El País ha publicado en su edición de este sábado un bochornoso artículo sobre el crecimiento de iglesias evangélicas en la zona de Carabanchel.
Creo que el tema de los sufrimientos de los refugiados debería estar más presente en nuestros ámbitos congregacionales.
El estudio y la reflexión sobre ética sólo son válidos si, finalmente, nos lanzan a la acción.
La fe no pertenece exclusivamente al ámbito de la esfera privada. No es silente. No es inactiva.
El dios Mamón no ha muerto. Hoy el hombre sigue construyendo ídolos a este dios de las riquezas, al dios del dinero.
Si uno se da una vuelta por los pisos de grandes ciudades, comprobará que cada vez hay más gente que vive sola. Solteros, separados, divorciados.
No habría que interpretar el análisis y la acción sociopolítica de los cristianos como una intrusión, sino como parte de la vivencia de su fe y denuncia profética que se les ha encomendado.
La cultura en la que uno nace y crece no es algo irrelevante o accidental de lo que se puede fácilmente prescindir, sino que configura la identidad personal, la singularidad de cada uno.
Hay que atacar los fundamentos y las raíces de la injusticia social, del robo de bienes y de dignidad que se hace contra más de media humanidad.
De poco valen los esfuerzos por plasmar códigos éticos, legales o sociales, si no somos capaces de cambiar a la persona.
La mirada de Jesús está en contracultura con la forma de mirar de los políticos y de los humanos en general.
Esos separados, estigmatizados y privados de libertad, también pueden encontrarse en su viaje con la mejor oferta de libertad jamás pensada por ellos.
El que sigue a Jesús no va a dar nunca prioridad a los negocios, ni a la rentabilidad de sus acciones, ni al ritual religioso insolidario. Va a dar prioridad al hombre alineándose nada menos que con Jesús.
La voz hoy puede llegar a tener un efecto de denuncia y de puesta de relieve de las problemáticas sociales que traspasen fronteras.
En medio de las crisis, cuando parece que no se ve ninguna luz de futuro, los cristianos del mundo deberíamos salir a la palestra pública gritando que hay esperanza.
El ámbito público es donde los creyentes deben portar una fe viva, caminando en medio de la sociedad como vivos entre los muertos.
Creo que muchos deberían pasar por la experiencia de vivir en Lavapiés para abrirse a las culturas y religiones del mundo.
¿Estamos dispuestos a pagar el precio de una auténtica evangelización que, como he dicho en otras ocasiones, comparta la vida, el pan y la Palabra?
Las palabras bellas y la práctica del ritual de espaldas al dolor de los hombres es simplemente una mentira.
La acción social tiene su lugar en la teología, y la teología tiene que buscar su lugar en lo social.
Dios es un Dios justo que no separa la espiritualidad de la ética, de la moral y del recto comportamiento en relación con el prójimo apaleado y tirado al lado del camino.
Si Dios hablaba a través de sus profetas, ¿es, quizás, que también llora a través de ellos?
Si bajas las escaleras y te acercas a los pobres, podrás comprobar que apelar a tu propia dignidad frente a la indignidad y el despojo de tantos empobrecidos, es una mentira.
No debemos ser cristianos somnolientos, menos aún en pecado de omisión de la ayuda y de espaldas al grito de los pobres.
En Semana Santa deberíamos celebrar el dolor de dos pasiones, de dos dolores: la de Dios y la del hombre.
Hoy hago un texto nuevo dirigido a los pobres cuyas estaciones de su personal Vía Crucis o Vía Maldita es el gran escándalo humano que nos avergüenza a toda la humanidad hoy.
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