El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
La Biblia nos habla constantemente de otro tiempo, más verídico, que no lo es.
La necesidad de controlar a los demás es un pecado. Y afecta por igual a las estructuras de la sociedad como a las de la iglesia.
Llevamos en nosotros, desde que salimos del Edén, esta sensación permanente de pérdida de control frente a la vida y las circunstancias.
Esta crisis mundial de poder también permea a la parte más religiosa de la iglesia.
Lo que no entiendo es que sea precisamente la iglesia de Cristo, sus miembros individuales, los que caigan en el engaño de las malas noticias y abandonen, precisamente, las buenas noticias del evangelio.
Podríamos continuar con esta rutina de ser iglesia todo el día, todos los días, en todo momento, como si no nos quedara otra.
Tengamos paciencia con nosotros mismos, e insistamos en el agradecimiento cotidiano a Dios por todo lo que tenemos a pesar de la prueba.
El reino de los cielos viene a nosotros hoy porque ya somos de los resucitados.
El peor momento de nuestras vidas, después de este momento de Jesús en que se entregó por nosotros, ha quedado transformado por la luz.
El Señor es Señor de la línea temporal, también.
Los falsos profetas también tienen poder para hacer milagros y señales.
Jesús critica a los ricos que dan mucho para alardear de lo que tienen frente a otros; su fin no es el agradecimiento a Dios por su prosperidad, sino establecer una distinción social.
Siempre esperaremos interactuar con un Dios lejano, frío, solamente preocupado de recibir la adoración que le debemos, y nada más.
Los que insisten en que la mujer tiene un rol subyugado al varón y “establecido por Dios” en realidad están hablando de muchas otras cosas humanas.
A mí la vida me ha enseñado que el mundo está roto, que los sueños no se consiguen, y que hemos sido arrojados sin sentido a la existencia. Sin embargo, las palabras de Jesús me dicen que tenemos un sentido.
En muchas ocasiones nos han podido las prisas: por terminar el sermón, por pasar a otra cosa, por cumplir con los objetivos o el horario. También nos han podido los prejuicios, sin duda.
Jesús lo hizo mal, a los ojos de cualquier experto en branding y marketing. Sin embargo, fue consecuente con las verdades de su reino.
Casi todos admitirán que en sus iglesias hay mujeres inteligentes, formadas, capacitadas, serviciales, llenas del amor y la sabiduría de Dios. Sin embargo, hay muy pocas probabilidades de que sean invitadas a cierta clase de eventos.
A Jesús nunca parecen molestarle los que a nosotros nos parecen insoportables.
Es difícil de entender la verdadera dimensión de esta renuncia, pero se nos advierte que, al hacerlo, acabará esta búsqueda insaciable de poder y de reconocimiento.
Ese acto de fe, hoy en día, a los hijos de nuestro siglo, nos resulta absolutamente impensable.
La cultura del liderazgo, del éxito, de lo empresarial y la obtención de objetivos no es en sí un concepto bíblico.
Qué solos estábamos frente al imperio del mal antes de Jesús. Qué buenas noticias trae su presencia.
La lealtad y la amistad también subsisten en el desacuerdo.
Si pudiéramos verlo y entenderlo como lo percibían los de su tiempo inmediato veríamos que en la historia de los milagros de Jesús lo principal es la dignidad con la que trataba a los que la sociedad despreciaba.
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