El tweet de Dios sobre la sobriedad o dominio propio

La palabra moderación, que significa mantenerse dentro de la medida, y la palabra mesura, que procede de medida, son dos términos hermanados por la gramática y que fueron antiguas virtudes muy apreciadas por los filósofos griegos de una y otra escuela, que inculcaban en sus alumnos la importancia de ser gobernados por estas actitudes, especialmente si se aspiraba a ostentar cargos de relevancia e influencia sobre otros, ya fueran políticos o militares. Y así Aristóteles se propuso hacer de su alumno más destacado, Alejandro, un ejemplo de equilibrio humano, conforme al espíritu helenista, y Platón, con su academia, quiso establecer una escuela de hombres conducidos por los mejores principios morales.

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En los tiempos actuales la moderación y la mesura están quedado relegadas a la nada, porque sus contrarias, la inmoderación y la desmesura, son las protagonistas en el escenario de la vida pública, auspiciadas desde todos los foros. Por eso el mundo corre alocadamente por el borde de un precipicio, en una carrera que no puede acabar más que de la peor manera posible.

Pero aun en el mejor de los casos, tanto la moderación como la mesura pueden ser equívocas, porque en la una y en la otra puede haber grados o matices, aun dentro de la medida. Y en ese sentido se puede dar el caso de que alguien sea un moderado sinvergüenza, que no cae en excesos escandalosos y no llama la atención excesivamente, pero que, al fin y al cabo, no deja de ser un pillo. O que se pueda ser un mesurado corrupto, cuya perversión no alcanza cotas notables, que tengan trascendencia pública, pero que está anidada en el corazón y el comportamiento. Y de este modo la moderación y la mesura son relativas, porque de lo que se trata es de mantenerse dentro de unos cauces que sean aceptables.

Las palabras sobrio y su contraria ebrio, proceden de la misma raíz gramatical, como se aprecia al diseccionar las dos palabras, resultando en so-brio y e-brio. Pero aunque tienen una raíz común, significan realidades totalmente diferentes, porque la segunda es estar dominado por el vino o por una sustancia similar, y la primera es no estarlo. Si la embriaguez es sinónimo de desorden, la sobriedad lo es de dominio propio. Y con el dominio propio llegamos a un punto distinto al de la moderación y la mesura, porque al contrario de éstas dos, que admiten grados dentro de sí mismas, con el dominio propio no hay grados o matices, porque o se tiene o no se tiene. Es decir, no cabe la posibilidad de que alguien afirme que tiene un poco de dominio propio, ni siquiera que tiene bastante dominio propio, porque al introducir un factor de cantidad, automáticamente se niega la existencia de tal dominio, pues la palabra dominio es absoluta, no relativa.

Los estoicos valoraron mucho el dominio propio, siendo uno de sus propulsores más grandes el filósofo Séneca, quien en sus ensayos morales disertó sobre su importancia. Sin embargo, todo lo que los estoicos podían ofrecer era la fuerza de voluntad humana y la auto-disciplina para alcanzar ese ideal. No es extraño que el propio Séneca no pudiera estar a la altura de lo que enseñaba, dada la debilidad inherente que la naturaleza humana tiene.

Pero la palabra dominio propio, traducida como templanza, aparece en la lista del fruto del Espíritu Santo que el apóstol Pablo menciona en Gálatas 5:23, con lo cual está enseñando que tal cualidad es posible, si bien no gracias a los pobres rudimentos humanos, sino a la obra del Espíritu en el cristiano, habiendo una tarea conjunta entre uno y otro. Y así el Espíritu proporciona el poder necesario, que el cristiano debe emplear para dar muerte al desorden carnal que quiere dominarlo. Porque la carne, esto es, la pecaminosidad que llevamos dentro, quiere manifestarse continuamente en muchas maneras, de modo que hay una tendencia natural a estar ebrio y no necesariamente de vino, dado que hay muchas clases de embriaguez. Está la embriaguez de la cólera y está la embriaguez del materialismo; está la embriaguez de la envidia y está la embriaguez de la lujuria; está la embriaguez de la crítica y está la embriaguez del orgullo; está la embriaguez de la amargura y está la embriaguez de la desobediencia. Y una forma de embriaguez en nuestro tiempo es la embriaguez de la tecnología, con la cual millones viven embriagados, porque según sea lo que domine a cualquiera, ésa es su embriaguez.

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Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘No estés con los bebedores de vino, ni con los comedores de carne; porque el bebedor y el comilón empobrecerán y el sueño hará vestir vestidos rotos.’ (Proverbios 23:20-21). Los dominados comienzan bien, porque están entregados a lo que desean por encima de todo, con lo cual parece que todo es perfecto y que tienen lo que quieren, si bien en realidad son ellos los que son tenidos por lo que quieren. Pero además, tal esclavitud termina en pobreza y miseria.

La misma que acompaña siempre a cualquier falta de sobriedad.