El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El anhelo por encontrar una justicia propia sigue siendo uno de los pasatiempos preferidos de la humanidad. La cuestión es que siempre depara una conclusión dolorosa.
A veces, parece que el ser humano es único en generar sus propios problemas y desarrollar después unas expectativas que no se corresponden en absoluto con la gravedad de la situación.
Lo malo no precisa esfuerzo para crecer; lo bueno necesita mucho. Esa es la simple, pero profunda, lección que nos brinda el campo.
Estamos afectados por la más terrible de las enfermedades, se llama pecado y nos conduce a la muerte eterna. Pero hay una gran salida, se llama Jesús.
Iniquidad es esa injusticia o maldad tan arraigada que no se siente como tal. Un artículo de Jonatan Serrano.
La anarquía que precede a la tiranía está en camino, y a menos que la gente se vuelva a Dios y ponga su confianza en el Señor Jesucristo, este mundo no tiene solución.
Sereny quiere entender el origen del mal. Acepta su realidad, cosa que otros muchos niegan, pero no comprende su universalidad.
El corazón humano puede aparentar humildad, cuando el orgullo es quien está agazapado; puede pretender sinceridad, si bien la doblez anda escondida en sus repliegues.
La fe era para ella un deseo de escapar de sí misma. ¿Quién no ha querido escapar de sí mismo?
El pecado se produce de forma larvada en nuestro corazón carnal y sinuosamente va seduciéndonos.
A menudo, pensamos que el impacto positivo que estamos haciendo para el Reino justifica o contrarresta las “prebendas” que nos concedemos en el camino.
La diferencia capital entre la religión y el Señor Jesús es, quizá, la expresión de la gracia.
La crisis climática es una proyección a escala más grande de la crisis del corazón humano. Y esta última no es natural, sino de carácter moral, que no es lo mismo que moralista.
Algunos medios de divulgación continúan hablando del “lizard brain” para referirse a esa supuesta parte primitiva cerebral donde residirían los instintos que nos alertan del peligro inminente.
La ciudad sigue durmiendo tranquila, continúa con sus rutinas habituales, mientras al mismo tiempo se produce la mentira, el engaño el adulterio y el asesinato.
En un sentido, El Padrino muestra las contradicciones de la religión americana. Su sacramentalismo pretende salvarnos mágicamente del pecado en que estamos inmersos.
¿Qué valor le damos a mantener las propias convicciones cristianas anteponiéndolas a cualquier otro provecho?
Lo que comenzó pareciendo una liberación, se convierte en una degradación, bajo la sutil fascinación de la promesa de progreso y avance.
En el poder plasmamos deseos y convicciones desde un temperamento que no admite errores, y mucho menos la incapacidad a la que nos vemos inducidos por el pecado.
Lo que repugna a algunos de El Padrino es la capacidad de corrupción del ser humano.
John Le Carré ha escrito algunas de las mejores novelas de espías. No es casualidad que lo fuera. Sabía de lo que hablaba. El error de las teorías conspiratorias es pensar que hay una trama perfecta.
Si Cristo lloró tanto, ¿por qué el hombre ha dejado de llorar?
Se presentó en una iglesia, donde se integró para seguir los pasos del más fiel de los creyentes.
Cualquier cosa que no es buena, que destruye nuestra relación con Dios, que nos enfrenta con los demás o que nos "mata" interiormente, es pecado.
Nosotros mismos somos el elemento que más nos desconcierta de este mundo.
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