Jesús lo hizo mal, a los ojos de cualquier experto en branding y marketing. Sin embargo, fue consecuente con las verdades de su reino.
Jesús entró en Jerusalén y fue al templo. Después de observarlo todo, como ya era tarde, salió para Betania con los doce.
Marcos 11:11
La humanidad de Jesús es algo curioso y fascinante. Él se siente frágil, pero al mismo tiempo sabe lo poderoso que es. Sabe que le van a matar, y seguramente lo tiene en mente mientras escucha y recibe las alabanzas, las palmas y los honores. Su sabiduría eterna cabe en esa mirada que lo observa todo y no dice nada, ni siquiera tras la entrada triunfal más famosa e impactante de toda la historia.
Ningún rey, emperador, césar o gobernante entró jamás en una ciudad con tanto esplendor. Ningún desfile triunfal se puede comparar a aquel acto espontáneo, verídico y profundo. Creo que, aunque los mismos que alababan hoy a Jesús en pocos días decidirán matarle, en este momento su alabanza es sincera.
Quizá eso también sea fascinante: nuestra capacidad para cambiar de rumbo casi en un suspiro, frente a la permanencia eterna del hijo de Dios.
Estamos antes de Pentecostés, antes de la muerte y la resurrección. Nosotros sabemos ahora al leer este texto quién es Jesús, pero ellos solo ven a alguien a quien felicitar por las cosas asombrosas que hace. Supongo que la parte importante de este relato es señalar, de manera sutil pero firme, que Jesús podía haberse dejado embaucar. Ya estaba, ya tenía el éxito que se esperaba de él. No había más honores. ¿Qué más pedir? Y, sin embargo, Jesús entra a Jerusalén con la firme idea de que le van a matar, que él lo va a permitir, y que nada es lo que parece.
Más allá de la hermenéutica acostumbrada para este texto, hay algo que me dice a mí en este momento de mi historia vital: que me olvide de los éxitos que celebra y reclama el mundo. Olvídate de lo que debe ser, de lo que se debe esperar. Sé que es contrario a todos los gurús del marketing y la emprenduría, a todos los coaches y talleres que se ofertan. Los éxitos no son lo que parece. Los fracasos tampoco.
Aprecio el trabajo de todos los que nos quieren hacer la vida más ventajosa y aprovechable, pero nunca todo ese esfuerzo puede ir por delante de la convicción del camino estrecho por el que irremediablemente nos llevará la buena fe. Nunca el buscar hacer las cosas bien, triunfar, en cierto modo, en lo nuestro, puede ir por delante de aquel que en un primer momento nos llamó a trabajar en ello.
He comprendido que hacer las cosas para el Señor y no para los hombres conlleva la aceptación de que gran parte de la gente que nos rodea verá nuestras acciones como fracasos. Quizá lo explique más adelante, pero a mí hoy me sirve de consuelo. Jesús, en el momento de mayor esplendor humano de su ministerio, se quedó callado y observó, y se marchó sin querer celebrar ni aprovecharse de la gloria humana. Lo hizo mal, a los ojos de cualquier experto en branding y marketing. No aprovechó el momento, y esos momentos, sencillamente, son tan pasajeros que no aprovecharlos es casi una falta moral. Todos los días, en todo lo que me rodea, se me recuerda que en cuanto consiga un poco de gloria (una plataforma de seguidores, un post viral, unos cuantos likes, alguna reseña de mis libros…) debo exprimirle el máximo posible o pasará el momento y si no lo he aprovechado, habré fracasado. Jesús, sin embargo, me dice que él renunció a hacer precisamente eso en su momento de gloria. Es más: nadie nunca ha tenido un momento de gloria igual. Y no solo no pasó nada, sino que hizo bien. Él fue consecuente con las verdades de su reino, con la convicción de que nuestro tesoro no estará nunca sobre esta tierra.
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