Los oyentes resistían a Jesús con argumentos que tenían por ortodoxos; pero sin darse cuenta de sus propias falacias.
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“De cierto os digo… que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (J.8.34)
Cuando leemos estas la palabras podemos correr el peligro de creer que “ser esclavo de pecado” es serlo solamente de algunos pecados como la inmoralidad sexual, la adicción a las drogas, al juego, etc. Sin embargo, Jesús hizo una declaración general pero que, en esta ocasión el pecado no tenía nada que ver con lo mencionado. No que su declaración no tuviera que ver con eso, sino que no se refería a esas cosas, en este caso.
Cuando Jesús habló de la libertad que sus oyentes podían llegar a tener, éstos protestaron porque se estaba dirigiendo a ellos, condicionando dicha libertad a permanecer en su palabra y hacerse discípulos suyos. Cuando eso sucediera, dijo Jesús: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.” (J.8.31-32).
Efectivamente, ellos protestaron alegando que eran descendientes de Abraham (J.8.33). Pero el Señor insistió en que “todo aquel que hace pecado, esclavo es de pecado” (J.8.34). Pero ellos insistían en que tenían por padre a Abraham y que nunca habían sido esclavos de nadie. (J.8.33,39). Esa realidad, a juicio de sus oyentes, les otorgaba una condición y un status superior ante las demás gentes de otras naciones a los que llamaban “perros gentiles”. Pero también se sentían superiores a algunos colectivos de su propia sociedad.
Lo cierto es que, desde el punto de vista espiritual y religioso ellos consideraban que eran hijos de Dios y, como pueblo de Israel también se consideraban Su pueblo. (J.8.41). Pero eso que, siendo una realidad que podría haber sido para bendición de ellos y de otros, lo habían usado como ocasión para el orgullo, estando poseídos de un espíritu de superioridad desde el punto de vista religioso, alimentando también el etnocentrismo, y el nacionalismo-excluyente. Y además, se sentían muy orgullosos de ello.
Sin embargo, el Señor les muestra que todo cuanto ellos creían y pensaban de Dios, de su padre Abraham y de sí mismos así como de los demás, no era conforme a la verdad divina. Estaban viviendo una serie de mentiras que ellos tenían como “grandes verdades”. Lógicamente, el engaño y la mentira siempre lleva a los que las sostienen a una relación equivocada con Dios, consigo mismos y con el prójimo. Pero ahora tenían delante a aquel que dijo: “Yo soy la Verdad…”(J.14.6): Jesús, el que podía liberarles de la mentira y por tanto de la esclavitud del pecado: “Porque todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (8.34).
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Sin embargo ellos le resistían con argumentos que tenían por ortodoxos; pero sin darse cuenta de sus propias falacias. Además estaban dispuestos, no solo a defender con palabras, sino a matar por defender “su verdad”:
“Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham” (J.8.40).
Así que en todo el pasaje encontramos un contraste entre la persona de Jesús y sus palabras, y sus oyentes, sus propias palabras y sus actitudes. Dicho contraste llega al culmen cuando Jesús hace una declaración asombrosa, respecto de sus interlocutores:
“Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de sí mismo, porque es mentiroso y padre de mentira” (J.8.44)
Entonces, no estaría mal echarle un vistazo a nuestro propio contexto en el cual pudieran darse circunstancias, actitudes y sentimientos parecidos; sobre todo en relación con las diferentes escuelas teológicas, los nacionalismos excluyentes, las ideologías políticas, el racismo, etc. Estas no pueden ser la excusa para rechazar, menospreciar, excluir, odiar y combatir los unos contra los otros, sin misericordia. Pensar y actuar así nos colocaría en esa condición de “hijos del diablo” y “esclavos del pecado” a la cual hizo referencia el Señor Jesús.
Por otra parte, vemos que la religión no siempre fue el contexto donde se dio lugar a la justicia, el amor y la misericordia de Dios; en muchos casos y a lo largo de la Historia, más bien fue motivo de orgullo y la excusa para justificar el racismo, la esclavitud, la opresión de la mujer, los nacionalismos-excluyentes, y las guerras -las de carácter teológico, y las físicas-. Todo, alimentado por el espíritu de Caín que solo puede proceder, no de Dios como aquellos equivocados interlocutores de Jesús creían sino del mismo diablo que los tenía encarcelados, siendo “esclavos del pecado”.
Que Dios nos libre.
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