Lo malo no precisa esfuerzo para crecer; lo bueno necesita mucho. Esa es la simple, pero profunda, lección que nos brinda el campo.
A los que hemos crecido y vivimos en entornos urbanos nos resulta un tanto lejano todo lo que tiene que ver con lo rural, por más que sea gracias a lo rural que tenemos alimento, sin el cual no se puede vivir. Pero hay lecciones que se desprenden del campo que incluso a los de la ciudad nos son fáciles de entender, porque podemos constatarlas en las zonas verdes de nuestras poblaciones.
Una de esas lecciones, que es muy sencilla, es la que se puede comprobar en cualquier parque, donde inmediatamente salta a la vista si está siendo cuidado o no, no haciendo falta ser un experto en jardinería para percibirlo. Tras el paso del temporal bautizado como Filomena a principios de 2021, en estos meses de primavera y verano todavía se han notado sus efectos, en el sentido de que hubo que emplear tantos esfuerzos y recursos para paliar sus daños en el invierno, que ello ha ido en detrimento del mantenimiento cotidiano y normal de parques y jardines. Y es que uno de los elementos esenciales que exige todo lo que tiene que ver con la tierra y su cultivo es la necesidad de un continuado trabajo, imprescindible si se quieren conseguir buenos resultados.
Si hay una prueba fehaciente de que el mal no necesita esfuerzo, sino que crece espontáneamente, es el suelo el que nos proporciona tal enseñanza. Es decir, la doctrina del pecado original, de que hay una propensión innata a lo malo, no es sólo un credo aplicable a los seres humanos, sino que la propia naturaleza nos lo enseña y si no que se lo pregunten a cualquier campesino. ¿Qué sería de su labranza, qué cosecha alcanzaría, si creyera que el campo, dejado a sí mismo, rendirá óptimos resultados? Las hierbas, matojos y malezas nacen y crecen sin necesidad de ninguna ayuda, siendo su multiplicación rápida y su extensión más veloz aún, hasta el punto de adueñarse de todo un terreno.
La necesidad de estar continuamente desbrozando y limpiando la tierra no es una opción sino una imposición, si ha de haber buen fruto. No es suficiente pensar que con sembrar una buena semilla, la tierra dará su fruto. Porque la buena semilla no erradica la mala y dejadas ambas a ver cuál de las dos prevalece, el resultado no se hará esperar, porque lo malo podrá con lo bueno. Lo malo no precisa esfuerzo para crecer; lo bueno necesita mucho. Esa es la simple, pero profunda, lección que nos brinda el campo.
Hay un tweet de Dios que dice los siguiente: ‘Pasé junto al campo del hombre perezoso, y junto a la viña del hombre falto de entendimiento; y he aquí que por toda ella habían crecido los espinos, ortigas habían ya cubierto su faz, y su cerca de piedra estaba ya destruida. Miré, y lo puse en mi corazón; lo vi, y tomé consejo.’ (Proverbios 24:30-32). A destacar en este texto es que quien percibe los efectos desastrosos de la falta de trabajo en el cultivo de la tierra es un viandante, alguien que pasa por allí en un momento dado. Es decir, resulta patente a cualquiera que tenga ojos, no haciendo falta ser un erudito en la materia para ver lo que está ocurriendo. Tampoco se precisa un estudio prolongado en el tiempo, sino que una breve mirada es suficiente. De igual manera, tampoco hace falta realizar un largo doctorado para indagar las causas de tal estado de cosas, porque todo se debe a la dejadez y la negligencia. Un vistazo basta para captar el resultado y su causa.
Pero el viandante hace algo más que simplemente darse cuenta de lo que está pasando y por qué está pasando. Toma la lección y se la aplica a sí mismo en el sentido preventivo, no vaya a ser que le ocurra a él. Porque es fácil percibir el desastre en otros cuando es evidente, pero la sabiduría reside en escarmentar en cabeza ajena, no en cabeza propia. Por tanto, la reflexión que le provoca lo que ve, va a desembocar en una resolución práctica, que consistirá en tomar las medidas necesarias para evitar lo que al perezoso y al insensato le ha pasado.
Es evidente que todo esto tiene, además de una proyección material y física, otra moral y espiritual, pues del mismo modo que las malas hierbas se apoderan del terreno, también la maleza se puede apoderar del corazón, si no se vigila y trabaja esforzadamente, siendo la persistencia en ese esfuerzo esencial, dado que no es dable pensar que porque la tarea realizada en un momento dado ha producido buenos resultados, eso nos permite bajar la guardia. Lo que en un tiempo se consiguió, puede echarse a perder, porque el trabajo realizado en el pasado no garantiza el presente y el futuro, sin ese mismo trabajo.
Ministerios arruinados, vidas marchitadas, matrimonios desechos y prometedores proyectos venidos abajo, son algunos de los devastadores efectos, pero no los peores, de no poner el esmero y cuidado imprescindibles, siendo todo ello patente para cualquiera que pasa cerca. Por eso, en un mundo donde las fuerzas malignas se mueven a sus anchas y con una tendencia interior que tenemos hacia lo malo, cuánta diligencia es preciso poner para que nuestro campo y nuestra viña interior no queden poblados de espinos y ortigas.
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