La necesidad de controlar a los demás es un pecado. Y afecta por igual a las estructuras de la sociedad como a las de la iglesia.
… donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad.
2 Corintios 3:17
Hay temas de los que parece que no se puede hablar sin recibir comentarios paternalistas, malsonantes o directamente insultos; y es precisamente de estos temas de los que más hay que hablar, porque, junto a los insultos, recibo una oleada siempre de comentarios de personas dolidas o heridas que necesitan poder expresar su dolor y su proceso de curación con libertad. Y es curioso cómo, casi siempre, esto pivota alrededor de un solo tema: el control.
Esta semana conocí la historia de una mujer que está en el proceso de salir de un entorno de iglesia machista donde siempre se le ha enseñado que no puede quejarse de su marido porque eso es pecado. En la privacidad del grupo y el cierto anonimato de Internet, estalló de frustración y contó cosas que le sacaban de quicio de la forma de ser de su marido, como que siempre le controla el dinero y la castiga, por ejemplo, tardando meses en comprar un lavavajillas nuevo, si a él le parece que ella no está siendo suficientemente diligente en las tareas de la casa. Luego pidió perdón porque al contar estas cosas sentía que estaba pecando. Casi unánimemente todo el mundo le explicó que eso no era cuestión de teología, de someterse o no al marido y de pecar si no se hace, sino que se encontraba en una relación tóxica con un maltratador y un obsesionado por el control y Dios no quería que ella viviera en angustia y frustración. Ella no se había dado cuenta porque siempre le habían enseñado en la iglesia que los hombres “de verdad” son así. Nadie le había dicho nunca que Dios no quiere que se sienta frustrada en su matrimonio.
Y entonces llegó el torrente de mujeres dolidas, con traumas viejos o nuevos, que se sinceraron explicando que en sus entornos de iglesia esa obsesión por establecer la doctrina del sometimiento de la mujer normalmente se convertía en el lugar perfecto donde esconder y validar a hombres abusivos, controladores y maltratadores.
No es algo exclusivo de la iglesia, lo cual es peor.
Quien me conoce sabe que mi corazoncito de filóloga anda siempre rondando y buscando cosas extrañas que estudiar por curiosidad. Los últimos años, estudiando el mundo literario de los géneros y subgéneros, he estado leyendo y analizando mucha literatura romántica. Moralmente, está en el extremo opuesto de la vida piadosa de iglesia y de los buenos matrimonios cristianos. Y, sin embargo, tienen un asombroso punto en común: también en esta clase de literatura se fomenta como buena la figura del hombre posesivo y controlador. Te presentan como un galán enamorado a hombres con conductas que, en el mundo real, deberían ser derivados sin falta a un psiquiatra o directamente bajo custodia policial. Se romantizan los celos, se justifican las agresiones. No exagero, de verdad: el otro día leí una novela que ha sido best-seller en Amazon, con decenas de críticas positivas, que te presentaba a un tipo tan guapo que cortaba la respiración, y todo lo que hacía se describía para cautivar a las lectoras: él no se enamoraba, se obsesionaba. Sentía celos de cualquier hombre que se acercara a la mujer, y cuando no podía controlar esos celos agredía físicamente a la mujer; sin embargo, ella estaba tan enamorada que se lo perdonaba todo. La acusaba de ser una mentirosa y de estar engañándole porque él no soportaba que fuera tierna con sus amigos, terminaba insultándola y abandonándola de mala manera, y el giro final de la primera parte era que, encima de todo esto, esa muchacha se proponía volver a conquistarle porque no podía vivir sin él.
La única forma que tengo para explicar que se favorezca como buena la misma clase de masculinidad tóxica tanto en ciertos entornos de iglesia como en el extremo opuesto de la literatura romántica es que esta visión de la masculinidad enfermizamente controladora es, en realidad, algo muy humano. No tiene nada de divino. Es un pecado que arrastramos desde el Edén, y el tema del pecado es que, la mayoría de las veces, no lo queremos reconocer. Entiendo que las escritoras de literatura romántica no entiendan el problema del pecado, pero no entiendo que las iglesias, los líderes, pastores, predicadores, quieran justificar su propio pecado de control teológicamente, y convertirlo en doctrina, en vez de reconocer su error y pedir perdón a Dios.
No diría esto si no supiera que, verdaderamente, la necesidad de controlar a los demás es un pecado. Y afecta por igual a las estructuras de la sociedad como a las de la iglesia. En la sociedad, da a luz problemas sociales muy graves, que a menudo acaban derivando en choques y violencia. En la iglesia, da a luz doctrinas enrevesadas y retorcidas, alejadas de la luz del evangelio, y a centenares y centenares de personas dolidas, traumatizadas y con problemas espirituales serios. Quien crea que no hay otra solución y debe ser así para agradar a Dios, se equivoca.
[destacate]Después del Edén, la historia de la humanidad no es más que un baile de poder.[/destacate]Conozco muchas iglesias y personas que no se rigen por estas doctrinas tergiversadas del sometimiento y el control. Sus doctrinas son las de Gálatas y Colosenses, las de sometimiento y el amor mutuos. Conozco a hombres que no son controladores y son absolutamente maravillosos. Son personas que destilan santidad de Dios, que son mansos, humildes y tienen dominio propio. Ahora que lo pienso, son muchos los hombres fantásticos que conozco que han renunciado al camino de la masculinidad tóxica (dentro y fuera de la iglesia) y da gusto tratar con ellos. Me encanta saber que muchos de ellos se cuentan entre mis amigos. Creedme cuando os digo que poder vivir en un entorno en que estos hombres actúan, viven, trabajan, lideran y dejan liderar a otros y a otras, es una bendición.
No valen como “hombres de verdad” para la literatura romántica; tampoco valen como “hombres de Dios” en ciertos entornos de iglesia, pero ante los ojos de Dios son los más válidos y valiosos, y eso es lo que cuenta al final.
La caída y la expulsión del Edén nos dejaron una herida abierta que nunca se cerró. En el Edén Dios tenía el control y la autoridad, que nos cedió convenientemente en su plan de que fuéramos sus hijos y criaturas. Al salir del Edén, perdimos la autoridad máxima, y desde entonces una de las características del pecado que hay en nosotros es esa necesidad de controlarlo todo para sustituir a Dios. Fuera del Edén el mundo es hostil, recordad; y nos sentimos perdidos. La historia de la humanidad, desde entonces, no es más que un baile de poder. Y eso se permea a todas las estructuras, ya sean sociales o religiosas. Intentar validar el pecado dándole forma de doctrina cristiana es una de las maldades más retorcidas que existen.
Sé que a los hombres heridos y obsesionados por controlar no puedo hablarles. Yo soy mujer y, desde mi voz, se sienten insultados. Sé que hay hombres que no tienen capacidad de dialogar con las mujeres ni respetarlas, y que deberían poner eso en oración y encomendárselo a Dios para encontrar perdón y salida; pero yo, al ser mujer, no puedo decirles que lo hagan. Seguramente serán los que vengan, ofendidos, a dejarme de nuevo mensajes de agresión, condena del infierno y amenaza por haber escrito esto. Ha dejado de afectarme, en cierto modo, porque sé que no es tanto rebelión contra mí como rebelión contra Dios. No me va a sorprender ningún insulto.
Lo que quiero dejar aquí escrito es para las mujeres, y muchos hombres, que sienten que deben salir de estos círculos tóxicos del control y del poder, sobre todo en entornos de iglesia que tienden a lo sectario, a lo oculto y reducido, en vez de abrirse al mundo para ser sal y luz: si lo sentís como una convicción, posiblemente sea el mismo Espíritu Santo guiándoos a la verdad y a la libertad. Si os han enseñado que no hay otra solución teológica y que la única verdad bíblica son esas doctrinas que, en el fondo, no sentís como liberadoras sino como opresión, que sepáis que no os han dicho toda la verdad. Aquí estamos toda una comunidad de creyentes que no vivimos según esas reglas ni doctrinas, que tenemos una relación con Dios todo lo sana posible, o al menos en crecimiento espiritual constante, donde las verdades del evangelio son liberadoras y no opresoras. Aquí estamos y queremos recibiros con los brazos abiertos y acompañaros si necesitáis apoyo, consuelo y sanación.
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