El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
El curso, del 3 al 4 de julio, busca “ser un espacio de reflexión y aprendizaje, para todos los interesados en el desarrollo teológico y el impacto del protestantismo en la sociedad”.
El documento más importante de ese primer concilio ecuménico fue el Credo de Nicea, una declaración de fe que resume en pocas palabras la esencia de la fe cristiana.
Lo rescatable, dicen algunos, de ese Concilio fue la discusión cristológica que derivó en la redacción de un Credo importante que se estableció como norma de las iglesias de la época. Pero el precio que debió pagarse fue la entrega total de la vida de la iglesia a los vaivenes y conveniencia de los emperadores.
El libro Nosotros creemos. Comentario interconfesional al “Credo” del Concilio de Nicea, en el que participan varios autores evangélicos, se presenta este miércoles 7 de mayo en Barcelona.
En Nicea tenemos, siempre en mi opinión, el primer gran modelo de ejercicio y composición del poder terreno, usando medios imperiales y eclesiásticos: el trono y el altar, que tanto juego ha dado.
José Moreno Berrocal explica la controversia que resolvió este concilio hace 1700 años: “Nuestro señor Jesucristo no es como Dios, no es de Dios, sino que es Dios”.
La mayor consciencia de Dios hace que su sufrimiento por lo que pasa en su creación deba ser mucho más acuciante y desgarrador que lo que podamos sentir nunca ninguno de nosotros.
El Señor de la iglesia está presentándose ante los laodicenses afirmando que Él es digno de crédito, que su palabra es verdad, que ninguno de sus dichos puede ponerse en duda.
¡Yo soy de Cefas, yo soy de Apolo!, se dice en la carta a los Corintios. Pero Pablo dice que todos somos de Jesús. Por Javier Domínguez Angulo
El ateísmo y el concepto problemático del mal.
El ateísmo y el sufrimiento sin sentido.
¿El mal anula la existencia de Dios?
Los laodicenses, por su acomodo tranquilo a la sociedad podían prosperar y vivir cómodos. Esa actitud indefinida Cristo la encontraba repugnante.
Podríamos pensar que tibio sería mejor que frío, pero, al contrario, para Cristo la tibieza es lo peor y le da asco.
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