La nueva vida en el reino (2): Las buenas noticias

Se le han intentado dar diferentes nombres a esa sensación persistente de apocalipsis en la que vivimos, aunque no se ponen de acuerdo. Es una especie de atracción hacia el fin que nos persigue, una falsa profecía que nos empuja al pesimismo y a aceptar un estado perjudicial de las cosas como única realidad. Todo se acaba, dicen, no merece la pena luchar. En nuestro registro interno obviamos completamente las buenas noticias, las dejamos a un lado, ya sea que les sucedan a otros o a nosotros mismos, y centramos toda la narración de lo cotidiano en lo negativo. 

Dejad que me explique.

Nos levantamos y, quizá, miramos el móvil. Quizá, abrimos alguna red social y echamos un vistazo a las noticias y a los temas de conversación, y todo lo que encontramos es odio, maldición, desastres y pérdidas irreparables (del medioambiente, de la clase política, de la vida en sociedad). Las malas noticias van primero, porque venden más, hasta el punto de que son las únicas noticias que se acaban dando. Casi ni has puesto el pie en el suelo y tu cerebro, aun sin despertar, ya ha tenido que procesar un estado constante de desgracia.

Quizá no miras el móvil, pero lees el periódico, o pones la televisión. Normalmente, los medios de comunicación permanecen irreductiblemente atados a esa única narración de la realidad desde lo negativo, lo oscuro y lo irremediable. De nuevo, no es más real; solo es más comercializable. Han entrado en una espiral de la que no saben salir. Y en ese tono seguimos durante el día: a mediodía cuando hacemos la pausa para comer, a la hora de la cena, antes de acostarnos. A los de mi generación para arriba nos dijeron siempre que para ser buena persona debes estar bien informado, y no podemos quitarnos esa moral de encima, aunque el querer estar informados sea estar mal informados y sea tener que lidiar con una cantidad de negatividad, de mal y de perdición que no podemos humanamente procesar.

Yo veo varios problemas aquí; aparte del problema obvio de tener en jaque nuestra salud mental, colgando de un frágil hilo que otros parecen estar manejando, claro está. El segundo problema es que se genera un estado de ánimo en el que optar por el suicidio intelectual de la conspiranoia parece una buena opción. En el fondo, los terraplanistas, los temerosos del 5G, y los que ahora compran el discurso antimascarillas no son más que personas asustadas que se sienten extremadamente vulnerables, y esta narración alternativa de la realidad, por ilógica, absurda o incluso peligrosa que sea, no es más que un intento desesperado de obtener algo de control sobre sus vidas. Solo se encuentran mal y de este modo la turbulencia que llevan por dentro se deriva hacia afuera. Parecen tener razones, pero no tienen la razón; les puede parecer todo muy lógico porque han visto videos en YouTube muy convincentes. Sin embargo, solo es, en gran parte, angustia mal gestionada. Es ira, es inseguridad, es desconfianza. Por supuesto, también es la tapadera perfecta para que narcisistas y personalidades psicopáticas se nutran y se alimenten de la turba. (Y ya sabéis que uno de los modos de identificar a un narcisista es que te acusará a ti de serlo cuando se le lleve la contraria; no hay pérdida. Cuántos de esos conocemos).

[destacate]Nuestro precioso Cristo sigue siendo buenas noticias hoy. Su reino sigue vigente, creciendo entre los suyos.[/destacate]El tercer problema tiene que ver con la fe. Entiendo que la sociedad esté en estos bretes, desde su condición alienada de Dios por el pecado. Entiendo que la gente se sienta perdida: siempre ha ocurrido, desde que salimos del Edén. Lo que no entiendo es que sea precisamente la iglesia de Cristo, sus miembros individuales, los que caigan en el engaño de las malas noticias y abandonen, precisamente, las buenas noticias del evangelio. Si hay un momento en la historia de la humanidad en que el concepto de evangelio, de buenas noticias, tiene no solo un sentido espiritual y elevado sino profundamente literal y cotidiano, es en nuestra era de la información. Parece mentira que se hayan olvidado de que Jesús sigue siendo, y seguirá siendo para toda la eternidad, buenas noticias para la humanidad. En vez de eso, juegan a compartir bulos por Facebook, y a buscar consuelo en el cantamañanas de turno y en la oscuridad de las redes sociales. Por mucho que asistan al culto del domingo en la iglesia, no han conocido a Cristo cuando lo han convertido en un triste justiciero a su medida, que cambia de chaqueta, de parecer, de ideología y de partido político según conviene. Aunque se llenen la boca de versículos bíblicos, no se discierne una pizca de luz divina en sus espíritus.

Nuestro precioso Cristo sigue siendo buenas noticias hoy. Su reino sigue vigente, vivo, y creciendo entre los suyos. El amor sigue en pie, vistiendo a la humanidad de la redención que ha traído la cruz. La resurrección es un consuelo enorme en estos días, al igual que la convicción de que los tiempos que vivimos solo son una bruma pasajera comparados con la vida eterna que tenemos por delante. Somos hijos de Dios ahora, arrancados del reino de la oscuridad y transportados al reino de la luz (Colosenses 1:12-14). Esto no es futuro, no es una promesa vaga; es nuestro presente. La realidad se encuentra en Cristo, y su poder es muy real hoy, y a él no le importan las modas ni las manipulaciones desde la sombra, porque su gobierno y su autoridad no se puede poner en entredicho, ni se puede utilizar para disputas tribales. El Señor está por encima de eso. Da igual que haya un gobierno mundial en la sombra, da igual que quieran controlarnos con chips, con Google Maps o con los chemtrails. Da igual: 

[Cristo] es la imagen del Dios invisible,

el primogénito de toda creación,

porque por medio de él fueron creadas todas las cosas

en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles,

sean tronos, poderes, principados o autoridades:

todo ha sido creado

por medio de él y para él.

Él es anterior a todas las cosas,

que por medio de él forman un todo coherente.

Él es la cabeza del cuerpo,

que es la iglesia.

Él es el principio,

el primogénito de la resurrección,

para ser en todo el primero.

Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud

y, por medio de él, reconciliar consigo todas las cosas,

tanto las que están en la tierra como las que están en el cielo,

haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz.

(Colosenses 1:15-20)

Son buenas noticias. Son las mejores. No hay más verdad que esta, al final, en medio de cualquier cosa que esté pasando.