La cultura del liderazgo, del éxito, de lo empresarial y la obtención de objetivos no es en sí un concepto bíblico.
Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Marcos 9:35
Por muy sano que pueda llegar a ser, por muy útil nos resulte, la cultura del liderazgo, del éxito, de lo empresarial y la obtención de objetivos no es en sí un concepto bíblico: es algo de nuestro aquí y ahora, nuestros siglos XX y XXI, nuestra industria, nuestro mercado, nuestro sistema capitalista. Si a esto se le pueden aplicar principios bíblicos, siempre será bueno. Pero hay que conocer que no son lo mismo. A la larga, es lo más sano.
Desde finales del siglo XX, al menos que yo conozca, se nos han llenado los grupos de estudio, los discipulados y las librerías cristianas de materiales sobre liderazgo. En realidad, el que se llenara el espacio evangélico de este discurso ha sido una especie de alargamiento de la proliferación de materiales no cristianos sobre este tema desde finales de los ochenta. Se empezó a divulgar sobre la cultura empresarial y al final ese lenguaje acabó en una parte de la sociedad, y de ahí a la iglesia. El problema es que aquí resulta un poco extraño venderle libros sobre principios bíblicos de liderazgo a, por ejemplo, un funcionario de la Agencia Tributaria que va felizmente los domingos a su iglesia evangélica local. O intentar meterle a un grupo de adolescentes medio despistados aún con la vida la idea de que ellos pueden ser buenos líderes. Llega un momento en que resulta ridículo que se insista en que todos pueden ser líderes, porque nadie quiere asumir el papel de seguidor. De hecho, ninguno de estos materiales sobre el tema quiere asumir la paradoja: siguen insistiendo, con las blancas sonrisas exitosas de sus autores en la portada, que todos podemos ser el líder de alguien. Es decir: que debemos serlo para poder ser personas y cristianos de éxito.
No pongo en duda que haya directores de pequeñas y medianas empresas (¡e incluso grandes!) a las que estos principios les vengan como anillo al dedo. Y no estoy pidiendo la retirada de estos materiales, ni mucho menos. Hablo de que también se le deje un espacio a, por ejemplo, una auxiliar administrativa de un barrio de la periferia para que crezca en su iglesia sin meterle esto con calzador en el currículo educativo, tan solo porque a alguno de los líderes, en otro contexto, en otro momento, le resultó revelador.
Esto también me lo digo aquí a mí misma: no porque algo me haya resultado apropiado a mí, tiene que valerle a todo el mundo. No consiste en eso el discipulado.
He visto, leído y traducido muchos de estos materiales, para bien y para mal. Creedme cuando os digo que los conozco bien. Y creedme cuando os digo que, con toda la buena intención de los autores, en el fondo lo que está transmitiendo es cómo sacar provecho, de alguna manera, a la cultura del dominio y del poder. Todos queremos ser líderes, igual que todos querríamos ser grandes estrellas de rock: porque así tendríamos poder. Hay quien tiene ese poder de forma natural y tiene que aprender a gestionarlo sabiamente. El resto, normalmente, no lo tenemos.
Muy a menudo he visto en estos materiales cómo se cita este versículo de Marcos 9:35 y cómo se utiliza como excusa para predicar un liderazgo sano. El caso es que, al final del día, lo que esta cultura del éxito y del liderazgo empresarial nos enseña no puede encajar con el verdadero evangelio que se ha de vivir. Quien se ocupa en potenciar su imagen de marca no puede, al mismo tiempo, renunciar a sí mismo. Quien está dispuesto a ser humillado y perder su vida por el evangelio, no puede, al mismo tiempo, pretender tener muchos seguidores y ser aplaudido. Quizá sea yo, pero a mí no me termina de encajar, y a estas alturas de la vida tiendo a huir de los focos de frustración segura.
Hay dos opciones: una, ignorar todo lo que acabo de decir, seguir obsesionándonos con las claves del éxito y seguir consumiendo estos libros, mensajes y conferencias, y seguir viendo cómo funciona pero, poco a poco, nos aleja sin querer de la vida vibrante de la fe; y dos, aplicar un liderazgo sano donde y cuando encarte, y en lo demás buscar una doctrina real, sana y práctica. Aunque esto suele cansar más.
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