Los que insisten en que la mujer tiene un rol subyugado al varón y “establecido por Dios” en realidad están hablando de muchas otras cosas humanas.
Cuando resuciten los muertos, no se casarán ni serán dados en casamiento, sino que serán como los ángeles que están en el cielo.
Marcos 12:24
En este pasaje, la conducta de los saduceos (su arrogancia, su desdén hacia Jesús, su superioridad moral y su intento de reírse del contrincante) me recuerdan punto por punto a la actitud de muchos teólogos de mercadillo que andan hoy día plagando las redes sociales de discordia. Al igual que los saduceos, conocen la palabra, pero rechazan el amor, así que son incapaces de aplicarla. Al igual que los saduceos, creen que en su complejo de superioridad moral tienen la razón, y que se pueden permitir despreciar al prójimo… y al igual que los saduceos, no se dan cuenta de que están intentando pasar por encima del propio Jesús. Que Jesús, sin duda, se dejó pisotear en la cruz… pero el resto del tiempo sus respuestas llenas de gracia también estaban llenas de verdad.
Sin embargo, más allá de cómo se pergeña el intercambio dialéctico, más allá de la reprimenda de Jesús (“¡Andáis muy desencaminados!”, ¡a los de hoy en día también!), hay algo en este pasaje que me llena de un consuelo profundo que quiero compartir.
Al fin y al cabo, este viaje por el evangelio de Marcos es mi propio viaje. Comparto de lo que yo aprendo, y no puedo hacerlo de otra manera. He de compartir ahora el consuelo velado que se nos permite a las mujeres en la respuesta de Jesús, que no es más que señalar una verdad que será y que, en cierto modo, ya es en la eternidad por él establecida para nosotros.
En este pasaje se habla de la mujer, por parte de los saduceos, con un enfoque en que son objeto útil, o no sirven para nada, desprovistas casi de alma, emociones o voluntad. Como siempre he escuchado predicaciones bíblicas desde la perspectiva masculina y hacia una visión masculina, me he perdido la belleza que desprenden los nuevos enfoques, la contextualización de la Palabra verdadera. Los saduceos, en este pasaje, hablan de esa mujer que se casa una y otra vez como si fuera un mero objeto, un simple contenedor: sirve para dar a luz a los hijos de los varones de esa familia, pero no tiene autonomía, ni decisión, ni voz, ni rostro. Solo sirve por su sistema reproductor, y casi parece así porque no queda otro remedio. Supongo que muchos de estos honorables varones saduceos pensaban en lo profundo que menuda desgracia que tuvieran que existir las mujeres para poderse reproducir. Son en el fondo la voz de muchos misóginos de aún hoy día. Y no me podéis decir que no es verdad, que miento o exagero porque si queréis os empiezo a relatar ejemplos que yo misma he vivido en persona. Hay hombres que odian a las mujeres sin darse cuenta de que con ello se están arrancando la mitad de su humanidad, y utilizan el poder al que puedan recurrir (fuerza, violencia física o verbal) para humillar a esa otra mitad despreciada y autoafirmarse a sí mismos. La igualdad que destila el evangelio de Cristo está muy lejos de utilizar la fuerza contra la mujer para “dejarla en su sitio”, y muy lejos de devolver esa misma fuerza contra el hombre “para compensar”. Pero la igualdad existe, y está aquí.
La realidad venidera, la eternidad que nos espera, gloria a Dios que no es la eternidad que se les promete, por ejemplo, a los terroristas yihadistas de un paraíso lleno de mujeres vírgenes para su disfrute. Es el paraíso del macho, y a la vez el infierno de la mujer, desprovista de identidad, de libertad y de rostro más allá de sus genitales, como sucede aquí con la visión de los saduceos. A mí me consuela saber que en Jesús, mi Jesús, mi condición de mujer no me priva del legado eterno en igualdad de condiciones.
Y si no lo es en el futuro, ¿por qué insistir en que aquí debe serlo? Permitidme que siga creyendo que los que insisten en que la mujer tiene un rol subyugado al varón y “establecido por Dios” en realidad están hablando de muchas otras cosas humanas, falibles y de la esfera de la caída, y no del verdadero evangelio de Cristo.
Los saduceos, en el fondo, no esperaban que en la respuesta de Jesús la condición de la mujer dada en casamiento estuviera al mismo nivel (“como los ángeles que están en el cielo”) a la de los varones que se casan con ella. Dejemos a un lado la historia y la realidad de este lado de la eternidad. Dejemos por un momento la ley que obligaba a la mujer a pasar de mano en mano (y de cama en cama) hasta dar descendencia sin poder opinar al respecto. Fijémonos en ese horizonte de luz que perfila Jesús cuando explica la realidad que será y que, en la eternidad, ya es nuestra condición. La resurrección no es una promesa de futuro, sino de presente. Es una realidad que desde este momento condiciona nuestra vida aquí. En esa realidad yo, como mujer, no soy objeto, no soy mero contenedor de carne; tengo la dignidad de haber sido hecha a imagen de Dios en igualdad de condiciones. No vale un pero, no vale ninguna apostilla en esto. Desde siempre he vivido con la congoja interna de quienes me han dicho y demostrado por todos los medios que yo soy menor para Dios, casi un mal necesario. Que mi existencia es un problema. Pero en esta limpia respuesta de Jesús, en este breve perfil de la realidad que ya se me ha concedido en la salvación, reconozco que todo eso es, ha sido, y será mentira.
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