Verdaderamente detrás de la mirada está el corazón.
El ojo es el órgano que nos permite percibir las cosas y por medio de su acción reaccionamos a las mismas, estando en la mirada la expresión de su actividad. Pero la mirada es mucho más que la captación de lo que hay a nuestro alrededor, porque ella refleja lo que hay en el corazón, de ahí que haya muchas clases de miradas. Por ejemplo, hay miradas cálidas y hay miradas gélidas; miradas escrutadoras y miradas lascivas; miradas asesinas y miradas inocentes; miradas de aprobación y miradas de repudio. Sí, verdaderamente detrás de la mirada está el corazón.
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Hubo una mirada, casi al comienzo de todo, que fue determinante, pero para el mal. ‘Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer.’ (Génesis 3:6). Esta clase de mirada se puede denominar la mirada de perdición, porque por ella entró la perdición en el mundo. Pero para que se produjera aquella mirada fue preciso que la mujer creyera las palabras de la serpiente sobre el árbol. Dios había dado una palabra clara al respecto, pero la serpiente dijo otra totalmente contraria. Si la mujer le hubiera hecho caso a Dios, su mirada sobre aquel árbol habría sido de precaución, pero como le hizo caso a la serpiente, su mirada fue de deseo.
En ese momento se puso en marcha un mecanismo en su interior, por el que el deseo se convirtió en más deseo, que acabó desembocando en codicia, hasta el punto de que aquel árbol adquirió una dimensión tal, que la mujer no podía ya ver otra cosa, que no fuera el árbol. Todo su campo de visión quedó reducido a la contemplación del objeto codiciado, que se apoderó de su mente, de su imaginación, de su voluntad y de todas sus facultades. Y así fue cómo lo que comenzó siendo una simple curiosidad, se tornó en ansia y ésta se transformó en obsesión.
A estas alturas ya era prácticamente imposible echar el freno y volver atrás, porque el árbol había tomado unas dimensiones descomunales en su corazón, que hacían que su poder fuera abrumador. Que extendiera la mano y tomara del fruto era cuestión de segundos, porque ya todos los diques de contención habían quedado rebasados y al tomar y comer el fruto, y también su marido, aconteció la catástrofe trascendental. Y todo este letal proceso comenzó con una simple mirada. La mirada de perdición.
Cuando Israel iba por el desierto, comenzaron a quejarse, como tantas veces habían hecho antes, por lo cual Dios envió serpientes venenosas, que ocasionaron la muerte de muchos. El pecado, en este caso de ingratitud, trajo como consecuencia la muerte. Es una invariable ley moral, que siempre se cumple. Cuando cayeron en la cuenta de su transgresión, buscaron la intercesión de Moisés, ante la cual Dios proveyó la solución, en la forma de una serpiente de bronce puesta sobre una asta, con la promesa de que cualquiera que mirare a ella, viviría.
Aquella serpiente de bronce era la representación del pecado de ellos, pero transferido, de modo que lo que era propio de ellos, su culpa y condenación, había sido puesto sobre esa representación. Las fatales mordeduras de las serpientes y su causa, habían sido traspasadas a la serpiente de bronce, y así mientras que las primeras serpientes fueron instrumento de sentencia, la segunda lo fue de salvación.
Pero había una condición para que el medio de salvación fuera eficaz y esa condición fue la mirada. Mirar a la serpiente de bronce era imprescindible para recibir el remedio, de manera que a esta mirada se le puede llamar la mirada de salvación. En esa mirada estaba presente la confianza en la promesa asociada. Y así fue como los que miraron se salvaron y los que no miraron perecieron. Unos creyeron, al mirar; otros, al negarse a creer, no miraron.
Esa serpiente de bronce, llevando el pecado ajeno, era un anticipo simbólico de Jesús, a quien Dios traspasó nuestro pecado, para que quien le mira, esto es, quien pone su fe en él, reciba salvación. Una mirada fue la causa de nuestra perdición y una mirada es la causa de nuestra salvación.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Tus ojos miren lo recto y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante.’ (Proverbios 4:25). Dependiendo de en qué dirección fijemos nuestros ojos, así será nuestro rumbo y nuestro fin. Si nuestra mirada está puesta en lo torcido, es seguro que andaremos desviados y terminaremos perdidos y condenados. Si fijamos nuestra mirada en lo recto, entonces caminaremos por la senda derecha, en la cual no hay nada descaminado.
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Como el corazón, en su estado natural, es una fábrica de corrupción y este mundo es un taller de engaño, se hace preciso apartar la mirada de esos dos focos de maldad, para fijarla en otra parte. La Palabra de Dios es lo recto, porque nos muestra la verdad, sobre Dios y sobre nosotros mismos. Sobre nuestro desesperado estado y también sobre la bendita solución, que es Jesús.
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