La anarquía que precede a la tiranía está en camino, y a menos que la gente se vuelva a Dios y ponga su confianza en el Señor Jesucristo, este mundo no tiene solución.
Toda persona con ojos en la cara ve con estupefacción cómo se desmorona ante ella el mundo que en otro tiempo conoció. Un mundo que, aunque imperfecto por su condición caída, era habitable y en buena medida agradable. Hoy en día, la mentira, la corrupción, la inmoralidad más abyecta y la impiedad causante de todo ello1 están a la orden del día, y la prevaricación se ha instaurado en las más altas instancias de la sociedad2.
Nuestros políticos hacen burla impunemente y sin rubor alguno de los juramentos propios de sus cargos, y los que llegan a gobernar no respetan las instituciones democráticas, ni las leyes, ni las decisiones de los más altos tribunales de justicia. De tal manera que se cumplen las palabras del profeta cuando dijo: “El derecho se retiró, y la justicia se puso lejos; porque la verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir” (Isaías 59:14-15).
Este mundo nuestro está viejo, decadente y enervado hasta la desesperación, tras mucho tiempo de socavarse sistemáticamente los fundamentos que lo sostienen3. Ahora los vándalos han vuelto y el Imperio -esta vez no el romano, sino el de la Babilonia occidental, que fue heredera de su cultura, su derecho, su civilización, y también de su opulencia y su pecado- se tambalea de nuevo y su caída se antoja definitiva4.
¡Por poco tiempo hemos disfrutado la democracia en países como el nuestro antes del asalto final de los bárbaros! Pero ya han llegado. Y no se trata de bárbaros como aquellos del pasado a los cuales la buena nueva del evangelio conquistó, sino de otros más feroces, porque son apóstatas5 de la fe que en otro tiempo dotó de luz a Europa y al mundo entero6, y enemigos acérrimos del Dios vivo y verdadero, de sus instituciones más elementales (como el matrimonio7 o la familia8), de sus leyes justas9, sus valores10 y los principios revelados en su Palabra11. Y, naturalmente, enemigos de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, único “nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”12.
Es inútil tratar de hacer frente a semejantes enemigos apelando al derecho, la justicia, la veracidad, la buena voluntad o el fair play, porque ellos no respetan las reglas del juego. ¿Cómo aliviar entonces la frustración que sentimos y la ira que despierta en nosotros la destrucción de los fundamentos que sostienen el mundo y la vida misma de la sociedad humana13? Si no tenemos cuidado, la frustración se convertirá en violencia y nos hará devolver mal por mal y maldición por maldición14; lo cual no es propio de nosotros —si tememos a Dios—, ni tampoco resuelve nada. El mismo Salmo 11 contesta a la pregunta que ha planteado en su versículo 3: “¿Si fueren destruidos los fundamentos, ¿qué ha de hacer el justo?”. Nuestro refugio está en Jehová, responde.
Este es el “salto cuántico” que podemos dar y que nos capacitará para hacer frente a la situación de este mundo sin recurrir a la ira o a la violencia. Se trata simplemente de dejar entrar a Dios en el cuadro, de hacer sitio para lo que Él ha revelado en su Palabra (la Biblia), de cambiar nuestra visión de las cosas dejando que penetre la luz del evangelio de Cristo en nuestras vidas. Porque, a pesar de lo que este mundo diga, crea o deje de creer, hay un Dios que hizo todas las cosas que existen en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles15. Se trata del Dios que, a diferencia de todos los “ídolos mudos”16 hechos por manos humanas o concebidos por la mente humana ha anunciado17 cómo empezó todo y cómo se torció18, y las consecuencias que ello ha tenido19 y la manera cómo se resolverá todo y acabará todo20.
Hemos de entender, de manera especial, que no estamos inmersos en una guerra cultural, sino espiritual21. Que al igual que hay un Dios Todopoderoso que creó el cielo y la tierra; un Salvador, Jesucristo, quien después de entregar su vida en la cruz hace más de dos mil años para reconciliarnos con Dios, resucitó, vive, reina y volverá una segunda vez transformándolo todo; hay también un enemigo maligno: “El gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás”22, el cual mantiene a todas las naciones bajo la cubierta de su engaño en una especie de mundo paralelo pero ficticio —al estilo Matrix—, y que trata de impedir que vivamos en el mundo real, el verdadero (“la Verdad”23) y disfrutemos de él eternamente24. De ese enemigo y de ese engaño nos libera el conocimiento de Jesús, que vino para quitar esa cubierta de engaño con su sacrificio25, “dar testimonio a la verdad”26, y hacer que tuviéramos “vida y vida en abundancia”27. Él mismo —nos dice— es “el camino, la verdad y la vida”28.
Nuestra frustración procede de que en nuestra época ni siquiera se respetan ya las reglas del juego que los seres humanos mismos nos hemos dado libremente para nuestra convivencia: el “contrato social” del que habló el filósofo racionalista francés del siglo XVIII Jean-Jacques Rousseau. La anarquía que precede a la tiranía está en camino, y a menos que la gente se vuelva a Dios y ponga su confianza en el Señor Jesucristo, este mundo no tiene solución29. Pero, como dice el apóstol Pedro: “Nosotros esperamos, según sus promesas [de Dios], cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”30. Amén.
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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