la asamblea de cardenales para la elección de un Papa) suscita siempre un interés voyeurista.
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Lo que ocurre en el interior de la Capilla Sixtina del Vaticano entre los cardenales electores una vez decretado el «extra omnes» (todos fuera) es fuente de una curiosidad casi morbosa.
En los últimos años, el director de cine Nanni Moretti hizo una crónica del cónclave en la película Habemus Papam (2011). Ahora, el director suizo Edward Berger vuelve a intentarlo con su propio Cónclave (2024), basado en la novela homónima de Robert Harris.
El argumento y el escenario de la película son los típicos del género: muere el Papa y se declara la «sede vacante». Comienzan entonces las operaciones de elección de un sucesor, que culminan con la votación en la Capilla Sixtina.
Tras un Papa abierto en doctrina y moral, se retan distintos frentes: está el candidato progresista que quiere continuar la política del anterior, está el candidato conservador que quiere devolver a la Iglesia católica al ritmo de la tradición, está el candidato de «centro» que pretende administrar el sistema congelando las continuas diatribas y está el candidato africano que encarna la apertura del catolicismo romano al sur global.
En su homilía al inicio del cónclave, el Decano del Colegio Cardenalicio dice que ya no es tiempo de «certezas» sino de dudas y que la iglesia tiene que ser el hogar de la diversidad que debe ser acogida.
Es una pista narrativa tan cercana a la del Papa Francisco que constituye el marco espiritual de la película.
De hecho, una marca jesuita del papado de Francisco es la exaltación de la confusión y la ambigüedad, generando nuevas soluciones y estigmatizando el tradicionalismo como una huida hacia atrás.
La película narra cómo se construyen y deshacen tensas negociaciones en torno a uno u otro candidato. En resumen, todos los candidatos fuertes, uno a uno, caen bajo el peso de los esqueletos guardados en el armario y que afloran durante el cónclave.
Los candidatos ambiciosos y clericalistas implicados son derrotados uno a uno.
También esto es un rasgo de la película que refleja una tendencia muy querida por el Papa Francisco. En varias ocasiones, el Papa Francisco ha dicho que la Iglesia católica está llena de funcionarios que no son pastores que «huelen a su rebaño» y que, en cambio, aspiran al poder.
En la película, estos candidatos corruptos son desenmascarados y apartados.
Finalmente, en un cónclave plagado de escándalos y conflictos, el último y desconocido cardenal se convierte en Papa. Viene de Bagdad, el «fin del mundo», como dijo de sí mismo Jorge Bergoglio.
Está fuera del sistema romano. Ha sido sacerdote en ciudades y países en guerra: más que en los salones del poder, ha estado cerca de los que sufren. No es doctrinario, y en su breve discurso a los cardenales habla de inclusión, misericordia y fraternidad universal. Son temas en los que Francisco siempre ha hecho hincapié.
El nuevo Papa, tanto geográfica como espiritualmente, se asemeja a un candidato que refleja el retrato del Papa Francisco de sacerdote ideal. No parece tener más certezas que la de una Iglesia que abraza todo y a todos.
Pero hay más. Mientras el nuevo Papa se encuentra en la «sala de las lágrimas» (una pequeña antecámara dentro de la Capilla Sixtina donde un Papa recién elegido se pone la sotana papal por primera vez), resulta que también es intersexual.
El Papa que le eligió cardenal le había animado a someterse a una operación de extirpación uterina, pero finalmente se negó y el Papa le nombró de todos modos.
La elección tuvo lugar, puesto que no hay mucho margen de maniobra. Además, el cónclave se había abierto con una llamada a abandonar la certeza y abrirse a la duda.
Ahora, el nuevo Papa encarna precisamente esa incertidumbre y fluidez e invita a aceptar lo diferente y lo que se sale de los esquemas tradicionales.
¿No es este el mensaje del Papa Francisco a lo largo de los años de su papado? ¿Quién no recuerda el «quién soy yo para juzgar» con el que se presentó al mundo? ¿Quién no se ha fijado en el «todos, todos, todos» que ha sido el estribillo de sus discursos? ¿Quién no tiene en mente la bendición de las personas que mantienen relaciones homosexuales? ¿Quién no ha oído decir al Papa que «todos somos hijos de Dios»?
He aquí la cuestión: la película Cónclave lleva hasta sus últimas consecuencias las semillas plantadas por el Papa Francisco durante su pontificado. Parece que la novela en la que se basa, aunque escrita por Robert Harris, se inspiró en una idea del Papa Francisco.
La película sólo anticipa algunos desenlaces quizá inquietantes y atroces, pero congruentes y consonantes con respecto a la dirección «católica» (inclusiva, abarcadora) que Jorge Bergoglio imprimió a la Iglesia católica romana.
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