Muchas personas han relegado al mundo de los mitos y los cuentos la idea de los demonios o de Satanás y su poder destructor. Desdeñan estas figuras como restos de una primitiva superstición. Seguramente que el rechazo a la idea de Satanás y sus demonios viene dado en buena parte por las imágenes que se fabricaron de ellos en la Edad Media y que concebían a los demonios como figuras aterradoras de color oscuro y rojizo, con cuernos, rabos, patas y pies de cabras y alas como de murciélagos. Pero el rechazo de hoy a la idea de la existencia del diablo tiene su origen en fechas más recientes, en concreto, en la época de la Ilustración y del Idealismo filosófico del siglo XVIII.

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La realidad de lo demoníaco 

En la Biblia aparece el demonio, Satanás, de manera repentina después de la creación del mundo, en forma de serpiente, para tentar al hombre y a la mujer. Con astucia engaña a la primera pareja, sembrando en ella la duda respecto de los buenos propósitos de Dios para con ellos y con la gran promesa de que “serán como Dios” (Génesis 3:5), los conduce a que transgredan el mandamiento divino de no comer del fruto del árbol prohibido.

A nosotros, como es natural, nos surge la pregunta: ¿Cómo entró el maligno en el mundo del hombre, siendo que se enfatiza que “todo lo que Dios había hecho era bueno en gran manera”? (Génesis 1:31). ¿Fue Dios quien permitió que el diablo y sus huestes de maldad accedieran al mundo del hombre, o acaso irrumpieron los demonios en nuestro mundo en un acto rebelde de desobediencia al Creador?

Al principio del libro de Job se nos habla de una asamblea celestial en la que comparece Satanás. Del diálogo que allí tiene lugar entre Dios y Satanás se desprende con claridad que, Satanás, como enemigo de Dios, tiene poder y capacidad de influencia sobre el hombre, en tanto que Dios se lo permita, es decir, un poder limitado y divinamente permitido. Idéntica historia se repite con motivo de la inminente muerte de Jesús y sus tres días en la tumba. Dice Jesús a Pedro: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31). De nuevo vemos a Satanás ante Dios pidiéndole permiso para tentar a los hombres, en este caso a los apóstoles. Esto deja claro lo dicho: El poder o la influencia del diablo sobre los hombres es limitado, y consentido por decisión divina.

La frase “Satanás fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él” (Apocalipsis 12:9), indica que Satanás fue desarmado en el cielo, pero en la tierra puede continuar ejerciendo poder todavía.

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En la Biblia es llamado el “príncipe de este mundo” (Juan 12:21; 14:30; 16:11), con esto se nos está diciendo que el mundo está gobernado por Satanás en mayor medida de lo que podemos imaginar. 

Como príncipe de este mundo, Satanás opone toda su resistencia a la obra de Dios entre los hombres. Sin embargo, en cada uno de los tres textos citados en los que Jesús se refiere a Satanás como el “príncipe de este mundo”, deja también muy claro las limitaciones del poder satánico. 

Para todos aquellos que se identifican por la fe con Jesús, ocurre que la muerte de Jesús en la cruz, su resurrección y su ascensión ha desarmado a Satanás como el “acusador” delante de Dios (Apocalipsis 12:10). Jesús atraerá a sí mismo a todos los que hayan recibido su salvación (Juan 21:32). El “príncipe de este mundo” no tiene ningún poder sobre Jesús (Juan 14:30).

Jesús tiene muy claro que “el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Juan 16:11). La cruz constituye el final de todas las pretensiones satánicas sobre aquellos por los que Cristo murió (Colosenses 2:13-15).

Satanás y su poder sobre el mundo del hombre

Del poder del “príncipe de este mundo”, Satanás, nos dice Efesios 2:2 que él es: “El príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia”. Con mayor fuerza expresiva traduce este texto la versión bíblica “la Palabra”, refiriéndose al diablo como: “El que está al frente de las fuerzas invisibles del mal, de ese espíritu que al presente actúa con eficacia entre quienes se hallan en rebeldía contra Dios”. 

En su segunda epístola a los Corintios Pablo llama a Satanás el “dios de este siglo” (4:4). Solo en este texto se le llama a Satanás “dios de este mundo”. Como tal, se opone a la proclamación del evangelio. Hace todo lo posible para que aquellos que le pertenecen no se les escape al oír la palabra de la predicación o del testimonio de Cristo. Lo que constituye su derrota total. Por eso “ciega el entendimiento de los ‘incrédulos’” para que éstos no se abran al evangelio de Jesús. De manera que Pablo atribuye el rechazo del evangelio a la actividad de Satanás (2 Corintios 4:4).

Satanás se presentó ante Jesús en la tercera tentación haciendo gala de tener toda potestad sobre este mundo. Llevó a Jesús a un monte muy alto y allí le mostró todos los reinos de este mundo, y la gloria de ellos, y le dijo: “A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y a quien quiero la doy” (Lucas 4:6). Bueno, esto es lo que dice Satanás, ignorando cualquier poder de Dios sobre su creación; pero ya sabemos que es “padre de mentira y que, cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso” (Juan 8:44). Nosotros sabemos que su poder está limitado por Jesús, quien, tras su resurrección, dijo de verdad: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Y quien se la dio fue Dios su Padre. Evidentemente, Satanás fracasó en sus tentaciones con Jesús.

La táctica del diablo en la tentación consiste en hacernos creer que podemos valernos de los recursos demoníacos con la excusa de hacer progresar la obra de Dios; la clásica versión de: “El fin justifica los medios”. Satanás ofrece al hombre la posibilidad de llevar a cabo conjuros de demonios, al precio de que el hombre le adore.

La caída de Satanás

Dos textos bíblicos del Nuevo Testamento hablan claramente de la caída de los ángeles. Uno se encuentra en la carta de Judas y otro en la segunda de Pedro:

“Y los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día” (Judas 6).

“Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Pedro 2:4).

Cuál fue la causa de la rebelión de estos ángeles es algo que no se nos dice. Sobre esto solo podemos especular. Lo que se infiere de ambos textos es que no guardaron su dignidad, es decir, no procedieron conforme a lo que Dios había estipulado para ellos, y abandonando su propia morada, es decir, el marco que Dios les había establecido para su vida y servicio, se adentraron en terreno prohibido para ellos. Podríamos pensar muy bien que se trató de un intento por su parte de asaltar el cielo, puesto que es la misma propuesta que Satanás le hace a la primera pareja: “Seréis como Dios”. O tal vez se trató de un decidir ellos mismos cuál era el lugar más conveniente para ellos, esto es, la asunción de decidir libremente qué era para ellos lo bueno y qué era lo malo. Con otras palabras, qué es lo que más les convenía. Judas define como pecado esta rebelión de los ángeles.

Ambos textos hablan de un doble castigo aplicado a los ángeles caídos: el castigo transitorio tiene que ver con su reclusión en prisiones de oscuridad, mientras que el eterno tendrá lugar el día del juicio final. Ni Judas ni Pedro añaden más detalles acerca de la caída de Satanás y sus ángeles.

Por su parte el profeta Isaías, junto al juicio de Dios sobre los reyes de la tierra, dice también que “Jehová castigará al ‘ejército de los cielos’ en lo alto” (24:21). Se trata de los poderes de origen celestial, de los ángeles caídos.

Hay ángeles que “abandonaron sus propias moradas” (Judas 6). Estos ángeles pecaron (2 Pedro 2:4). Siguiendo a su referente, el falso ángel de luz, se transformaron en demonios, que zarandean hasta hoy los pilares de la tierra; destruyen la convivencia entre los humanos y procuran continuamente el mal de los hombres y la destrucción del mundo. Por la asociación íntima del hombre con los poderes demoníacos, ha sido posible para el humano la práctica de los fenómenos del ocultismo, y el uso de poderes extrasensoriales.

De todo esto concluimos que, desde la caída del ángel Satanás, lo demoníaco constituye por antonomasia la amenaza que acecha al hombre. De hecho, la última petición del Padrenuestro reza: “Líbranos del malo (maligno)”. Así es como traducen hoy las últimas versiones bíblicas, reconociendo así la realidad de este poder personal y su capacidad para ocasionar males a los cristianos y a la humanidad en general.