Cerca del reino de Dios

Al ver Jesús que había respondido con inteligencia, le dijo: “No estás lejos del reino de Dios”.

Marcos 12:34

Conozco dos extremos para relacionarse con la redención: están aquellos que, de tan alto concepto que tienen de sí mismos, se creen que todo lo del perdón de los pecados es más para otros que para ellos. Luego están los que tienen tan bajo concepto de sí mismos que se creen que no tienen ninguna posibilidad de acceder al perdón divino. Y en ambos extremos el sujeto se queda estancado en una especie de complacencia masoquista que, a la vez que le destruye, le da la sensación de justificación. El engreído, obviamente, se cree con derecho a administrarse a sí mismo la redención de Cristo; y, en consecuencia, suele creerse con derecho a administrársela también los demás, y decidir quién y cómo tiene acceso a la salvación. El de baja autoestima, por su cuenta, encuentra en su autoflagelación la excusa perfecta para no tener que revisar su actos ni sus pensamientos. Se encuentra mal, sí; le gustaría que las cosas fueran de otra manera, sí; pero mientras decide qué hacer, en sentirse mal encuentra un sentido para su vida, por miserable que sea.

Hablo de estos dos extremos porque, al leer este pasaje en que un maestro de la ley acude con una pregunta sincera ante Jesús y sale con una alabanza, me cuesta reconocer mi experiencia cristiana. No solemos hablar, ni pensar, ni relacionarnos con Dios de manera que algún momento podamos esperar un cumplido así de bonito como el que se llevó este maestro. Ya sea que nos decantemos hacia el engreimiento o hacia la baja autojustificación, siempre esperaremos interactuar (en caso de que aún esperemos hacerlo) con un Dios lejano, frío, solamente preocupado de recibir la adoración que le debemos, y nada más. No es la imagen del Padre que juega, ríe, disfruta y enseña a sus hijos, sino es la imagen de un coronel que se relaciona con sus tropas en la más pura y aséptica disciplina. 

La respuesta de Jesús al maestro de la ley está llena de amor. Y está llena de promesas. Quizá este maestro de la ley, más adelante, fue de los que estuvo tras la resurrección entre los que le vieron, o quizá fue de los que estuvieron presentes en Pentecostés. Quizá está entre el grupo de primeros cristianos del que se narra en Hechos. Si estaba cerca del reino de Dios, es posible que terminara dando fácilmente el camino de entrada.

Me gustaría mucho escuchar estas palabras de Jesús. De hecho, cuando lo pienso, es más que posible que en algún momento todos las hayamos recibido y no nos hayamos dado cuenta. Quizá porque en nuestro engreimiento lo damos tan por hecho que nos parecía una obviedad. Quizá porque en nuestra colección de automiserias no queramos rendirnos a una esperanza tan viva, auténtica y refrescante, a una realidad que está fuera de la miseria humana sobre esta tierra. Pero eso da para escribir otro artículo otro día.