A menudo, pensamos que el impacto positivo que estamos haciendo para el Reino justifica o contrarresta las “prebendas” que nos concedemos en el camino.
¿Cómo es posible que personas que aparentan ser tan espirituales y a las que Dios parece estar utilizando para atraer a la gente hacia Él, también estén profundamente involucradas en el pecado deliberado?
Y si te preguntas quiénes son estas personas, somos tú y yo. Esto es posible gracias a la práctica generalizada de vivir una doble vida y a la omnipresencia de culturas con falta de rendición de cuentas.
El nombre de Ravi Zacharias se ha añadido a una larga lista de líderes evangélicos influyentes caídos. Nunca he sido un fanático de la cultura evangélica de las celebridades, pero sí de la destreza intelectual de Ravi. Las revelaciones sobre su mala conducta sexual y financiera me afectaron profundamente. Yo, al igual que muchos otros, fui embaucado y engañado. Pero este escándalo no tiene que ver conmigo. A diferencia de muchas de sus víctimas y de quienes le conocieron personalmente, acabaré superándolo y la vida seguirá adelante... hasta el próximo escándalo.
Mientras que las inmoralidades relacionadas con pastores y predicadores famosos aparecen en las noticias de vez en cuando, la mala conducta sexual entre el clero y los ministros parece ser un problema crónico. Pero no nos engañemos, la mala conducta sexual es sólo la parte más visible de la trinidad “sexo, dinero y poder”. Este trío puede incluir el mal uso de los fondos del ministerio, el abuso de poder, la tergiversación, el acoso y la manipulación de las personas, el narcisismo espiritual y el deseo de autopromoción y engrandecimiento.
Estos escándalos, demasiado comunes, no sólo están difamando el nombre de Cristo, sino que también están socavando el testimonio del Evangelio, engañando a muchas almas y avergonzando a los que difunden el nombre de Cristo. (Leer el blog de Walid Zailaa para aprender cómo no se deben tratar estos problemas).
[destacate]La compartimentación es un arma de doble filo. Podemos estar sinceramente comprometidos con Dios y al mismo tiempo pecar sin inhibiciones.[/destacate]En este blog, sin embargo, trataremos de entender cómo las personas que parecen ser tan espirituales y que a veces son usadas como un instrumento para que Dios atraiga a la gente hacia Él, también pueden estar profundamente involucradas en el pecado voluntario.
El primer problema generalizado es la “compartimentación”. Según la Asociación Americana de Psicología (APA por sus siglas en inglés), la compartimentación es un “mecanismo de defensa en el que los pensamientos y los sentimientos que parecen entrar en conflicto o ser incompatibles se aíslan unos de otros en departamentos psíquicos separados y aparentemente impermeables”. La compartimentación es un arma de doble filo. Puede ser algo bueno cuando nos permite alejar nuestra mente de las cosas estresantes, pero se vuelve peligrosa si nos ayuda a sobrellevar la hipocresía moral al mantener nuestra vida secreta separada de nuestra vida no secreta. Podemos estar sinceramente comprometidos con Dios y, al mismo tiempo, pecar sin inhibiciones.
No es el resultado de una decisión única en un momento determinado: es una serie de pequeñas decisiones del tipo “Dios no es tan estrecho de miras” o "”me merezco esto”. Con el tiempo, estos huevos acaban eclosionando y provocan un conflicto interno entre nuestro comportamiento y nuestra fe. Por lo tanto, o bien trivializamos o normalizamos los pecados, lo que finalmente nos lleva a un entumecimiento espiritual y a la tibieza, o bien empezamos a compartimentar, llevando una doble vida para mantener lo mejor de ambos mundos.
Cuando ocurre la compartimentación impulsada por el pecado, el ministerio se convierte en una herramienta de autojustificación, especialmente cuando somos hábiles en lo que hacemos e invertimos mucho tiempo y energía en ello. Pensamos que el impacto positivo que estamos haciendo para el Reino justifica o contrarresta las “prebendas” que nos concedemos a lo largo del camino. En cierto sentido, nos decimos: “Me merezco esta pequeña recompensa”. Y cuanto más tiempo pasa y más nos salimos con la nuestra, más se afianzan los compartimentos y más hábiles nos volvemos para engañarnos a nosotros mismos y a los demás.
Pero olvidamos que no podemos quitar la sal añadiendo azúcar. El buen desempeño del ministerio no puede absolvernos de nuestros pecados. La Biblia nos enseña repetidamente que el hecho de que alguien sea ungido por Dios o tenga un don especial no significa que esté bien con Dios y que su camino no pueda acabar en la destrucción. Podemos engañarnos a nosotros mismos y a cientos de otras personas, pero nunca podremos engañar a Dios: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23). En su infinita sabiduría, Él aún puede usar los dones que nos concedió para su gloria mientras nos rechaza como fue el caso de Saúl, Sansón y muchos otros.
¿En qué estaba pensando Ravi Zacharias? ¿Qué estamos pensando nosotros? ¿Que simplemente nos saldremos con la nuestra? Nuestro problema es que no pensamos con tanta antelación y olvidamos que “el pecado nos llevará más lejos de lo que queríamos ir, nos retendrá más tiempo del que queríamos quedarnos y nos costará más de lo que queríamos pagar...”, una cita atribuida irónicamente a Ravi Zacharias.
[destacate]La Biblia nos enseña que el hecho de que alguien sea ungido por Dios no significa que su camino no pueda acabar en la destrucción.[/destacate]Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos es si el Evangelio está transformando realmente nuestro carácter en semejanza a Cristo de manera visible y tangible. ¿O la transformación es solo aparente en nuestro discurso y conocimiento de los asuntos espirituales?
Esto me lleva al segundo punto de este blog: ¿qué tipo de cultura organizativa permitió a Ravi Zacharias, y podría permitirnos a nosotros, engañar a tanta gente durante tanto tiempo? Es una cultura que antepone el carisma al carácter y la obtención de resultados por encima de la rendición de cuentas (En el caso de Ravi Zacharias, lee el artículo de David French).
Es una cultura que convierte a los pastores y líderes en celebridades intocables. En Oriente Medio, la mentalidad tribal y los lazos familiares juegan un papel importante a la hora de convertir al pastor en el jefe de la tribu, lo cual es un tipo diferente de cultura de la celebridad, pero que merece un blog por sí mismo.
Estos diferentes modelos colocan a los líderes en un pedestal y les roban el don de la vulnerabilidad, aislándolos de reconocer y buscar ayuda ante las luchas personales. En cierto sentido, la responsabilidad no funciona sin la vulnerabilidad.
En ausencia de una sólida cultura de la responsabilidad, existe el riesgo potencial de caer en lo que la ciencia política denomina “negociación autocrática”. En un contexto eclesiástico, esto significaría un acuerdo tácito entre un pastor y la congregación en el que el pastor no comparte la toma de decisiones a cambio de que no se entrometa en la vida privada de los miembros de la iglesia siempre que se ajusten a las normas sociales aceptadas los domingos. Por lo tanto, la falta de responsabilidad funciona en ambos sentidos. Esto puede verse reforzado por una débil comprensión del papel de los ancianos en la iglesia, en la que el pastor toma la mayoría de las decisiones y lleva la mayor parte de la carga de la responsabilidad espiritual (¿deberíamos considerar la posibilidad de avanzar hacia un modelo de eclesiología movible?).
La transparencia es algo aterrador pero necesario, especialmente cuando tenemos un papel visible. Pero la realidad es que cuanto más éxito tenemos, más vulnerables somos a las tentaciones. Y las Escrituras nos advierten que el “corazón es engañoso sobre todas las cosas y desesperadamente perverso” (Jeremías 17:9).
Atendamos a la llamada de que “a todo el que se le dio mucho, se le exigirá mucho, y al que se le confió mucho, se le exigirá más” (Lucas 12:48), porque “es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponde por lo que ha hecho en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5:10).
Este artículo se publicó por primera vez en el blog del Institudo de Estudios sobre Oriente Medio del Seminario de Teología Bautista Árabe, y se ha reproducido con permiso.
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