La malicia y la codicia de ayer, son las mismas que las de hoy.
La suplantación de la personalidad es uno de los muchos engaños que proliferan actualmente, consistente en hacerse pasar por quien no se es, a fin de conseguir una ganancia fraudulenta. Tiene múltiples facetas, habiendo quedado algunas ya obsoletas, pero habiendo surgido otras nuevas, en una rueda sin fin, en la que siempre se irá sustituyendo lo ya conocido por algo totalmente diferente, porque la maldad tiene una inagotable capacidad de imaginación.
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Recuerdo hace años cómo un vendedor callejero, en determinada ciudad, vendía un supuesto Rolex a precio de ganga. La apariencia era deslumbrante y visto así todo haría pensar que se trataba de algo auténtico. Además la marca estaba allí, en la esfera del reloj. Pero, un momento. ¿Qué ponía en la esfera?: Roles. La diferencia era una simple letra, pero si los ojos están cegados por la codicia, vas a leer lo quieres leer.
Atrás han quedado aquellas denominadas “cartas nigerianas”, en las que por correo electrónico se te anunciaba que habías sido favorecido con un premio millonario en la lotería, a pesar de que no habías jugado en ella. O alguien te quería hacer partícipe de su fortuna, en un alarde insólito de generosidad, oferta que, para tener más poder de atracción, procedía de un personaje famoso, lo cual era toda una adulación al ego, al ponerse en contacto contigo nada menos que alguien célebre. También había quien buscando un heredero de su testamento, al no tener familia y estar desahuciado por los médicos, te ofrecía la posibilidad de convertirte en el receptor de su riqueza.
En cada uno de los casos el peligro consistía en entrar en el juego, lo que suponía poner en manos de los timadores datos personales muy importantes. Pero una vez cruzada esa línea, ya no había vuelta atrás y el engaño se había consumado. La codicia material era la palanca de la que se servían, y se siguen sirviendo, los que manejan las artimañas del fraude.
Pero ahora puedes recibir una llamada vía telefónica, en la que quien llama dice pertenecer a tu compañía de electricidad, de teléfono, de gas, etc., anunciándote una suculenta oferta. En principio hay que tener fe para dar crédito a la identidad del que llama, porque ¿cómo comprobar en el instante si es verdad que es quien dice ser? Alguien desconocido, desde un sitio desconocido, se anuncia como representante de tal firma comercial y lo más normal es que se crea en la veracidad del origen de la llamada, porque desde siempre hemos actuado así. Pero ahora es muy factible que nos estén dando gato por liebre.
La sutileza del engaño es muy refinada, porque los estafadores han conseguido hacerse con ciertos datos personales nuestros, aunque no todos, pero tienden la trampa con los que tienen. Y así mandan un mensaje, supuestamente de una entidad con la que estamos vinculados, pidiéndonos que para confirmar la seguridad accedamos a cierto enlace. Cuando miramos la dirección desde donde mandan el mensaje, parece que todo es correcto. Digo parece, porque si nos fijamos bien en la dirección de dicho enlace hay una letra o un símbolo que no debería estar ahí. Si nuestra mirada es superficial a la nomenclatura del enlace, todo está bien. Requiere atención máxima observar lo que pone, para descubrir el ardid. Y aquí no es tan sencillo de descubrir como el caso del Rolex.
A medida que avanza la tecnología, las posibilidades de engañar y ser engañados aumentan exponencialmente, a pesar de las medidas de seguridad que se toman, porque lo que no ha cambiado, aunque la tecnología lo haya hecho, es la maldad del corazón humano. Si hace sesenta años los timos de la estampita y del tocomocho eran, por excelencia, las estafas en boga, ahora tienen otros nombres y otros procedimientos, más sofisticados, pero que, al final, van a lo mismo. La estratagema de entonces, es la de ahora. La malicia y la codicia de ayer, son las mismas que las de hoy.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Amontonar tesoros con lengua mentirosa es aliento fugaz de aquellos que buscan la muerte.’ (Proverbios 21:6). La palabra que se ha traducido por “amontonar” viene de la que se usa para “hacer” o “fabricar”, habiendo gente que usa la mentira para hacer y fabricar ganancias deshonestas. Hace ya tres mil años que tal cosa pasaba. Nada nuevo bajo el sol.
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Pero la segunda parte del pasaje muestra lo que en realidad son tales ganancias. El aliento es el soplo etéreo, es decir, lo que no tiene consistencia, como el vapor, que si de por sí ya es inconsistente, se le añade además el calificativo de fugaz, esto es, lo que se esfuma, lo que se escapa y, por tanto, sus poseedores quedan desposeídos de lo que amontonaban. Pero si todo terminara ahí, sería solamente la pérdida de lo que no era suyo; mas la gravedad reside en que la realidad detrás de todo ese afán por ganar, es la búsqueda de la muerte. ¡Qué ganancia más ruinosa!
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